La obra es muy crítica con el papado, pero ofrece interesantes perspectivas del período renacentista desde el punto de vista de los pontífices romanos.
Erasmo y los Papas de su época. Un artículo de Miguel Toledano
El primero de todos ellos es el veneciano Pablo II, sobrino de Eugenio IV, quien había dirigido la nave de Cristo dieciséis años antes. Subió al solio apoyado por la familia Borja. Durante el septenato que duró su pontificado, se mostró muy generoso con los pobres y fue el creador de la primera imprenta romana.
Le sucedió Sixto IV, de origen muy humilde, aunque apoyado por las familias della Rovere y Borja. Fue prestigioso profesor universitario y general de los franciscanos. Tras ser elegido, se mostró despótico y disoluto durante los trece años de su reino, el segundo más largo de todos los de esa etapa. Autorizó la boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, dispensando su consanguinidad. Atacó a las familias Medici y Colonna. Creó los Museos Capitolinos, albergando las famosas estatuas de la loba amamantando a Rómulo y Remo y el Niño de la Espina. Construyó el Ponte Sisto para unir el Trastevere desde que el viejo puente romano se hallase derrumbado. Amplió la biblioteca vaticana, que frecuentaría Erasmo. Construyó la Capilla Sixtina. A su muerte se produjo el pillaje de todas sus joyas y pertenencias.
El primer cónclave reunido en la Capilla Sixtina eligió al genovés Inocencio VIII, con el apoyo de las familias Borja y Orsini, opuestas a los Colonna. Dieciséis hijos tuvo el papa, el doble de los años que duró su mandato. Estableció por primera vez relaciones diplomáticas con los turcos, a cambio de lo cual el sultán otomano le regaló un pedazo de hierro de la lanza con la que Longinos atravesó el costado de Nuestro Señor. Enfermo, sólo podía alimentarse con leche de mujer. Para recibir la primera transfusión de la historia, su médico medio judío se hizo con tres niños de diez años, que fueron vendidos por sus padres y desangrados hasta la muerte. Excomulgó por herejía al humanista Pico della Mirandola.
Tras propiciar la elección de tantos otros antes que él, el jativés Rodrigo Borja al fin logró suceder a san Pedro en 1492, con el nombre de Alejandro VI. Su tío Alfonso ya había sido papa treinta y cuatro años antes. Nombró a Pinturicchio pintor de la corte, tras lo cual el artista decoró espectacularmente los “apartamentos Borja”. Durante sus diez años de reinado expulsó a Florencia a Savonarola, otorgó el título de Reyes Católicos a Isabel y Fernando, propició el Tratado de Tordesillas entre España y Portugal y concibió a sus famosos hijos César y Lucrecia, aunque tuvo otros, en medio de las intrigas de la corte vaticana.
El pontificado de Pío III sólo duro veintiséis días, por lo que poco más pudo hacer este sobrino de otro papa anterior -Pío II, de quien además tomó el nombre- que arrestar al maquiavélico César Borja.
Por consiguiente, el año de 1503 contempló la coronación de un segundo papa, en la persona de Julio II, quien se mantendría al frente de la Iglesia durante nueve años. Sobrino de Sixto IV, que había reinado apenas dos décadas antes, se distinguió como gran gourmet y bebedor. En su calidad de archienemigo de Alejandro VI, exilió a César Borja a España. Expulsó de Italia militarmente a los franceses. Convocó el Concilio de Letrán. Su espíritu bélico fue muy criticado por Erasmo, quien después de su muerte publicó una obra satírica altamente apreciada, además de por su amigo Tomás Moro, por los reformadores protestantes, que la utilizaron a sus anchas. Gran protector de las artes, confió a Bramante la reconstrucción de la Basílica de San Pedro y a Miguel Ángel la decoración de la Capilla Sixtina, así como la creación de la impresionante estatua funeraria de Moisés; a Rafael, por su parte, le encomendó las pinturas de las Estancias de la Signatura y de Heliodoro. Adquirió el Apolo de Belvedere y el Laocoonte de Rodas, cuya restauración encargó a Miguel Ángel. Fundó la Guardia Pontificia.
León X era el segundo hijo de nada menos que Lorenzo el Magnífico, de la familia Medici. Fue nombrado arzobispo con ocho años y papa a los treinta y ocho. De gran cultura, encargó a Bramante y a Rafael la construcción y decoración del imponente Patio de San Dámaso. Tras la derrota contra Francia en la batalla de Marignano, firmó con Francisco I el concordato que estaría en vigor casi tres siglos, hasta la Revolución Francesa. Interesado ante todo por las artes y las letras, no percibió el peligroso crecimiento de la Reforma protestante. Por ese carácter cultural y a pesar de las ventas y reventas de indulgencias que, a cambio de perdonar los pecados, incrementaban el capital de la Sede Apostólica, Erasmo lo consideró siempre muy favorablemente. La buena relación entre ambos resultó reforzada cuando el papa dispensó al humanista de su vinculación a la orden agustiniana y apoyó la traducción erasmiana del Nuevo Testamento, que nunca terminó de imponerse oficialmente. Pero entonces estalló la revolución luterana; León publico la bula Exsurge Domine, denunciando cuarenta y un errores de Lutero. En lugar de retractarse, el monje equiparó al papa con el Anticristo. Aunque Erasmo consideró la bula demasiado dura, se mantuvo fiel a la Santa Sede. A menos de nueve años desde su accesión al trono, León murió súbitamente, quizás envenenado.
Le sucedió en 1522 Adriano VI, único papa flamenco de la historia, alzado al trono por el Emperador Carlos V. De extracción humilde y experto en filosofía escolástica, había sido preceptor del joven Habsburgo, inquisidor principal en Aragón y Castilla y regente de España. Su paisano Erasmo lo respetaba, aunque el humanista no fuese gran defensor del tomismo. Pero compartía con el nuevo papa la convicción de que debía combatirse la revolución protestante más con argumentos que por la fuerza. Sin embargo, Adriano comprobó con cierta desilusión que el irenista Erasmo no deseaba pronunciarse con dureza hacia Lutero. Mientras tanto, la austeridad piadosa del pontífice no entusiasmaba en Roma. Adriano se mostraba contrariado por la desnudez de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Menos de dos años después de su elección, su salud declinó con las insatisfacciones que le proporcionaba una misión para la que él nunca se sintió llamado, sino más bien obligado. En esta timidez de intelectual, su figura recuerda a la más cercana de Benedicto XVI.
La Iglesia tardaría más de cuatro siglos en volver a optar por un pontífice no italiano, en la persona del polaco Karol Wojtyla. De momento, recurrió a otro Medici, Clemente VII, sobrino de Lorenzo el Magnífico y primo de León X. Había sido el más fiel consejero de Adriano, como Benedicto XVI lo fue de Juan Pablo II. Se alió a todas las potencias antiespañolas para hacer sombra al Emperador Carlos V, estrategia que se saldó con el famoso saqueo de la ciudad eterna y la reclusión de Clemente en el Castillo del Santo Ángel. Carlos exigió al papa la convocatoria de un concilio que condenase a Lutero, que por el momento no tuvo lugar. Antes de concluir su reinado de once años, Clemente tuvo que enfrentarse a la petición de divorcio por parte del rey de Inglaterra, su antiguo aliado.
El último de los papas renacentistas, que coinciden con la vida de Erasmo, fue Pablo III. Vanden Branden explica que asesinó a su madre. Fue nombrado cardenal siendo su hermana la amante adolescente del papa Alejandro VI. Accedió a la sede petrina en 1534, en la que permanecería quince años. Confió importantes encargos políticos y eclesiásticos a sus hijos y nietos. Como buen Farnesio, era culto y encargó a Miguel Ángel la pintura del Juicio Final en la Capilla Sixtina. Ofreció al viejo Erasmo la púrpura cardenalicia, pero el humanista se sentía viejo y desesperado por la decapitación de su amigo Tomás Moro. Aprobó la erección de la Compañía de Jesús y convocó el Concilio de Trento, que puso fin a la terrible época renacentista para dar paso a la gloriosa reforma católica del Barroco.
Miguel Toledano Lanza
Domingo undécimo después de Pentecostés, 2021
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