La pregunta correcta-MR

La pregunta correcta

«Necesitamos hablarle a Dios y hacerle preguntas. Y seguir preguntando, buscando, y tocando a la puerta, hasta que encontremos la pregunta correcta». Padre Stephen Freeman. Finding God Amidst the Noise.

Un artículo de Gilmar Siqueira.

En una época secularizada como la nuestra, es común que nos deparemos con caricaturas de la vida religiosa, de la religión misma. Para los que hemos sido bautizados en la Iglesia, frecuentamos las clases de catecismo y recibimos la primera comunión en ese medio, la vida católica es a menudo tomada como un rescoldo cultural. La seguimos, en un principio, a instancias de nuestros mayores. Luego crecemos, ingresamos en la escuela, conocemos a otras personas con costumbres diferentes y empezamos a recibir algo de la visión secularizada. No entraré en todas las características y causas de esa visión, pero si me centraré en una que he oído a menudo: la religión ofrece una respuesta para todo.

Las respuestas tienen un efecto calmante. Pensemos en un ejemplo bobo: si tengo un compromiso importante en una hora específica, estaré pendiente del reloj. Pero imaginemos que me fallan el reloj, el móvil y el ordenador. Quiero saber qué hora es, cuánto me falta para el compromiso, y estaré nervioso hasta que pueda saberlo. La respuesta – la información – es lo único que me tranquilizará. Y, por otra parte, mi nerviosismo va en aumento mientras me quedo en la duda. Tomad este ejemplo bobo y aplicadlo a toda la vida: las respuestas satisfacen nuestros anhelos.

Los que toman la religión como ilusión, sentimiento o cualquier cosa por el estilo, parecen entender que lo que se busca en ella no es más que una satisfacción subjetiva. Pero, claro, como el escepticismo es tan imposible de sostener intelectual como existencialmente, pretenden dar a semejante “idea” (para llamarla de alguna manera) pretensión de validez universal. Con esta perspectiva nos encontramos los católicos. Alguna vez también imaginaremos que la Iglesia ofrece respuestas para todo, que ese Dios de que tanto hablan tal vez conforte nuestros sentimientos desordenados. Las respuestas están ahí y no hay que pensar más.

Eso puede durar un tiempo. Pero no mucho. Las respuestas sensibleras no resuelven nuestros problemas familiares, la pérdida de las personas amadas, las consecuencias de los errores cometidos, el desorden de los sentimientos y la necesidad de llenar un vacío que aumenta a medida que le echamos cosas: dinero, política, trabajo, sueño, placeres más o menos intensos. En ese momento, cuando intentamos llenar el vacío con otras cosas, ya nos acordamos de la caricatura escéptica: la religión ofrece una respuesta para todo, sí, pero se la ofrece a los que pueden creer (sea lo que sea eso de creer).

Los religiosos – que pueden ser buena gente, pero totalmente ilusos – no se dan cuenta de los problemas de la vida. Miramos a esas personas amables en la misa, muchas de las cuales ya peinan canas, y encontramos expresiones que parecen alejadas de la conciencia del sufrimiento. Ni siquiera nos ponemos a imaginar que detrás de las sonrisas amables y de las arrugas descubriríamos un hijo muerto, una traición, una enfermedad incurable o la lucha contra un vicio todavía no subyugado. Con los aspavientos de quienes hemos tomado la caricatura por religión, no podemos comprender la docilidad; no podemos aceptar la docilidad en la duda. Hay que saber – tal y como en el ejemplo de la hora – y, si no se puede saber de esa manera, todo será un engaño. Poco a poco llamaremos desengaño al cinismo.

Sin embargo parece que me contradigo: acabo de referirme a una docilidad en la duda que es contraria a la tranquilidad de la respuesta. ¿Cómo es posible tranquilizarse si no se puede saber, si no se puede tener la información? Estaría de más deciros que estamos obsesionados por la información, por toda clase de información: lo que no puede ser reducido en una noticia o en una publicación cualquiera apenas existe para nosotros. Hemos decidido darles más atención – y por lo tanto más importancia – a las preguntas sobre las que podemos tener alguna noticia o por lo menos una opinión “especializada”. Llegamos a tener (o creer que tenemos) informaciones suficientes para cambiar el destino de la política, de nuestro equipo de fútbol o de la economía mundial. Y esas informaciones que llamamos respuestas, que sí tienen su importancia, nos distraen de otras preguntas que ni siquiera llegamos a hacer: la melancolía de la esposa, el alejamiento de un hijo, el fracaso de un amigo y nuestra propia muerte.

Si llegáramos a hacer esa clase de preguntas, a darles una forma; si tuviésemos el valor para enfrentarlas, nos daríamos cuenta que toda nuestra vida depende de ellas. Y también nos daríamos cuenta de que las respuestas no serían como las informaciones, como aquella ansiedad por saber la hora de mi ejemplo bobo. La respuesta, como dijo el Padre Stephen Freeman, no es una información: “No somos salvos por la información”. En el reino de Dios – y en nuestra vida – hay algo de oculto. El Padre Stephen Freeman lo ha explicado mejor que yo:

El Reino de Dios no tiene ese aspecto oculto a causa de algún deseo pernicioso de Dios. El ocultamiento existe para nutrir en nosotros la disposición propia de la imagen de Dios. No acertamos a comprender que Dios mismo busca, pregunta y toca a la puerta. Somos la dracma perdida, la oveja perdida, el tesoro escondido, la perla de gran valor. Dios lo deja todo para venir entre nosotros y “encontrarnos”. Su mandamiento de preguntar, buscar y llamar a la puerta es semejante al mandamiento de ser como Dios. Es, lo creo yo, lo que hace el amor.

Las preguntas de que depende nuestra vida no tienen una respuesta sencilla como saber la hora, no tienen una información que nos alivie la ansiedad; son, por otra parte, preguntas acuciantes que nos exigen buscar, llamar a la puerta y – valga la repetición – preguntar. Aquellas personas amables que encontramos en la misa no tienen una fórmula para solucionar sus enigmas y precisamente por esta razón allá van: van a buscar, a llamar y a preguntar. Algunas de ellas, machacadas por la vida y llenas de inseguridades, levantarán sus ojos en el momento de la consagración y pensarán, a manera de Job, que en aquella visión está lo que habían buscado.

Buscaban – buscamos – una respuesta que no se parece mucho a las informaciones; una respuesta que, tal y como nos encontramos hoy, no nos aquieta completamente; una respuesta que nos deja anhelantes, expectantes de que todos nuestros entuertos – cuyas causas son demasiado difíciles de conocer – sean deshechos en algún momento. La respuesta que encontramos es, en suma, la pregunta correcta; es la pregunta que nos impulsa a seguir buscando, llamando a la puerta y preguntando; es un acto de amor.

Gilmar Siqueira

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Author: Gilmar Siqueira
Feo, católico y sentimental