La paternidad, por su naturaleza, tiene un origen divino y un propósito sagrado
La paternidad y el ser del hogar, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
Cuando hablamos de familia, estamos tratando con una realidad rica y sutil que solo puede ser comprendida mediante la reflexión de muchas experiencias y aspectos de la vida. No podemos dar una definición breve y clara sin ignorar, de alguna manera, la ambigüedad y profundidad del misterio de lo que significa ser “familiares”, compartir sangre, cultura y amor, vivir como uno entre muchos. Gabriel Marcel escribe:
“Contraria a la persistente ilusión humanista tenemos una buena razón para afirmar que las relaciones familiares, como los asuntos humanos en general, no ofrecen consistencia ni garantía de solidez. Solo cuando se refieren a un orden sobrehumano, el cual aquí abajo no podemos captar aparte de sus signos e indicaciones, es que su verdadero carácter sagrado se hace evidente.”
En otras palabras, ellas no ofrecen consistencia o solidez si son cercenadas del orden sobrehumano que las dota con su sacralidad.
La era moderna, en su carrera por ser liberada como sea posible, ha olvidado que las cosas más importantes en la vida humana son complejas y tienen obligaciones. La paternidad puede ser el más perfecto ejemplo de este hecho. Si nosotros reducimos la paternidad a un mero episodio biológico con una secuela genética, tendría un significado moral, religioso y trascendente muy pequeño. Llamar a Dios “Padre nuestro” sería un absurdo sin nos limitáramos a hablar de una manera fisiológica.
Para entender lo que significa la paternidad, debemos movernos fuera de la limitada esfera de pensamiento marcado por el mundo. Íntimamente ligadas a la paternidad humana son las irreductibles realidades del domus, del hogar o la casa, el munus regale, el gentil oficio que el hombre recibe del Padre Todopoderoso, para mandar y gobernar, proteger y proveer, para amar y servir.
¿Cuál es exactamente la realidad de la paternidad?
Cuanto más miramos los signos externos de una realidad exclusivamente humana, esperando definirla en términos de lo que hace o como aparece usualmente, se hace cada vez más borrosa y oscura. Peor todavía se pone si tratamos de aislar la “apariencia” u “operación” de la paternidad. Porque un hombre no es simplemente lo que hace, sino más bien, actúa de acuerdo con lo que él es. “De la abundancia del corazón habla la lengua” (Lucas 6, 45). Todo puede ser sellado y enviado junto con una definición, si nos contentamos con un manojo de elementos unidos por circunstancias efímeras.
Conocer el ser de una cosa requiere más que conocer todos los haberes y quehaceres que le pertenecen. El hombre que resulta ser un conductor de trenes no se le define en su ser como un marcador de boletos, ni a un atleta como un marcador de goles. La persona trasciende la funcionalidad. “La palabra “tabulación” o “repertorio” es la mejor palabra para describir lo que el ser no es” (G. Marcel, Metaphysical Journal [Chicago: Henry Regnery, 1952], 177).
Ante todo, la paternidad no es un fenómeno fisiológico, psicológico, legal o social. Colocarlo en cualquiera de estas casillas sería reducirla a un hecho concreto, como la traición de la personalidad vista en las estadísticas y lecciones de anatomía, o envolverla en sentimentalismo y convención.
Si tratamos de definir la paternidad en términos estrictamente biológicos, realmente no estamos hablando en absoluto de ella, sino de procreación. Si introducimos consideraciones de orden judicial o sociológico, nos exponemos a un peligro no menor, que es la de permitir que la paternidad sea absorbida por una concepción que es relativa, porque, desde este punto de vista, solo puede ser definida en relación con una civilización histórica dada, cuyas instituciones religiosas y judiciales son transitorias. (G. Marcel, “The Creative Vow as Essence of Fatherhood,” Homo Viator: Introduction to a Metaphysic of Hope [Chicago: Henry Regnery, 1951], 99).
La realidad de ser un padre no puede ser recortada a una obligación biológica o legal. No es una transacción corporal, un contrato o un código, una interrupción temporal en la vida de uno, un estado subjetivo de verse a uno mismo como relacionado por lazos a los que debe permanecer “fiel” por un sentido de obligación.
Es más, La paternidad, por su naturaleza, tiene un origen divino y un propósito sagrado:
“Por eso yo doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma su nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que, según la riqueza de su gloria, os conceda ser poderosamente fortalecidos en el hombre interior por su Espíritu.”
Efesios 3, 14-16
La familia engendrada y nutrida por el marido y la esposa es una comunidad irrevocable, incapaz de ser reemplazada por un sustituto o imitación. A pesar de una diversidad de costumbres y prácticas en diferentes sociedades, los roles del padre y la madre son estables en su naturaleza y necesarios en sus propósitos. Así como la esencia de la naturaleza humana permanece única, independiente de la inmensa variedad de pensamientos, pasiones e invenciones del hombre, así también la naturaleza de las realidades fundamentales no puede ser cambiada o enterrada sin ningún grado de esfuerzo.
A pesar de sus intrínsecas y complementarias diferencias, la vocación del hombre y de la mujer se encuentran en el amor que resulta en la autonegación, en la superación y en don de sí mismo. Karol Wojtyla como cardenal de Cracovia escribió:
“Llevar un tipo de vida en la que un cristiano conquista la “regla del pecado” por medio de la autonegación es claramente una cuestión de santidad en el sentido moral, de dominio sobre el mal, en el cual, en un sentido, se muestra la misma bondad del hombre (…) Todo cristiano que conquista el pecado imitando a Cristo logra el auto-dominio real que es propio de los seres humanos. Al hacer esto comparte el munus regale de Cristo y ayuda a realizar Su reino».
(Sources of Renewal [San Francisco: Harper and Row, 1980], 263)
El círculo está cerrado: cada vez que un hombre ejerce correctamente su paternidad, engendrando y educando; castigando y recompensando; moldeando la resistencia en la labor y la fuerza en los principios; cada vez que una mujer vive correctamente desde su maternidad, dando a luz y amamantando; adiestrando e instruyendo; cada vez que el marido y la esposa unen sus esfuerzos para criar al fruto de su amor, ellos están compartiendo el oficio real de Cristo, su munus regale, que es un don del “Padre de las luces” (Santiago 1, 17) a los fieles cristianos. Solo a través del profético y real sacerdocio de Jesucristo es que los incontables sacrificios y trabajos de la vida tienen al final algún sentido. Es solo en Él que el amor humano, tan a menudo oscurecido y empañado, toma conciencia de su propia inmortal dignidad y belleza. El padre y la madre participan en la misión redentora del Señor. Si ellos se han “redimido en el tiempo” (Efesios 5, 16) ellos participarán en Su salvación.
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/fatherhood-and-the-being-of-the-home
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