Lo que Pablo VI defendió con la Humanae Vitae fue la bondad del ser, la belleza de la creación, el divino don de la procreación, el llamado a ir más allá de nosotros mismos en el amor.
Humanae Vitae: el acto de fidelidad cristiana más contracultural de Pablo VI, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
Traducido por Beatrice Atherton para MR
Hoy (25 de julio, 2018) conmemoramos el cincuenta aniversario de la Humanae Vitae, el acto de fidelidad cristiana a la ley de Dios más contracultural de Pablo VI. Esta famosa encíclica continúa siendo atacada por una amplia franja de modernistas, desde los funcionarios top del vaticano hasta los sospechosos usuales del National Catholic Reporter.
Ante esta decidida resistencia, que muestra visos de continuar por otro medio siglo, sería apropiado reflexionar sobre las profundas razones de porqué los cristianos debemos rechazar la anticoncepción artificial.
No es solamente porque la práctica de este vicio conduce a consecuencias perversas, tales como el egoísmo en las relaciones, la lujuria desenfrenada, el trato de los hijos como objetos y posesiones, y la denigración de la dignidad personal del cuerpo volviéndolo un objeto. No, es porque la fertilidad de un hombre es un don sublime, una imitación del mismo Dios, una forma en la cual participamos de Su acto de creación y providencia.
Los más grandes filósofos paganos ya reconocían esta verdad.
Platón vio la fertilidad como la expresión que busca la belleza: las cosas bellas buscan naturalmente multiplicarse. Proclo vio la fertilidad como la propiedad metafísica de la bondad: todo verdadero bien se propaga. Aristóteles la vio como la manera en la cual todas las cosas se esfuerzan por participar de la plenitud divina de la vida: si uno no puede existir eternamente, como Dios, puede hacer eco de la eternidad a través de la fecundidad.
No es accidental que las religiones antiguas estuvieran caracterizadas por cultos, ritos y ofrendas enfocadas en la fertilidad. El tema central de las ceremonias de las bodas siempre fue la fertilidad, el engendrar y dar nueva vida. Los ritos tradicionales de iniciación se centraban alrededor del nuevo y misterioso poder de la generación, los niños se convertían en hombres y las niñas en mujeres, porque ellos ahora podían ejercitar la paternidad o la maternidad, en común con sus mayores en la sociedad.
Siempre fue visto como que había algo divino en este poder de procreación, porque reflejaba el poder de la creación oculto en las profundidades de la naturaleza o en el corazón del Dios creador. Así como el hombre fue llamado a ejercer la “providencia” o previsión a imitación de Dios, así también, él fue llamado a participar en la obra de la creación.
Esto es lo que ya los paganos percibieron, aunque a tientas en las sombras de un mundo sin la revelación, ¡no iluminados por el esplendor de la verdad cristiana de que Dios mismo vive una vida de infinita fecundidad en las relaciones de la Santísima Trinidad!
Cuando un hombre puede dominar su habilidad para tener hijos y usa este dominio para evitar traerlos a la existencia, este poder abusivo ya muestra un divorcio entre su vida (un montón de deseos particulares, ambiciones, ansiedades, etc.) y la bondad de la vida misma, la que es infinitamente compartible, como en la Santísima Trinidad.
En otras palabras, si incluso un hombre o una mujer encontraran que su propia existencia es un bien, el ser en sí mismo no es sentido como un bien a ser multiplicado. La existencia es neutra o negativa. Se trae al mundo un hijo calculando las ganancias y las pérdidas netas.
La vida es el primer bien y el más básico, la que antecede y funda a todas las demás.
Estamos aquí hablando acerca de una actitud inconsciente y pre-voluntaria. En términos simples, del amor a la vida y el deseo innato de compartirla, producirla, fomentarla y de regocijarse en ella.
Si pasa que los hijos no están en el foco del deseo de un joven o de una joven al pensar en el matrimonio, tanto los individuos como la sociedad deben estar profundamente enfermos. Se ha atrofiado la voluntad de vivir. Se ha atrofiado el más elemental amor de todos. El amor a ser ha disminuido al punto de desvanecerse. La anticoncepción, por tanto, apunta a la muerte espiritual, la muerte del “amor” natural por la vida.
Entonces, lo que Pablo VI defendió con la Humanae Vitae no fue una especie de “regla” arbitraria, una forzada mortificación del deseo humano. Lo que él defendió fue la bondad del ser, la belleza de la creación, el divino don de la procreación, el llamado a ir más allá de nosotros mismos en el amor.
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo en si sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/pope-paul-vis-most-countercultural-act-of-christian-fidelity/
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