¿Qué hacer cuando las leyes del estado y el derecho divino no van en la misma dirección? Dios y el César, ¿es posible obedecer a ambos?
MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO. Rev. D. Vicente Ramón Escandell
Dios y el César
1. Relato Evangélico (Mt 22, 15-21)
Entonces los fariseos se fueron y consultaron entre sí, cómo le sorprenderían en lo que hablase. Y le envían sus discípulos, juntamente con los herodianos, diciendo: «Maestro, sabemos que eres veraz, y que enseñas el camino de Dios, en verdad, y no te cuidas de cosa alguna; porque no miras a la persona de los hombres: Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito dar tributo al César o no?» Mas Jesús, conociendo la malicia de ellos, dijo: «¿Por qué me tentáis, hipócritas? mostradme la moneda del tributo». Y ellos le presentaron un denario. Y Jesús les dijo: «¿Cuya es esta figura e inscripción?» Dícenle: «del César». Entonces les dijo: «pues pagad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios». Y cuando esto oyeron, se maravillaron, y dejándole, se retiraron.
2. Comentario al Evangelio
Terminado el ciclo de las parábolas de la viña, en las que Jesús manifiesta el resultado catastrófico del rechazo de su persona y mensaje para el pueblo de Israel, es el turno de sus enemigos. Estos van a buscar, a partir de ahora, cualquier ocasión para poner en entredicho a Jesús y suscitar la animadversión hacia el del pueblo y de las autoridades romanas, preparando así el terreno para su prendimiento, juicio y ejecución.
En esta ocasión, buscan poner a Jesús en entredicho respecto al poder de Roma, manifestado en su ejército y administración. La pregunta sobre el impuesto del César busca ponerlo en entredicho ante el pueblo y la autoridad romana: responda lo que responda, sabrán manipular sus palabras para enemistarlos con ambos. Sin embargo, una vez más, Jesús, conocedor de sus más íntimos pensamientos, desbarata sagazmente su emboscada, con una respuesta que se ha convertido en el principio rector de las relaciones entre la Iglesia y el poder civil: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios; al primero le corresponden todas aquellas cosas encaminadas al bien común, como son los impuestos; y al segundo todo aquello que va encauzado al fin último del hombre, y, sobre todo, la conciencia, donde sólo puede entrar Dios, pero que está vetada a todo poder humano. De esta manera, Jesús deja bien sentado el principio de las relaciones Iglesia – Estado, pero también pone de manifiesto la hipocresía de sus enemigos que, de cara el pueblo, criticaban la ocupación romana, pero en la intimidad la aceptaban por los beneficios sociales, económicos y políticos que les reportaba.
3. Reflexión
Una sola cosa tienen los hombres para no obedecer cuando se les exige algo que repugna abiertamente al derecho natural o al derecho divino. Todas las cosas en las que la ley o la voluntad de Dios resultan violadas, no pueden ser mandadas ni ejecutadas. Si, pues, el hombre se ve obligado a hacer una de las dos cosas, o despreciar los mandatos de Dios, o despreciar la orden de los príncipes, hay que obedecer a Jesucristo, que manda ‘dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.’, nos recuerda el Papa León XIII1.
El cristiano no desarrolla su vida al margen de la sociedad en la que se encuentra, nos es un ser aislado, desconectado de su sociedad y de sus problemas. Sino que vive su fe en el seno de una sociedad organizada políticamente, en la que participa y toma parte de su gobierno y desarrollo. Es al mismo tiempo hijo de Dios y ciudadano de la Polis, compartiendo la condición de animal político, como definió Aristóteles al hombre, de todos sus semejantes.
Esta pertenencia a la sociedad, hace que no deba ni pueda mostrarse indiferente ante los deberes y obligaciones inherentes a tal situación. El cristiano, como todo ciudadano, está llamado a respetar y ayudar a los gobernantes en la difícil misión que tienen encomendada; y cumplir con fidelidad las leyes justas, que contribuyan al bien común y no contradigan su conciencia, la ley natural o los derechos de Dios. Al mismo tiempo, deben ejercer de un modo ordenado la crítica hacia quienes ostentan la autoridad, cuando sus decisiones resultan parciales y opuestas al servicio del bien común, fin último al que esta ordenado todo poder humano.
Si estas son las obligaciones del cristiano, en cuanto ciudadano, el poder civil también las tiene para como él y los demás ciudadanos. La más importante de estas es el servicio al bien común que comprende, no sólo la salvaguarda de sus derechos civiles y políticos, sino también la creación del conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección2, que es el bien común, por encima de cualquier parcialidad política, social, económica o ideológica.
A este noble fin debe consagrar el poder civil, todos sus esfuerzos y recursos, y no a la consecución de otros fines ajenos a su naturaleza y función. Pues, iría en contra de ambas, si usase de los medios de que dispone, para erigirse en un absoluto que exigiese a los ciudadanos, y entre ellos a nosotros, cristianos, un sometimiento de su libertad y conciencia a dictados contrarios a la ley natural y divina. En esa coyuntura, el cristiano estaría llamado, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, a obedecer a Dios antes que, a los hombres, pues, nadie puede servir a dos señores; porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. Así actuaron los mártires en tiempos de la persecución romana y en otras dadas más recientemente, pagando con sus vidas la salvaguarda del amor a Dios sobre todas las cosas y la recta comprensión del poder civil como algo, no divino, sino humano y al servicio del bien temporal y espiritual de los ciudadanos.
4. La Voz de Pedro
LEÓN XIII (1810-1903 / 1878-1903)
<< Pero si las leyes de los Estados están en abierta oposición con el derecho divino, si se ofende con ella a la Iglesia, o contradicen a los deberes religiosos, o violan la autoridad de Jesucristo en el Pontífice supremo, entonces la resistencia es un deber, y la obediencia un crimen, que, por otra parte, envuelve una ofensa a la misma sociedad, puesto que pecar contra la religión es delinquir también contra el Estado. >>
Encíclica Sapientiae christianae, del 10 de enero de 1890 (n. 11)
5. Oración
Señor y Dios nuestros, que riges con justicia y equidad, los destinos del Universo y de la Historia; no dejes de guiar a nuestros gobernantes para que, abandonado todo interés particular, consagren su labor al bien común, espiritual y temporal, de quienes gobiernan. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
1 Encíclica Diuturnum Illus sobre el origen de la autoridad política (1881), n. 11
2 Encíclica Mater et Magistra (1961), n. 65
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