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La maternidad subrogada es pecado

Miguel Toledano continúa esta semana acercándonos a un concepto muy extendido hoy en día pero que muchos desconocen en lo que concierne a los aspectos morales.

«la maternidad subrogada es pecado», Miguel Toledano

La semana pasada demostramos cómo la legislación europeísta, a diferencia de lo expresado por la doctora Mónica López Barahona, no prohíbe el alquiler de útero, alquiler de vientre, gestación subrogada o maternidad subrogada, términos todos para designar la misma práctica, tan de moda en nuestras sociedades decadentes.

En este artículo seguiremos reseñando la conferencia impartida por la afamada científica española ante los seminaristas toledanos a finales del mes de abril.

Seis son, para la doctora López, las consecuencias del alquiler de útero:  “la pervivencia de un mundo con desigualdades económicas tremendas que llevan a admitir o justificar la explotación de un ser humano; la explotación de un ser humano especialmente vulnerable; la implantación de la cultura que asume que un hijo, un hijo verdadero, es aquel que tiene una relación genética con su progenitor; un cambio en la forma de entender la familia; el establecimiento de la obtención de un hijo mediante un contrato; y la creación de una estructura que vive y se desarrolla a costa de la maternidad subrogada (familias, clínicas, pueblos, etc)”.

A mi modo de ver, y siguiendo un orden lógico y justo, yo comenzaría destacando las consecuencias que se producen respecto de Dios:  Tratándose de un pecado, es una grave ofensa cometida por los participantes en la misma; a saber, los padres intencionales, la madre gestante y los profesionales sanitarios intervinientes.  Todos ellos acuerdan alterar el orden natural de la reproducción, que es la procreación dentro del matrimonio contraído entre hombre y mujer.  Pecado más grave aún en los gobernantes, legisladores o jueces que, en su caso, multiplicasen por acción u omisión la autorización de esta técnica inmoral.  La ofensa a los derechos de Dios es tanto más grave cuanto que esta práctica se multiplica entre parejas de invertidos, fomentando por consiguiente uno de los pecados que claman al Cielo (Catecismo Mayor de San Pío X, 967).

En segundo lugar, la Iglesia, sociedad perfecta, que ha calificado sin duda alguna la inmoralidad de la gestación subrogada, queda menospreciada y humillada en su cualidad de docente y legisladora santa.  Esta segunda consecuencia es de casi la misma gravedad que la primera, teniendo en cuenta la naturaleza del Cuerpo Místico de Cristo, su labor continuadora de la misma obra de Dios en la historia y garante del debido culto a la Santísima Trinidad.  La iglesia militante queda confundida, con grave riesgo de la perdición de sus almas; la purgante, ignorada en sus pacientes oraciones; y la iglesia triunfante resulta atacada como atacada es su misma cabeza, Nuestro Señor.  Es atacada en su alma y es atacada en su cuerpo:  En su alma porque resulta menoscabada la fe; y en su cuerpo, porque quedan afectados, directa o indirectamente, los cristianos, la recepción de sus enseñanzas y la eficacia de su orden exterior.

En tercer lugar, la Patria, ya mancillada previamente con tantas leyes inicuas, vuelve a sufrir una nueva puñalada en su mismo corazón, que debería ser el sacratísimo de su divino Rey.  La profesora madrileña hace dos referencias implícitas a esas nefastas consecuencias sobre la Patria:  “la implantación de la cultura que asume que un hijo, un hijo verdadero, es aquel que tiene una relación genética con su progenitor” y “un cambio en la forma de entender la familia”.  Nos parece más importante lo segundo que lo primero; pero yo no hablaría de “cambio en la forma de entender la familia”, sino de un jalón más en la “destrucción de la familia”.  El término cambio resulta demasiado general; los cambios pueden ser incluso a mejor.  Pero cuando se permite que un nuevo ser humano sea concebido de forma no natural, le sea arrebatado a su madre por dinero o le sea entregado a dos hombres invertidos (uno de ellos su progenitor biológico y el otro mejor no lo calificamos), lo que se produce no es un simple cambio en la forma de entender la familia, sino la degradación de ésta hasta extremos abisales, convirtiéndola en una caricatura inferior incluso al mundo animal.

Por otra parte, la primera de las consecuencias sobre la Patria apuntadas por la doctora López no se entiende bien:  “La implantación de la cultura que asume que un hijo, un hijo verdadero, es aquel que tiene una relación genética con su progenitor”.  La verdad es que esa “cultura” es la normal, que ha sido siempre tal y que siempre lo será; lo habitual es que el hijo tenga una relación genética con su progenitor.  Naturalmente, la norma general no excluye la bondad de la adopción, en la que el hijo no tiene una relación genética con sus padres.  Pero de ello no se deduce ni que después de la extensión de la maternidad subrogada vaya a aparecer tal cultura, que es la existente de acuerdo con la naturaleza, ni siquiera que vaya a desaparecer, que sería lo contrario de lo afirmado por la académica española.

En cuarto lugar, después de Dios, la Iglesia y la Patria, las consecuencias son asimismo terribles para el niño, que no tiene culpa de cuanto se ha hecho.  Aquí, la ponente realiza una alusión expresa al hijo:  “Su obtención mediante contrato”.  Esto, por supuesto, es gravísimo, aunque nosotros precisaríamos varios extremos. 

Suena, en efecto, mal eso de obtener un hijo “mediante contrato”. 

En realidad, deberíamos hablar de contrato “ilícito”; contrato, además de institución y Sacramento, es también el matrimonio; y digámoslo claro:  El hijo debe ser fruto del contrato matrimonial.  Aquí lo grave es que el hijo es producto no de ese magnífico acuerdo natural, elevado por Nuestro Señor a la categoría de sagrado, sino precisamente de un contubernio, ajeno en materia y forma, a los principios más básicos que forman el contrato matrimonial.

Y lo más grave para el niño ni siquiera es que sea obtenido mediante tal engendro contractual.  Lo peor para el hijo es que con toda la intención se le priva de la maternidad, arrebatándolo por capricho a su verdadera madre en el caso de la subrogación parcial o en la subrogación plena con óvulos procedente de una donante; y disminuyendo inevitablemente la relación de amor por parte de la madre intencional, que no ha concebido auténticamente en su seno a su hijo, produciendo, por consiguiente, una cosificación de la nueva persona o, cuando menos, una arriesgada distancia psicológica con la misma. 

En cuanto a la paternidad, si la maternidad queda anulada o tocada peligrosamente, para qué hablar del padre:  En el caso del pseudo-cónyuge homosexual del padre biológico, el hijo no tiene relación genética alguna con él, más allá de la que podría tener si se comprasen ambos adultos un perrito.  Por lo que se refiere al padre biológico, ¿cuál es la paternidad que pretende ejercer sobre el pequeño, al que intencionadamente le ha excluido de toda relación con una madre, sustituyendo esta figura por la de un individuo masculino que mañana se puede cansar del pequeño, o de su mismo degenerado compañero?  Y si se trata de padre biológico en el que su esposa no desea gestar al hijo de ambos por comodidad, ¿qué paternidad y qué maternidad le regalarán a lo largo de su vida cuando ni siquiera estaban dispuestos al esfuerzo de los nueve meses de gestación y del parto, en aras de unos kilos o unas arrugas?  La perspectiva es pavorosa.  Pobres hijos de las Medeas y las Lulúes del presente y del futuro; y no digamos de los Sres. Dominguín Bosé y compañía…

Por este orden, ésas son las cuatro primeras categorías de consecuencias morales que, por razón de la importancia y legitimidad de los sujetos afectados, caben enumerarse.

En quinto lugar figura la madre gestante.  Creemos que la doctora López Barahona se refiere a ella cuando habla de “la explotación de un ser humano especialmente vulnerable”.  Menos que el hijo, no cabe duda; pero por lo común vulnerable, también.  Por eso acepta acarrear la gestación.  No siempre tiene por qué ser vulnerable, sino que puede haber malicia; y no siempre tiene por qué ser explotada, sino que puede haber aprovechamiento mutuo.  Pero, como en la prostitución o en el comercio de órganos, cabe una variedad en la gradación de culpas que van desde la hembra incauta a la profesional vocacional.

En sexto y último lugar reseñamos las dos restantes consecuencias apuntadas por la investigadora química a su audiencia de seminaristas:  “la pervivencia de un mundo con desigualdades económicas tremendas” y “la creación de una estructura que vive y se desarrolla a costa de la maternidad subrogada”.  La verdad es que ambas alusiones rezuman una cierta contaminación marxista (que, en honor de la verdad, a todos nos amenaza), con alergia a la desigualdad y miedo a la estamentación social más o menos estable.  La primera es, además, menos realista que la segunda:  no parece que las desigualdades económicas mundiales vayan a pervivir porque se alquilen úteros; en realidad, alguna mejora económica le espera a la arrendadora.  Cierto es que la maternidad subrogada puede sostener un modelo de negocio rentable, como ocurre con el aborto o con la cirugía plástica; pero creemos que, en esa “estructura”, las clínicas se llevarán la parte del león y, a la larga, el futuro de los pueblos no puede pasar por este proyecto disparatado, más allá de un nicho interesante para sarasas, hipsters y mujeres sin excedencia de escrúpulos.

Miguel Toledano Lanza

Domingo Tercero de Pascua, 2019

Esperamos que este artículo les haya resultado de su interés y les recordamos que la maternidad subrogada es pecado, reflexionen sobre ello.


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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.