Los objetivos de la vida-MarchandoReligion.es

Los caballos muertos

Todos tenemos objetivos que guían el rumbo de la vida, cuando esos objetivos son solamente económicos o meras ilusiones irreales estamos parados frente a caballos muertos.

Los caballos muertos, un artículo de Gilmar Siqueira

“O mais terrível espetáculo do mundo é o das vidas perdidas, das vidas que parecem inúteis”. Gustavo Corção. Três alqueires e uma vaca.

En uno de sus programas[1], el Arzobispo Fulton Sheen estableció la diferencia entre las personas que tienen un objetivo en la vida y lo buscan y las que no tienen ningún objetivo. Las comparó a los barcos, siendo que las primeras siguen un curso previamente establecido y, cuando aparecen percances a lo largo del trayecto, son superados precisamente gracias a la existencia de un curso anterior. Las que no tienen objetivos, sin embargo, andan al sabor de vientos y mareas, a punto de que hoy toman un curso y mañana pueden tomar otro completamente distinto: para ellas no hay un puerto a que llegar.

Si buscamos algo concreto, si tenemos siempre presente un objetivo final, los pequeños desvíos de curso y las dificultades que se nos presenten, serán siempre superables:

una vez que nos guiamos por una ruta, que sabemos adónde queremos llegar, los desvíos no serán más que desvíos (valga la repetición) y no un cambio radical de curso. Porque, gracias a la finalidad conocida, ya no tendremos miedo de perdernos y todos nuestros pasos serán guiados por la clara imagen que tendremos en la cabeza. Para el que camina sin rumbo, por otro lado, no hay finalidad posible y, por lo tanto, sus pasos serán como los de un borracho. Pero el hombre, a pesar de lo que vemos hoy día, necesita de una ruta que le guíe hacia un puerto: ha sido llamado para andar por una senda y tiene que encontrarla.

Tan real es lo que acabo de describir que la persona que no tiene rumbo – aunque ni siquiera sepa qué cosa es un rumbo – se siente desorientada y se pone a buscar cosas para ocupar su tiempo y pequeños objetivos que perseguir; se pone a fantasear sobre su vida y hoy empieza a hacer algo para que mañana abandone ese proyecto y piense en otro que puede incluso ser lo contrario del primero. Pongamos un ejemplo concreto: el personaje Gabriel Pardo, de la novela Los Pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán:

               Varias veces había notado don Gabriel la irresistible tendencia de su imaginación viva, ardorosa y plástica, a construir, con la vista de un objeto, sobre la base de una palabra, un poema entero, un sistema, una teoría vasta y universal, llegando siempre a las últimas consecuencias: propensión que le explicaba fácilmente los muchos desengaños sufridos y aquello que llamaba él caérsele muertos los caballos. Le sucedía también que la experiencia no le enseñaba a cautelar, y cada nueva construcción la emprendía con igual lujo y derroche de ilusiones y esperanzas.

Gabriel Pardo salió de la escuela militar como teniente de artillería y, por sus méritos sobre el campo, ascendió a comandante. Como la milicia fue su primera decepción, pidió la baja y se puso a estudiar los autores modernos y sus sistemas filosóficos. Se enamoró a punto de decidir a casarse, pero recibió tal calabaza que se descorazonó. Viajó por Europa y añoró España. Una vez de regreso a su patria, sin embargo, despreció lo mismo que echara antes de menos e intentó reformarlo.

Hay que decir que Gabriel se aplicó sobre todos eses muchos proyectos con total esfuerzo y sinceridad; por cierto, creo que esto es lo más importante para que comprendamos lo que quiero analizar en este artículo.

El Gabriel de la Pardo Bazán tomaba a pecho todos sus proyectos y se ilusionaba mucho sobre ellos, pero ninguno de ellos le llenó. A cada nueva idea su corazón daba grandes vuelcos de entusiasmo precisamente porque creía que en ellos encontraría un rumbo, una misión, algo a que entregarse de cuerpo y alma. Esto también es muy importante: el hombre que tiene un rumbo y lo conoce, no es un egoísta, sino alguien que desea servir, entregarse. Y aquél que a nada se puede entregar, se sirve a sí mismo y acaba hastiado.

La viva imaginación de Gabriel, como de todos los que caminan a deriva, le presentaba un hermoso cuadro a cada nuevo cambio. Y eso sucede siempre, hoy como en el siglo XIX, porque el hombre desorientado se siente un peso muerto, un inútil, y tanto lo desazona esa falta de sentido que necesita alimentarse de fantasías como un hambriento. Las fantasías, precisamente porque no tienen existencia real, son capaces de hacer con que el pobre desorientado crea que al realizarlas encontrará su camino; en su imaginación casi siente el gusto de una vida llena y plenamente realizada. Sigue la Pardo Bazán:

Las fantasías, precisamente porque no tienen existencia real, son capaces de hacer con que el pobre desorientado crea que al realizarlas encontrará su camino;

en su imaginación casi siente el gusto de una vida llena y plenamente realizada. Sigue la Pardo Bazán:

               Gabriel se dejaba columpiar blandamente, penetrado de un bienestar intenso, de una embriaguez espiritual, que ya conocía de antiguo, por haberla experimentado cuantas veces se divisaba en su vida un horizonte o un camino nuevo. Era una especie de eretismo de la imaginación, que al caldearse desarrollaba, como en sucesión de cuadros disolventes, escenas de la existencia futura, realzadas con toques de poesía, entretejidas con lo mejor y más grato que esa existencia podía dar de sí, con su expresión más ideal. En la fantasía incorregible del artillero, los objetos y los sucesos representaban todo cuanto el novelista o el autor dramático pudiese desear para la creación artística, y por lo mismo que no desahogaba esta ebullición en el papel, allá dentro seguía borbotando. Si la realidad no se arreglaba después conforme al modelo fantástico, Gabriel solía pedirle estrechas cuentas; de aquí sus reiteradas decepciones.

Tan perfectas en detalles son tales fantasías, que el hombre que aborrece su propia vida se deja embriagar por ellas. La falsa realidad proyectada en los pensamientos tiene más fuerza sobre nosotros en la medida en que despreciamos la realidad auténtica en que nos encontramos. Hay que huir de ella porque es horrible. Así, con el tiempo, pasamos a desvincular completamente la vida que vivimos de la vida que imaginamos. Pero, sin arraigo ninguno en la realidad, al intentar poner las fantasías en nuestra vida cotidiana vemos que son imposibles. Y, como Gabriel, estaremos delante de otro caballo muerto.

No deja de ser algo curioso como llamamos sueños a nuestros objetivos que, muchas veces, son los más concretos.

Tengo una amiga, por ejemplo, cuyo sueño es ser médica y ya está estudiando medicina: su sueño se realizará porque siempre estuvo hincado en la realidad de su propia existencia. Pero también conozco a otras personas cuyos objetivos, en apariencia, eran tan reales como lo de mi amiga; tan reales que, en efecto, fueron realizados. Sin embargo, estas personas están insatisfechas y generalmente echan la culpa a la cantidad de dinero que ganan, que para ellos es siempre poca. Y ahí, piensan, está el problema.

Lo que dichas personas no han visto – lo que no pueden ver – es que antes, sin notarlo, habían creado expectativas muchos más que financieras sobre sus objetivos: habían creído que, al realizar aquello, se sentirían completamente satisfechas. Lo han realizado cabalmente, pero no los llenó. Y es mucho más sencillo creer que cosas tan palpables como el dinero o una supuesta desvalorización por su trabajo son los culpables de su desdicha que reconocer, como Gabriel, que están delante de un caballo muerto.

Gilmar Siqueira

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[1] “How to psychoanalyze yourself”, disponible en este video de youtube https://www.youtube.com/watch?v=k3rhPa7h4ro


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Author: Gilmar Siqueira
Feo, católico y sentimental