¿Qué está pasando en nuestros países, como vivimos nuestra Fe en medio de un mundo que vive cada vez más alejado de Dios? Jorge nos habla de esa cuarta transformación que muchos llaman «transformación de cuarta»
«La cuarta transformación en la Patria y en la Iglesia», Jorge A. Rangel Sánchez
Duro y dale, cuando no pasaba de los veinte años era muy común escuchar de un profesor, pariente o de cualquier persona que uno como joven era “arquitecto de su propio destino”, o que “ustedes son el futuro de México y de la humanidad”, “ustedes son los padres del mañana”, “hagan su plan de vida”. Esas expresiones llamaban a la conciencia, para ser responsables, estudiar, prepararse, ver la vida con optimismo.
Hace tres años encontré, más bien Dios condujo a mi esposa y a mí, y los pasos de nuestra familia a buscarle y a recordar y vivir la fe como la vivieron nuestros padres, como ellos la recibieron de los suyos. La providencia nos ha ayudado a comprender muchas cosas que como matrimonio no entendíamos o no veíamos como las vemos hoy.
Siempre desde nuestra juventud tuvimos la bendición de tener cerca buenos sacerdotes y religiosas.
Como matrimonio hemos buscado servir a la Iglesia.
Pero no faltaron preguntas sin respuesta, situaciones que definíamos como cosas de viejos o jóvenes, de los de traje o de los de jeans, como de los de izquierda o derecha. Entre lo que me doy cuenta está el engaño y errores que se planteaban, ya en los años de mi juventud no solo en el campo político, social y lamentablemente, también en lo religioso.
Siento como si estuviéramos en las manos del “hijo pródigo” que dejando a su padre (Dios) ya se fue tan lejos para no recordarlo, pasó por donde quiso, ya se juntó con cualquiera, ya cayó en lo más bajo y pervertido, y se dio cuenta como dice una vieja canción mexicana: “La vida no vale nada”.
Estamos en el tiempo en el que nuestro hijo prodigo está en el corral de cerdos, en el mundo, y siente resistiéndose a creerlo que huele a estiércol, pero se autojustifica pensando que huele a perfume y santidad. Me imagino al “hijo menor” como alguien de muchas cualidades, inteligente, vivaz, de buen ver, alegre, de alguna manera culto pues decidió viajar lejos, era soñador, audaz, un hijo digno de su padre, pero al mismo tiempo tenía lo suyo, fue un soberbio de primera, al pedir la parte del patrimonio que seguramente el padre le daría cuando él muriera, pero lo fatal fue pedirlo cuando el padre estaba vivo.
¿En qué cabeza cabe pedir una herencia así? ¿Para qué seguir adelante en sus límites humanos, si ya tiene el mismo que Adán, y por el cual perdió el Paraíso? El hijo pródigo en la historia de la humanidad, por soberbia pidió al padre su herencia, si no le importó su padre del que recibió todo desde que nació y creció y fue capaz de matarlo en vida, mucho menos le interesó dividir a la familia, perseguir parientes, matar, pelear, robar y destruir.
El hijo pródigo desperdicia, se deja corromper y está dispuesto a que se pierda todo de lo que recibió, fruto del trabajo de su progenitor. Estamos en tiempo de transformación a la manera del hijo pródigo, al fin y al cabo algo queda algo para despilfarrar.
En México padecemos una “cuarta transformación” que muchos con juego de palabras la describen como una transformación de cuarta.
Y qué decir de mi madre la Iglesia, que también es parte de los bienes de Dios y el hijo pródigo se ve que quiere rematar. Sin afán de comparar, pero es curioso que hay muchas coincidencias. Es notable que en ambas transformaciones se critique mucho a quienes las llevan adelante, que se les califique de ignorancia, de cerrazón, de poner su confianza en ideologías pasadas y evidentemente nocivas, rompen con el sentido y bien común, son abiertas, pero tan abiertas que no les importa que entre cualquiera, aún los enemigos.
Hablan de manera confusa, errática, se contradicen, revuelven verdades con mentiras, son ellos mismos y su discurso, su punto de referencia aunque digan lo contrario, los califican de poco teóricos, son muy prácticos, dicen que son austeros, ambos quieren cambios de fondo, desprecian a las instituciones, quieren hacer historia, sus objetivos son muy ambiciosos, tienen un aire mesiánico que entusiasma, no se sabe si tienen pretensión por no tener en cuenta los retos o propósito de aprovechar la oportunidad de pasar a la historia, su ambición no les permite precisar sobre el alcance y contenido de sus grandiosos objetivos, quieren acabar con la mafia del poder, suprimir la clase alta, acabar con la corrupción, buscan la austeridad aunque cueste más y la descentralización aunque algunos con mucho poder, buscan reducir la pobreza y desigualdad, como políticos son pragmáticos con pocas ideas y muy simples, cuidan exageradamente lo políticamente correcto, descalifican al que califican de adverso y lo acusan sin exhibir una sola prueba, se les acusa de tercermundistas y hasta de comunistas, les acusan y su gente se desvive por dar pistas de interpretación de lo que dicen y hacen, y
¿cuál es la conclusión de estas similitudes?
Uno pasará a la historia como el cuarto transformador de México (para bien o para mal) y se dirá que estará en la memoria de todos como uno de los grandes hombres que lucharon por la justicia, el desarrollo de los pobres y desprotegidos de su Patria. Y el otro, como dicen sus optimistas “pasan los Papas, pero el Señor Jesús sigue presente y anima a la Iglesia hasta el final de los siglos”.
Necesitamos una verdadera cuarta transformación, la transformación del corazón.
El arquitecto de nuestro destino, el verdadero futuro de la Patria y de la humanidad, el único plan de vida es Dios mismo. Estamos en una catástrofe, por tanto que el hijo prodigo no hace caso a Dios, a su Padre que lo espera. Mientras los que somos bautizados e hijos de la Iglesia, dejemos que se olviden las verdades que debemos creer, los mandamientos que debemos vivir, los sacramentos que necesitamos frecuentar, y dejemos de hacer oración y rendirle culto a Dios como Él lo quiere, no solo terminaremos como el hijo prodigo, apestando a cerdo aquí, sino padeciendo por toda la eternidad.
Nuestra fe está carcomida, dañada por el relativismo y subjetivismo, está protestantizada, plagada de reflexiones en torno a la experiencia del hombre y no desde Dios, se quieren explicar humanamente las cosas de Dios basados en la cultura, los jóvenes y muchos adultos son incapaces de tener una visión de conjunto de su religión, y cada vez son más los católicos que ya no creen en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
Jorge A. Rangel Sánchez
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