El 18 de marzo de 1861, el beato Pío IX dirigió a los fieles una alocución que suele pasar desapercibida por razón de la mayor fama de la que gozan la encíclica “Quanta Cura” y el “Syllabus” que lo acompañaba, dados ambos a la luz poco después. En gran manera, “Iamdudum cernimus” anticipa, en sus escuetos doce párrafos, la ideología que el gran papa debió combatir a lo largo de su pontificado y que todavía nos asola; precisamente el título del documento quiere decir en latín “desde hace tiempo vemos”, refiriéndose, según se aprecia en el texto, que seguidamente glosamos, al triunfo del liberalismo.
A los ciento sesenta años de Iamdudum Cernimus. Un artículo de Miguel Toledano
Lamentablemente, como ocurre a menudo con el magisterio romano, en esta ocasión se encuentra únicamente disponible en idioma italiano en la página oficial de la Santa Sede, por lo que esperamos que esta breve recensión pueda ser de utilidad a los lectores hispanohablantes de Marchando Religión.
En el primer párrafo, el papa recuerda la oposición existente entre la filosofía moderna, de una parte, y la justicia y la religión, de la otra. Por eso el pontífice no puede reconciliarse con tal liberalismo, con el fin de salvaguardar íntegros los principios de la doctrina católica.
A continuación, el santo padre advierte que algunos liberales se presentan como católicos, incurriendo en contradicción pues no cabe defender que se divulguen públicamente “opiniones horribles, muchos errores y falsos principios completamente opuestos a la Religión católica y a su doctrina” y, al mismo tiempo, defender ésta.
Muy al contrario, no deberían favorecerse cultos falsos; ni admitirse infieles a los puestos públicos; ni asignarse fondos públicos a entidades acatólicas. Tampoco cabe reconocerse la libertad de expresión para oponerse a la Santa Iglesia y a la fe de Cristo.
No sólo no puede el vicario de Cristo apoyar tales aberraciones, sino que tampoco debe alcanzar pactos ni alianzas en tanto aquellas premisas no se corrijan. En realidad, Pío IX advierte el peligro: el liberalismo es un sistema “fabricado expresamente para debilitar e incluso destruir la Iglesia de Cristo”. Aludiendo expresamente a la Segunda Carta a los Corintios, el fiel defensor de la fe recuerda que no es posible la comunicación entre justicia e iniquidad, ni el acuerdo entre Cristo y Belial.
La unificación italiana es un ejemplo histórico de tal designio. Los usurpadores de los antiguos reinos y repúblicas, más que reformas administrativas por el bien de los súbditos, buscaban “la rebelión y la completa ruptura con los Príncipes legítimos”. Para explicar que los liberales no perseguían el bien del pueblo, sino el suyo propio, el papa Mastai Ferretti acude en este caso a una comparación entre liberales y fariseos procedente de san Beda el Venerable: “Estas falsedades no las sostenían miembros del pueblo, sino Fariseos y Escribas”. En un artículo anterior ya hemos subrayado el carácter elitista y antipopular de la revolución liberal.
Observando en perspectiva la advertencia del pontífice se confirma que tenía razón: De entonces a esta parte se ha erosionado en forma impresionante la herencia preciosa de la fe, fruto del sacrificio del Gólgota. Hasta el punto de que la misma sede petrina ya no es “el baluarte de la verdad”, mantenido incólume por aquel obispo de Roma a pesar de haber sido expoliado de sus legítimos Estados.
También acertaba Pío IX al resaltar el carácter insaciable de la Revolución: se hace primero amiga pretendida de la verdad y de la Iglesia, pero es sólo una estrategia hipócrita para ir minando poco a poco toda regla derivada de la tradición. Junto a la tentación del acuerdo operan la perversión de la conciencia moral de los individuos y la transformación del ordenamiento jurídico, a la que ya hacía referencia el profeta Isaías en la época del Antiguo Testamento.
Por su parte, el papa y los obispos han de seguir enseñando a los fieles la doctrina de las verdades evangélicas. Este punto se halla igualmente en crisis, acreditada por la división existente entre los mismos sucesores de los apóstoles, a la que no es ajena el de san Pedro, y por la deficiencia de la enseñanza ofrecida a la Iglesia discente, que ni siquiera se reconoce hoy como tal.
Pío IX recibiría abundantes cartas procedentes de los fieles italianos en las que en absoluto le solicitaban el acuerdo o la reconciliación con los impíos, sino que, al contrario, se solidarizaban con las penurias que el liberalismo estaba infligiendo a la Sede Apostólica. En la actualidad, el mundo ya no ataca al pontífice, porque desde el Concilio Vaticano II los papas romanos se han reconciliado con el mundo, han pactado con Belial.
Hacia el final de su texto, al estilo de la tradición de la Iglesia hasta bien entrado el siglo XX, el papa formula una declaración solemne: La Iglesia no debe reconciliarse con el liberalismo, a cuyos adeptos no obstante perdona como Cristo perdonó a sus agresores en espera de su conversión, rezando por ellos y deseando poder bendecirlos algún día.
Pero para ello es preciso que vuelvan al “único rebaño”. Qué contraste éste con la libertad religiosa, el ecumenismo y el diálogo interreligioso predicado modernamente. Para poder bendecir, el papa exige que los infieles se conviertan y entren en la Iglesia católica, única titular de la fe verdadera. En la actualidad, la jerarquía eclesiástica no habla de que el rebaño sea único, salvo en la equivoca terminología de “Pueblo de Dios”, que apunta más bien al indiferentismo religioso por incluirse en él a los seguidores de diversos credos.
Antes de terminar, Pío IX se somete humildemente a la justicia divina, suplicando a Cristo para que lo juzgue en su calidad de Vicario. Como tal, el papa aspira a la “coronación y gloriosa victoria” de la Iglesia, causa y combate que le honran. Hoy se aspira sólo a la paz, pero no a la paz de consuno con “la justicia que sólo cabe esperar de Él”, sino a una paz pretendidamente desvinculada de la ley divina.
En síntesis, siguiendo la estela de Gregorio XIV, Pío IX publicó una guía clara de doctrina política, que contrasta con las desviaciones de los últimos sucesores de Pedro. Ni libertad religiosa, ni sana laicidad ni consensos por el estilo. El liberalismo como sistema de gobierno es, en palabras del papa marquesano, “fatal” y constituye una “calamidad humana”. Si releemos al Beato, a los ciento sesenta años de su imponente discurso, no erraremos – y todo ello sin necesidad de hermenéuticas de la continuidad. In claris non fit interpretatio.
Miguel Toledano Lanza
Domingo décimo tercero después de Pentecostés
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