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Un escritor santo: John Henry Newman

La vida de John Henry Newman ilustró una verdad: solo a través de la silenciosa acogida del amor desinteresado es que el sufrimiento humano alcanza un fin, personificado en la vida de Cristo.

Un escritor santo: John Henry Newman, un artículo de Elayne Allen para The Imaginative Conservative

Según un santo recientemente canonizado, “los santos no son escritores.” Pero este santo, John Henry Newman, fue él mismo un escritor. Escribió una vez: “No tengo nada de santo como todos saben…[Los santos] no aman los clásicos, no escriben novelas.” Creo que este era el característico autodesprecio de Newman al hablar. Sin embargo, a pesar de su mala mirada a la vida literaria, seguramente sabía que los grandes libros pueden revelar el resplandor del mundo más vívidamente que como pueden hacerlo los mismos ojos. Pequeñas letras negras página tras página pueden dirigir nuestras mentes hacia los significados cósmicos de nuestras amistades,  fatigas, motivaciones y hábitos. Y es esto exactamente lo que los escritos de Newman han hecho por mí. Me enseñaron a ver la gracia y la belleza que esperan nuestra atención en cada esquina de la vida, en especial, escribiendo, leyendo e incluso sufriendo. Como muchos de nosotros vadeamos con dificultad a través de una cuaresma teñida de coronavirus sin iglesia, vale la pena ponderar lo que puede mostrarnos la mente notablemente clara y el corazón pleno de Newman.

Lo que primera vez que conocí la obra de Newman fue como una protestante evangélica en la más grande universidad Bautista del mundo, Baylor, localizada en el centro de Texas. Mi profesor me asignó las brillantes cartas de Newman denunciando la “sala de lectura” Tamworth de Sir Robert Peel, mediante la cual Peel pensaba facilitar la unidad civil en una era de acaloradas disputas religiosas. La armonía civil, proclamaba Peel, se lograría mejor si se enseñara a las masas poco ilustradas acerca de materias saneadas y aceptadas como la “teología natural” o los tópicos científicos. Señaladamente estas salas de lectura excluían material sobre doctrina cristiana, un tópico demasiado inconveniente e inapropiado. En respuesta al panfleto de Peel sobre la sala de lectura, Newman, despiadadamente meticuloso, publicó siete largas cartas despreciando la ingenua idea de que el “neutral” conocimiento de un orden inferior podría de alguna manera suplantar los desacuerdos de magnitud eterna.

Estas cartas, más que cualquier obra que yo había leído previamente, me mostraron las maravillas de un pensamiento y de unos escritos nítidos. Percibí una cierta grandeza en su claridad de pensamiento y en su caprichoso y a veces cáustico tono. Por ejemplo: “Que la pena, la ira, la cobardía, la presunción, el orgullo o la pasión puedan ser templados por…astillas de rocas o cálculos de longitud es la más grande de las pretensiones que un sofista o un charlatán han profesado alguna vez a un auditorio abierto. Si la virtud es el señorío de la mente, si su fin es la acción, si su perfección es el orden interno, la armonía y la paz, debemos buscarla en lugares más serios y sagrados que en las bibliotecas y salas de lectura.” Newman puntualiza que escribir con persuasión a menudo significa escribir bellamente, algunas veces a expensas de las tontas ideas de otros.

Convencida de la virtuosidad intelectual de Newman, y también levemente intrigada por su dramática conversión al catolicismo,  procuré leer más de él.

Así, al verano siguiente, mientras era una interna en la universidad en Washington DC, pasé mis fines de semana en un café local leyendo “La idea de universidad”. Este libro son una serie de conferencias que Newman concedió mientras era rector de una universidad en Irlanda. Mi propio programa de Grandes Textos en Baylor se asemejaba de muchas formas al esquema educacional que Newman establece (¡claro está que excepto por las chicas!), así que leer un tratamiento sistemático de la educación liberal fue, créanlo o no, algo emocionante. Pero antes de que ustedes se burlen de mi excesivo entusiasmo académico, consideren esto: nadie en mi familia inmediata recibió una educación liberal, así que llegué a estar rápidamente cautivada cuando por primera vez fui expuesta a un ambiente donde el aprendizaje se hacía, por sobre todo, por sí mismo. Estas disciplinas, especialmente las humanidades, recubrían el mundo con una sombra misteriosa bajo la cual el cosmos posee un significado inagotable, y merece una investigación y  descubrimiento continuo. La articulación de Newman de este modo de aprendizaje fue también una articulación del mundo que conocí en Baylor, uno que no podía explicar por mi cuenta y que enriqueció mi mente.

Pero la más crucial influencia de Newman en mí estaba por venir. Después de aprender sobre la historia de la Iglesia católica y de leer mucho a Dostoievski y la teología Ortodoxa, supe que llegaría a convertirme en católica u ortodoxa. Pero probablemente Ortodoxa porque, bueno, el filioque era definitivamente anticuado y los católicos eran algo espeluznantes, especialmente cuando parecían disfrutar estar hablando del pecado y del infierno un poco mucho.  Mi crianza protestante no denominacional dio paso a la presentación católica y ortodoxa de una iglesia unificada e institucional, una que fue fundada por Jesucristo durante su ministerio terrenal. Ambas, la Iglesia Católica y la Ortodoxa, reclaman ser esta iglesia, y ambas están en la razón en un sentido. Tienen 1000 años de historia compartida y comparten más doctrina que cualesquiera otras dos comuniones cristianas. Sin embargo, una tiene una posesión plena de la verdad, y yo estaba bastante segura que era la Iglesia Ortodoxa.

Esta era mi mentalidad cuando leí el Desarrollo de la Doctrina Cristiana de Newman.

Newman expone la idea de que las primeras verdades de la Iglesia necesitan tiempo y nuevas circunstancias para realizarse plenamente. La estructura finita de la mente humana, argumenta Newman, es tal que necesitamos ver un concepto con varias luces e incluso contrastadas con el error para comprender todas sus implicaciones claves. La doctrina de la Santísima Trinidad, por ejemplo, no fue definida sino hasta el 325 en Nicea, después de la emergencia provocada por la herejía arriana. Newman me mostró, bastante claramente, que la Iglesia Católica es la única comunión donde la doctrina aún se desarrolla correctamente. Por ejemplo, en 1854 el Papa Pío IX declaró el Dogma de la Inmaculada Concepción de María (infalible, principio de fe divinamente revelado). Esta enseñanza se convirtió en dogma después de germinar por siglos en la sagrada tradición de la Iglesia. Exquisito fue el retrato del crecimiento de la Iglesia que pintó Newman es como un árbol con formidables ramas que se dividen en incontables pequeñas verdades para formar un conjunto bellamente abigarrado. Persuadida, fui recibida en la Iglesia Católica el 6 diciembre de 2017.

 Newman cuenta su propia conversión en su Apología pro Vita Sua. Ahí vi el más completo retrato suyo: un sensitivo hombre emocional y espiritual, a menudo condenado al ostracismo y a estar en solitario. Ya controversial siendo anglicano cuando publicó sus ampliamente leídos textos o panfletos defendiendo a la Iglesia de Inglaterra contra los peligros de las reformas liberalizadoras, su conversión al catolicismo le significó la pérdida de muchos amigos y de reconocimientos profesionales. Su conversión no fue simplemente un evento jovial y libre de fricciones como la mía, fue difícil. Dijo, en el momento de su conversión: “Al presente me temo que, en la medida que analizo mis propias convicciones, considero que la comunión Romano Católica es la Iglesia de los Apóstoles.” Él entró en la Iglesia Católica con temor y temblor, no solo a causa de las consecuencias sociales que prometía seguir, sino porque él estaba siguiendo la verdad al lugar al cual inicialmente se resistía con fuerza. Su búsqueda de la verdad lo castigó y lo humilló, conduciéndolo prácticamente al último lugar en el que deseaba estar. Pero esto fue, junto con persuadirme de la veracidad del catolicismo, la más importante idea que Newman me ofreció. En sus más oscuros y solitarios momentos, él sabía que su profundo sufrimiento no era el final. Una de sus más famosas oraciones es:

“Guíame, Luz Amable, entre tanta tiniebla espesa, ¡llévame Tú! Estoy lejos de casa, es noche prieta y densa, ¡ llévame Tú! Guarda mis pasos; no pido ver confines ni horizontes, sólo un paso más me basta. Yo antes no era así, jamás pensé en que Tú me llevaras. Decidía, escogía, agitado; pero ahora,  ¡llévame Tú! Yo amaba el lustre fascinante de la vida y, aun temiendo, sedujo mi alma el amor propio: no guardes cuentas del pasado. Si me has librado ahora con tu amor, es que tu Luz  me seguirá guiando entre páramos barrizos, cárcavas y breñales, hasta que la noche huya y con el alba, estalle la sonrisa de los ángeles, la que perdí, la que anhelo desde siempre.”

Cuando las tinieblas circundan, cuando se extingue la esperanza, es precisamente en ese momento que Jesucristo vive, encorvado y ensangrentado, llevando su cruz al Calvario, en un acto estelar de amor totalmente sin precedentes. La vida de Newman ilustró una verdad sugerida por las novelas de Dostoievski: solo a través de la silenciosa acogida del amor desinteresado es que el sufrimiento alcanza un fin, personificado en la vida de Cristo. A pesar de su recurrente desánimo, la firme aceptación de esta verdad es lo que hizo de él ser digno de la santidad.

Newman escogió un bellamente simple lema como cardenal: “Cor ad cor loquitur”, el corazón habla al corazón. El eterno tema de su obra es que la adquisición de conocimiento involucra mucho más que un proceso racional formulista. Añadimos prejuicios a nuestro pensamiento; confiamos en algunas fuentes de información más que en otras; arbitrariamente excluimos información pertinente a nuestras creencias, y por esta razón es que enfatiza que Dios habla primeramente a nuestros corazones, y que nosotros nos comunicamos mejor cuando nuestros corazones están en sintonía con la virtud. El corazón de Newman llevaba amor por sus semejantes y por la verdad. Él anhelaba ilustrar silenciosamente la verdad a los demás y no solo discutirla. Creo que esta última característica es la razón de porqué la gentil guía de Newman ha acarreado hasta ahora a tantas almas sedientas, incluida la mía.

Elayne Allen para The Imaginative Conservative

Puedes leer este artículo sobre John Henry Newman en su sitio original en inglés aquí: https://theimaginativeconservative.org/2020/05/literary-saint-john-henry-newman-elayne-allen.html

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