Una distorsionada obsesión por la autoridad papal tiene el indeseable efecto secundario de disminuir en gran medida la estatura de los obispos, al punto que ellos parecen incapaces de proclamar la fe ortodoxa
La obsesión por cada palabra del Papa hace que los obispos eludan su responsabilidad de enseñar la Fe, por Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
Ya que el Vaticano I define que el Papa tiene “aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres”, se sigue que la autoridad de los Papas y de los concilios ecuménicos, o de los obispos considerados en su totalidad como testigos de la Fe y maestros de su rebaño, es esencialmente idéntica.
Nótese que la infalibilidad es una garantía negativa. Significa que se está libre de error cuando se está definiendo materias de fe o de moral. Por lo tanto, un Papa que enseña ex-cathedra y un concilio que hace de fide declaraciones y anatematiza sus errores contrarios están igualmente enseñando infaliblemente, esto es, sin posibilidad de error, aunque no está garantizado el haber dado la mejor o más completa formulación, que podría admitir una no posible mejora o argumentación. Es más, se desprende de ello que un Papa o un concilio que enseña sin significar tal intención al declarar y obligar a todos los cristianos está enseñando con autoridad magisterial, pero sin esta garantía de infalibilidad.
En otras palabras, un Papa o un concilio pueden estar en el error cuando no están enseñando infaliblemente (lo cual es casi una afirmación tautológica).
Más allá de esta garantía negativa para el papado, el episcopado de todo el mundo disfruta de una garantía positiva de que el depósito de la fe nunca perecerá dentro de él. El juramento antimodernista lo expresa así: “el criterio cierto de la verdad que está, ha estado y estará siempre en el episcopado transmitido por la sucesión de los Apóstoles.” En este sentido, el cuerpo colegiado de los obispos goza de un privilegio positivo del cual el Papa, tomado aisladamente, carece.
Así es como dos académicos me lo explicaron (tomado de sus próximos libros a publicar):
Esta unión de garantías positivas y negativas, ausente en la enseñanza meramente papal, es la razón de porqué el obispo Vincent Gasser dijo en su Relatio del Vaticano I que “el más solemne juicio de la Iglesia en materias de fe y moral es y siempre será el juicio de un concilio ecuménico, en el cual el Papa juzga junto con los obispos católicos del mundo que se encuentran y ellos juzgan junto con él.” Por el contrario, esta es la razón de porqué el Concilio de Florencia sintió la necesidad de justificar la adopción unilateral de la Santa Sede del Filioque como resultado “de una inminente necesidad”. La implicación es que la Santa Sede no debería definir unilateralmente excepto por una inminente necesidad.
Repito: tanto la enseñanza papal como conciliar pueden estar en el error (esto es, son falibles) precisamente cuando ellas no oficial ni expresamente comprometen el nivel más alto de autoridad que les pertenece, verbigracia, estableciendo la doctrina de una manera definitiva, lo cual será expresado por el lenguaje indicando que eso está siendo enseñado como perteneciente a la fe católica y debe ser abrazado por todos bajo pena de exclusión del cuerpo de Cristo.
La encíclica papal como género fue inventado por Benedicto XIV en el siglo dieciocho. Ningún Papa se dirigió a la Iglesia Universal sin estar definiendo hasta Gregorio XVI en 1832. Si esto es correcto, puede argumentarse que la instrucción rutinaria de enseñanza falible a la Iglesia Universal es un uso inapropiado del oficio papal, el cual eclipsa las funciones del obispo diocesano.
La hipertrofia de la autoridad papal en los últimos 150 años ha tenido el indeseable efecto secundario de disminuir grandemente el valor de los obispos, al punto donde ellos parecen incapaces de proclamar la fe ortodoxa o de enfrentarse a los herejes sin el liderazgo del Papa o incluso sin que les proporcione un guion. El último reductio ad absurdum es el sorprendente espectáculo de hoy: unos 5.100 obispos católicos, la vasta mayoría de los cuales parece ser incapaz de decir una palabra contra una notoria manufactura de escándalos y de herejías multifacéticas.
Vamos a contrastar la situación con las sonoras declaraciones del Sínodo de Letrán del A.D. 649, todavía en la heroica era de los Padres de la Iglesia:
“Si alguno (…) no rechaza y anatematiza, de alma y de boca, a todos los nefandísimos herejes con todos sus impíos escritos hasta el último ápice, a los que rechaza y anatematiza la Santa Iglesia de Dios, Católica y Apostólica (…) esto es, a Sabelio, Arrio (…) y en una palabra, a todos los demás herejes (…) Si alguno (…) no rechaza y anatematiza a una voz con nosotros todas estas impiísimas doctrinas de la herejía de aquellos y todo lo que en favor de ellos o en su definición ha sido escrito por cualquiera que sea (…)ese tal sea condenado.”
Canon 18, Denzinger- Ruiz Bueno (trad) 271-272
¿Puede este pasaje ser dado de baja, al estilo protestante, como un ejemplo más de cómo lo arrogante e intolerante que la Iglesia Católica se había convertido después de varios siglos de prominencia pública y pretensiones pastorales? No, este truco no funcionará. Fue San Pablo y San Juan, cuyas credenciales apostólicas no son cuestionadas por los cristianos sanos, los primeros quienes nos dieron el modelo de condenación de los herejes por su nombre y no en términos equívocos. En 2 Timoteo y en la 3 de Juan encontramos los siguientes siete nombres explicados con detalle: Figelo, Hermógenes, Himeneo, Fileto, Demas, Alejandro, Diófretes. Sus nombres están en las Escrituras por la única razón de proveer de una modelo de cómo tales personas debían ser tratadas.
De acuerdo con toda la historia y práctica de la Fe, uno debe confrontar al hombre que es un hereje y condenar las doctrinas de ese hombre, y al hombre por igual.
No es suficiente condenar los errores sin señalar a aquellos que las originan, promueven o defienden.
Esta es la gran debilidad de aquellos que no llamarán al Papa Francisco como una fuente de males, sino que se contentan con gesticular “problemas”, “errores”, “confusiones” y “errores”. No solo es no caritativo dar nombres, no es caritativo no dar nombres.
En vez de esto la Iglesia de nuestros días promueve una cultura en la cual cada individuo puede afirmar cualquier doctrina que a él se supone le suena bien, intercambiando su idea con la de alguien que no está de acuerdo en una eterna dialéctica hasta el fin de los tiempos. Tal cultura es una reminiscencia de la posición de los protestantes quienes tienen solo la autoridad privada de sus interpretaciones de las Escrituras, a falta de un cuerpo de enseñanza basado en el Depósito de la Fe y en una jerarquía eclesiástica a la cual es posible recurrir y desde la cual se pueden transmitir respuestas. Doctrinas intercambiables como esta, en un gran dar y recibir amistosa tolerancia no es y nunca ha sido católico. Esto sería mejor llamarlo “anglicano.”
La manera católica, es decir, la proclamación autoritaria y la clara condenación, es la manera de Cristo, de los apóstoles y de los Padres. Fue la manera de la Iglesia hasta el Vaticano II, cuando Juan XXIII firmó una ruptura con la práctica anterior en Gaudet Mater Ecclesia: ahora la medicina de una misericordia optimista sería repartida a los hombres de pelagiana buena voluntad. Este nuevo método, cargado de sentimientos y luz sobre la verdad, combinado con un desenfrenado hiperpapalismo y disminución episcopal, resulta en un cuerpo eclesiástico disfuncional.
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por lifesitenews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo en su página original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/obsession-with-popes-every-word-makes-bishops-shirk-their-responsibility-to-teach-the-faith
La obsesión por la autoridad papal está confundiendo a muchos católicos desinformados, para no quedar confundidos te invitamos a leer este interesante artículo en nuestra página.
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