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La inevitabilidad del sufrimiento y la respuesta católica

Un artículo que intenta dar respuesta al misterio de la vida y de la muerte, recordando al prestigioso Dr. Enrique López Morales

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La inevitabilidad del sufrimiento y la respuesta católica. Un artículo del Dr. Mario Guzmán Sescosse

El martes 16 de marzo di la clase de psicopatología a mis alumnos de posgrado. Les hablé sobre la visión del sufrimiento en el cristianismo y en el budismo. Les expliqué que ambas tradiciones enseñan la inevitabilidad del sufrimiento y que ambas invitan a una radical aceptación de dicho principio. Y es que enfermedad, envejecimiento y muerte son marcas indelebles de la experiencia humana. Al mismo tiempo les expuse que a pesar del énfasis en el sufrimiento compartido por ambas tradiciones, también existe una diferencia sustancial: el cómo se le hace frente, qué se hace con el sufrimiento que conlleva la existencia tanto a manera individual como colectiva.

G. K. Chesterton en su libro Ortodoxia decía que la respuesta la encuentra uno en los templos de ambas religiones. En los templos budistas los arahants y los bodhisattvas (seres que son venerados por embarcarse en el camino del Buda) suelen ser representados en un estado de profunda paz, con las piernas entrecruzadas, con los ojos entreabiertos o bien podríamos decir entrecerrados. Es decir, mirando hacia adentro y siendo indiferentes hacia afuera. En cambio, si uno va al templo católico uno verá que las estatuas de los santos expresan todo lo contrario, su mirada está hacia el cielo, su cara con una expresión de sufrimiento y en muchas ocasiones con la cabeza decapitada, colgados de una cruz, o siendo devorados por un león o las llamas de una hoguera. Los santos católicos no miran hacia adentro, miran hacia el cielo como diciéndole a Dios “mira a tus hijos y perdónales porque no saben lo que hacen”. Los seres venerados en el budismo no se inmutan ante el sufrimiento, porque no interactúan con él, en cambio los santos católicos se sumergen en el sufrimiento y se contagian de él, porque buscan aliviarlo tal como su Maestro les enseñó a hacerlo. «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.»(Juan 3,16) Y lo hizo con muerte de cruz, no con la “cesación del sufrimiento” como equivocadamente buscan los budistas.

Mientras enseñaba a mis alumnos estas semejanzas y diferencias entre el cristianismo y el budismo, algo insospechado sucedía, un sufrimiento más en la vida de muchos (incluyendo la mía) tenía lugar en el drama y misterio de la vida y de la muerte. Mi querido amigo, el Dr. Enrique E. López Morales fallecía de COVID dejando atrás a su hermosa y ejemplar familia conformada por su esposa y cinco hijos pequeños. Terminando la clase mi esposa me informó de la desafortunada noticia, mi mente no daba crédito a lo que escuchaba. Un hombre admirable dejaba esta vida, y además lo hacía como él siempre hacía las cosas, de manera extraordinaria.

En su página web El Dr. López, se definía como: “Soy un apasionado de la Cultura, la Ética y las ciencias del comportamiento humano, siempre en búsqueda de descubrir la conexión entre la plenitud humana y el ejercicio de las virtudes y valores trascendentes, tanto en el contexto organizacional como personal. Me define ser católico, felizmente consciente de mi obligación apostólica, particularmente con parejas jóvenes y matrimonios de todas edades. Soy esposo, padre de cinco, emprendedor, consultor, conferencista, investigador académico e inmigrante.”

No exagero al decir que dicha definición se queda corta con la experiencia fenomenológica que su existencia causaba en aquellos que tuvimos el gusto de conocerle. Mi amigo fue un hombre de una cultura extraordinaria, de una dedicación insuperable y de talentos admirables. Pero sobre todo de un gran corazón y una humildad que le hacía ser generoso con todos. Sus palabras, solían estar cargadas de sabiduría y amor, que se reflejaban en una enseñanza práctica para quien le escuchaba.

Tuve la bendición de ser su amigo, su colega e incluso su compadre honorario, pues el COVID ha impedido que su preciosa hija pueda realizar su primera comunión. Además, tuve el privilegio de ser su hermano espiritual, pues a partir del 4 de enero de este año, Enrique se unió a la fraternidad de Exodus 90 en la que participo junto con otros cuatro hombres admirables y dedicados a Dios. Desde el inicio de este Exodus, sabía que Enrique, junto con Felipe, Alvaro y Alejandro me ayudarían a dirigir mi vida hacia Dios, pues los cuatro son un hermoso reflejo del amor del Creador por sus criaturas. Sin embargo, Enrique se nos adelanto y además lo hizo de manera extraordinaria, y es que pareciera que hay quienes están llamados a morir de la misma forma en la que vivieron, y en el caso de mi querido amigo lo hizo de manera heroica.

Como lo mencioné, Enrique era generoso con sus recursos, con su tiempo, con su sabiduría y con su deseo de ayudar y amar a los demás. Fue un gran ejemplo de la parábola de los talentos. Y al final de su vida también fue un gran ejemplo del cuarto mandamiento y de la mansa resignación de Nuestro Señor al decirle a su Padre: ««Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»». Días atrás sus papás enfermaron gravemente de COVID, siendo ellos mayores y Enrique el hijo único, tomó la decisión de ir a acompañarlos y cuidarlos. Partió de Miami, donde vivía, hacia Puebla, la ciudad que le vio nacer. Y ahí encontró un ambiente marcado por el sufrimiento del que hablé al principio de este artículo, pero también encontró el medio por el cuál Dios le llamaba a unirse a su hermosa presencia. Enrique se contagió, ¡por segunda ocasión!, de COVID y el virus no dio tregua esta vez. Su deterioro fue rápido y difícil, sus niveles de oxigenación cayeron abruptamente y a pesar de la atención médica estrecha su cuerpo no pudo más. Enrique murió, como los primeros mártires cristianos morían, cantando y dando gracias a Dios mientras caminaban al coliseo para ser devorados por los leones. Mi amigo lo hizo yendo lleno de amor y agradecimiento a cumplir con su deber de hijo, aceptando que uno no muere de COVID, uno muere de muerte y es Dios quien decide cuándo, dónde y cómo tendremos que dejar este mundo para unirnos a Él.

Al igual que Jesús, estoy seguro de que mi amigo experimentó angustia, pero sus mensajes de voz y de texto en mi celular confirman que también supo aceptarlo como nuestro Maestro lo hizo: «Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!» (Juan 12, 27)

Como previamente lo mencioné, mi amigo dejó atrás a su extraordinaria esposa Teresa y a sus cinco hijos. Cada uno de ellos tocados por los múltiples dones de Enrique, pero también cada uno habiendo tocado su alma de manera extraordinaria, pues alguien como él no es resultado de sus propias capacidades y fortalezas (que en él eran abundantes), sino que es resultado del amor de Dios y de sus familiares y también de la influencia que estos ejercen en él. Quienes tenemos el privilegio de conocer a Tere y a sus hijos sabemos que ellos son una hermosa manifestación del amor de Dios en la tierra.

Los invito pues a seguir el ejemplo de Enrique, que como bien dijo el sacerdote en la homilía de su misa de exequias, ya que él seguía el ejemplo de Jesús. Él, al igual que los santos católicos de los que hablé al principio, supo que la respuesta al sufrimiento humano era una vida entregada a los demás, y así lo hizo hasta el último de sus días.

Si quisieras conocer más sobre él puedes adquirir su libro sobre el matrimonio titulado “El amor mal pensado” donde tuve el privilegio de contribuir con el prólogo, y escucharle en su podcast Your adaptation journey. Estoy seguro de que si lo haces tú también te verás enormemente beneficiado, como nos vimos quienes le conocimos en vida. Te agradecería que al terminar la lectura de este artículo te des unos minutos para hacer oración por él y por su familia.

Hasta siempre.

Por: Mario Guzmán Sescosse

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Author: Mario Guzmán
Dr. Mario Guzmán Sescosse es profesor e investigador de tiempo completo en Trinity Christian College en la ciudad de Chicago en EUA. Es doctor en psicología y cuenta con dos maestrías en psicología y psicoterapia, además de la licenciatura en psicología y estudios en filosofía. Es autor del libro "La Transformación del adolescente", de diversas obras científicas y capítulos de libro. Tiene más de 17 años de experiencia como terapeuta. Sus intereses académicos son psicología y religión, psicoterapia, psicopatología y desarrollo humano. Además, está casado y tiene 3 hijos junto con su esposa. https://www.drmarioguzman.com/