Como nos dice el Rev. D. Vicente, el santoral guarda muchos tesoros por descubrir, entre ellos, la vida de los Santos y hoy uno que quizás no les resulte conocido pero cuya vida les apasionará
«VIDAS EJEMPLARES: San Juan Gualberto», Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
SAN JUAN GUALBERTO (+1073)
VIDA
Juan Gualberto, de una noble familia, ingresó en la carrera militar a pedido de su padre. Hugo, su único hermano fue asesinado por un pariente. Un Viernes Santo, rodeado por soldado armados, Juan se encontró con el asesino solo y desarmado en el camino, donde no podían evitarse.
Debido a la veneración de Juan por el signo de la Santa Cruz, que su enemigo, viendo la muerte mostró al abrir los brazos en suplica, Juan le perdonó y lo recibió como un hermano. Luego fue a la iglesia de san Miniato, y mientras adoraba al Crucificado, la imagen le inclinó la cabeza. Movido por esto, renunció a la vida militar y, bajo la persuasión de san Romualdo, que entonces vivía en la ermita de Camáldula, se vistió con el habito monástico.
Más tarde fundó una Orden monástica bajo la Regla de San Benito en Valleumbrosa, que tenía como objetivo principal eliminar la mancha de la simonía y promulgar la fe apostólica.
Lleno de virtudes y méritos, bendecido con la compañía de los ángeles, fue al Señor a los 78 años, el 12 de julio de 1073, en Passignano.[1]
Evangelio (Mt 5, 43-48)
Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo y tendrás odio a tu enemigo. Yo os digo más: amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial; el cual hace nacer el sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos y pecadores.
Pues si no amáis sino a los que os aman, ¿qué premio habéis de tener? ¿No lo hacen así aún los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué tiene de particular? ¿Por ventura no hacen también esto los paganos? Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto.[2]
Un santo desconocido, pero de mucha actualidad.
Pocas veces nos fijamos, al mirar el calendario o el santoral, en aquellos santos que, o bien son de Memoria Libre o bien no tienen una especial resonancia en nuestras vidas o en nuestra devoción. Y si lo hacemos, nos fijamos en aquellos más famosos o en los últimos que han sido canonizados, dejando en el olvido a aquellos que no nos suenan o no les tenemos una especial devoción.
Sin embargo, el santoral encierra muchas veces pequeñas sorpresas, pequeños grandes santos que tienen muchos que decirnos, aunque no lo aparenten. Eso me paso a mí con san Juan Gualberto, un santo propio de la Orden Benedictina que, como una sombra, sigue a su Padre San Benito en el calendario romano. Fue por casualidad como entre en contacto con este santo: la mera curiosidad de echar un vistazo a un desvencijado breviario antiguo, me llevo a leer las lecturas hagiográficas que contenía, entre ellas las de san Juan Gualberto. Con gran dificultad, ya que mi latín no es muy bueno, logre traducir el relato de su vida y me impresionó sobremanera por su actualidad humana y eclesial.
Humana, porque hoy como ayer, el amor al prójimo esta algo devaluado, como la profesión militar y monacal de nuestro santo. No dejamos de constatar como los odios, las rencillas y las venganzas siguen manchando la imagen y semejanza de Dios en todo ser humano, pero, especialmente, en nosotros, los cristianos. Nos gusta, como dice el Evangelio, abrazar, saludar, besar y agasajar a los que conocemos, ya sean familiares o miembros de nuestro pequeño gueto eclesial, mientras que despreciamos, criticamos y echamos por tierra a los que no piensan como nosotros, no ya fuera de la Iglesia, sino también dentro de ella. Pero, y disculpen, no nos apartemos del tema…
San Juan Gualberto, como buen hombre de armas medieval e imbuido de esa mística del honor, muy propia del genio italiano, no dudó en vengar la muerte de su hermano y pasar a cuchillo al asesino del mismo. Sin embargo, un gesto, movido por el miedo y la indefensión, lo cambia todo: el signo de la cruz, representado en aquel asesino con los brazos abiertos y desarmado, transforma la vida de san Juan y hace que, en vez de vengarse, salve la vida de su pariente y lo acoja como un hermano. Y es el signo de la Cruz, de la cual era muy devoto nuestro aguerrido Juan, tiene un poder de persuasión grande, que es capaz de cambiar el rumbo de la historia humana y personal. Y así lo hizo en el caso de Juan, ante cuya sombra cambió los sentimientos de ira y venganza, por los de piedad y perdón. Y fue tal ese cambio, que le fue concedida la gracia, como a san Francisco, de ser visitado por Nuestro Señor a través de su imagen en la Cruz, lo que, como en el caso de nuestro Seráfico Padre san Francisco, le dio la puntilla definitiva para cambiar de vida.
Eclesial, porque san Juan Gualberto no se conformó con una experiencia personal de Cristo, sino que quiso dar un sentido más amplio a esa especial gracia que le fue concedida. Por ello, siguiendo el consejo de san Benito, no antepuso nada al amor de Cristo, y, como san Ignacio de Loyola o san Camilo de Lelis, abandonó la milicia terrenal para servir a la celestial que, al contrario de la primera, tiene un Capital que conoce la dureza del combate y que sabe repartir el botín conquistado con aquellos que le sirven leal y sacrificadamente. Y ahí tenemos a san Juan Gualberto siguiendo los pasos de san Benito bajo la guía de san Romualdo, fundador de los Camaldulenses. Pero, creo yo, que el ímpetu de san Juan Gualberto, como el de san Ignacio, le empujaba a empresas mayores, en un ambiente eclesial poco edificante y necesario de reforma en la cabeza y los pies.
Y es así, como funda una Orden dedicada a una doble tarea que, hoy también es necesaria, a saber: la denuncia y reforma de las costumbres del clero y la evangelización. La primera era bastante complicada y compleja, sobre todo, en los altos niveles de la Jerarquía donde la compra – venta de cargos eclesiásticos estaba a la orden del día, negocio lucrativo fomentado por la autoridad civil que llenaba obispados, abadías y parroquias de parientes, amigos y conocidos con poca o ninguna vocación. Esta situación recibía el nombre de “simonía”, en honor de Simón el Mago, aquel pillastre samaritano que, convertido por el diacono Felipe, quiso comprar a Pedro y Juan la gracia del Espíritu Santo para obrar los milagros que ellos hacían. La simonía, junto con el concubinato eclesial, o sea, el amancebamiento de clérigos con mujeres, fue una de las principales lacras de la Iglesia medieval a la que combatieron, con todas sus fuerzas, hombres como san Pedro Damián o san Gregorio VII, el artífice de la gran reforma eclesial y que se opuso a este lucrativo negocio en la llamada “Lucha de las Investiduras”.
En cuanto al segundo aspecto, la evangelización, estaba claro que era necesaria la predicación de la divina palabra, en un ambiente que adolecía, en muchos aspectos, de una vivencia firme de los principios cristianos más elementales en fe, moral y costumbres. A pesar de que casi toda Europa era ya cristiana, la rudeza de las costumbres, tanto entre clero y seglares, hacía necesaria una frecuente predicación que los asentase firmemente una y otra vez. Y a esto se consagro san Juan Gualberto, como también hombres de la talla de san Pedro Damián o san Bernardo de Claraval, monjes y predicadores que glosaban la Palabra de Dios y denunciaban los pecados y corruptelas de toda la sociedad, entre no pocas críticas de cristianos acomodados que, por desgracia, siempre ha habido y que deseaban una religión menos exigente y más moralmente permisiva.
Vemos, pues, que es mucho lo que nos enseña este santo olvidado, al menos para los que no se mueven en círculos monacales o se miran el santoral con lupa, y que tiene una gran proyección para nosotros. La devoción a la santa Cruz, el perdón, la conversión, la denuncia, el anhelo de reforma y la consolidación de la fe, la moral y las costumbres cristianas son elementos a destacar en la vida de san Juan Gualberto, pero que siguen siendo tan validos hoy como lo fueron en la Edad Media, porque la esencia del ser humano sigue siendo la misma y su anhelo de perfección y santidad permanece siempre en su alma.
ORACION
Os suplicamos, Señor, que nos recomiende la intercesión del bienaventurado Juan Gualberto, Abad, a fin de que consigamos por su patrocinio lo que no podemos con nuestros méritos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
[1] Breviario Romano (1960), Lección III del I Nocturno de la fiesta de san Juan Gualberto (III Clase, blanco)
[2] Misal Romano (1962), Evangelio de la Misa.
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