¿Puede compararse practicar el cristianismo con fidelidad a una unión matrimonial del alma con Dios? El profesor Kwasniewski nos explica porqué
Practicar el cristianismo fielmente es como un «matrimonio» con Dios, por Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
El matrimonio, como un alianza inquebrantable o sacramento, tiene el carácter de resolución (re-solutio, volver a unir: “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”), de indisolubilidad, de exclusividad, de auto-renuncia, de una confiada, confidente y leal exigencia de los esposos del uno al otro, y no es necesario decir más que lo que el corazón de cualquier fiel esposo proporcionará. El matrimonio, la unión terrenal del amante y del amado, proporciona y demanda el constante ejercicio de la fe. El amor no puede nunca prosperar sin renuncia de sí mismo en un espíritu de confianza.
La fe en Dios sigue una lógica similar. Es la razón de porqué el Antiguo Testamente llama a Israel la Esposa y a Dios el Novio, mientras el Antiguo Testamento llama a la Iglesia la Esposa y a Cristo el Novio. En la fe religiosa, la voluntad mantiene al intelecto cautivo: “Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso”, incluso como promesa “Yo quiero” afirma la auto-cautividad a uno de los esposos, independientemente de la dificultad o de la lucha. “En lo bueno y en lo malo, en la riqueza o en la pobreza”: estas palabras son nobles y profundas. En el día de su boda, el futuro esposo y esposa deben decirlo con temor y temblor, ya que equivale a un credo y a un bautismo que sumerge al alma en aguas profundas y mayores que sí mismos.
La religión puede ser llamada un matrimonio con Dios.
Hacemos manifiesto con nuestras palabras y obras que deseamos amarle. Él nos corteja con su gracia, nos propone estar unido a nuestra alma y nos invita a la fiesta de la boda. Finalmente, tenemos que decidir amarlo “En lo bueno y en lo malo…” en este valle de lágrimas hasta que la muerte nos enfrente cara a cara con el Novio en cuya presencia amorosa y real creímos durante toda nuestra vida, aunque no lo veíamos.
Tal como escribió el padre Thomas Duday:
Es obvio que nuestra voluntad tiene mucho que ver con nuestro logro de certeza religiosa. Esto no significa que a nuestras convicciones les falte una base intelectual objetiva, pero la naturaleza de la evidencia permite una respuesta libre, no forzada. De una manera similar, nuestras respuestas interpersonales a nivel humano son libre y no forzadas. Puedo tener una evidencia completamente correcta de que alguien me ama, y, sin embargo, soy libre de rechazar el amor o de rehusar a admitir que existe. No llegamos a alcanzar una certeza por una mera elección o por una decisión arbitraria…El compromiso religioso, por lo tanto, no es un salto a ciegas. La voluntad no operará en la oscuridad. La evidencia intelectual está ahí, pero terriblemente limitada y propensos al compromiso tal como somos, necesitamos tener un compromiso activamente voluntario con la verdad si queremos mantener la integridad intelectual. El asentimiento a la evidencia es un deber, y necesitamos a nuestra voluntad para asegurar que actuaremos razonablemente. (Fe y Certeza, 194-95)
Los dogmas de nuestra religión cristiana pueden a veces parecer absurdos a la razón carnal, porque los misterios siempre escapan a nuestra mente finita, y no sabemos cómo abordar al Dios infinito que “habita en una luz inaccesible” (1 Timoteo 6, 16). Pero el misterio no es absurdidad y lo que está más allá de la razón no es algo irracional.
El amor, como la religión, es un misterio.
De hecho, el amor es “el” misterio de la vida, pero no es un absurdo. Es más grande de lo que nosotros somos, y nos envuelve y nos transforma. Si el hombre fuera la medida de todas las cosas, el amor sería un absurdo porque el verdadero amor no puede ser medido por el hombre. Pero ¿quién que haya probado el real y duradero amor puede pensar que el hombre es la última medida de todas las cosas? El amor mismo rige la vida del que ama.
El esposo confía en su esposa y ella, por su parte, confía en su esposo. Ellos creen en las palabras del amor del otro. No existe una cosa tal como la “ciencia” del amor. Existe una religión de amor, una oración de amor, un sacrificio de amor, “la paz que sobrepuja todo entendimiento” (Filipenses 4, 7), sin embargo, no puede existir una comprensión intelectual. El amor sobrepasa, se podría decir incluso que superpone, la comprensión.
Se podría plantear la siguiente objeción. En el amor humano vemos y escuchamos a la otra persona, pero la situación es completamente diferente en lo que se refiere a la fe religiosa, donde no vemos, y de ninguna manera entramos en contacto con el objeto de nuestro credo en su apropiado aspecto.
En respuesta podemos preguntarnos: ¿qué es lo que un hombre verdaderamente ve en su amada? ¿Ve él su amabilidad? ¿Ve, incluso, a la persona? Cuando contemplamos a un amigo, a la esposa o a un niño, vemos a un animal familiar con forma de ser humano, lo escuchamos usando un lenguaje convencional en un intento de expresar sus pensamientos ocultos. Esto es con lo que nos encontramos. Los que queremos, el amor, el significado de las palabras y los gestos, se encuentra por debajo de las formas, colores, sonidos, etc. Nosotros solo percibimos los signos de la realidad (o dicho en términos escolásticos, los accidentes de las sustancias). Las realidades mismas están más allá de lo palpable, visible, oliente, gustado y escuchado, asequible solo a la parte espiritual del hombre, a su alma inmortal, a su mente elaborada divinamente.
El amor humano está más allá de la esfera de un simple problema que el intelecto puede establecer por sí mismo para “resolverlo” como una ecuación en física. Nada sino la fe, lealtad, pureza, devoción pueden llegar al corazón de la realidad, al corazón del amor, al significado del amor, a las fronteras de la persona creada a imagen y semejanza de Dios. Poco sabe de amor el que piensa que no es más que sus signos y detalles.
No es sino hasta que reflexionamos sobre la naturaleza de la amistad que no nos damos cuenta cuan crucial es la ciega lealtad en la formación y en la preservación de las amistades. No quiero decir que “ciega” esté en el sentido de negarse a ver, tal ceguera nunca es algo bueno, sino que es ciega porque no puede ver. Es la diferencia entre las personas que están asustadas al mirar la pantalla durante una película de terror, y la gente que es ciega de nacimiento. Como criaturas intelectuales miramos fijamente la realidad a la cara, pero la parte más grande de la realidad, de hecho, la mejor y la más grandiosa, siempre escapará a nuestra mortal mirada, aunque aguda y penetrante. El espíritu, el alma y Dios, las otras personas y sus pensamientos, por no mencionar los primeros principios del conocimiento y la certidumbre de nuestros sentidos, no pueden nunca ser directamente sentidos o experimentados como particulares en absoluto. Las cosas más importantes son las menos visibles y tangibles.
La fe es conocimiento en promesa, “La fe es la sustancia de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve.” (Hebreos 11, 1), tal como la fe empeñada por una novia y un novio promete toda una vida de conocimiento. Cuando Adán conoció a Eva en una comunión de la carne (Génesis 4, 1), él conoció físicamente una parte suya, el cuerpo, pero simbólicamente él conoció la totalidad de ella, su vida futura y su destino interior.
El matrimonio es la promesa de compartir vida y el destino de uno con el otro, para hacer uno la vida y el destino de los dos.
La fe en Dios sigue un patrón similar. El creyente empeña su fe en Dios, prometiendo una firme fidelidad a los mandamientos que él está, en todo caso, libre de romper, tal como el marido o la esposa pueden violar el lecho nupcial cometiendo adulterio. El creyente hace suya la vida de Cristo, como la esposa hace suya la vida del esposo. Cristo sacrificó Su vida para salvar a aquellos que creen en Él, tal como el esposo sacrifica su vida por su esposa (Efesios 5, 21-32)
Peter Kwasniewski
Puedes leer este artículo en su página original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/why-faithfully-practicing-christianity-is-like-a-marriage-to-god
Practicar el cristianismo con fidelidad a Dios es una ardua tarea, pero no estamos solos en este combate. Dios nos da los medios para resistir, como la Santa Misa, aquí encontrará más sobre la Santa Misa Tradicional.
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