En el centenario de su nacimiento, el Papa acaba de declarar Venerable al Siervo de Dios Enrique Ernesto Shaw, empresario argentino que destacó, además de por la vivencia heroica de la enfermedad que le hizo traspasar a la casa del Padre, por sus virtudes cristianas ejercidas en el ámbito de la economía y la empresa.
Venerable Enrique Shaw, empresario católico. Un artículo de Gonzalo J. Cabrera
Por un lado, el Venerable Shaw fue un hombre que practicó la virtud de la austeridad, pese a tener una posición económica acomodada. Vivió de acuerdo con su condición social, pero de manera frugal, pues tal como enseñan los moralistas, esta virtud se adapta al estado de cada uno. Y, especialmente, lo que es esencial, vivió desapegado de aquello que tenía. Como anécdota, resulta curioso que prácticamente carecía de objetos que podríamos llamar “personalizados” o “personalísimos”, sino simplemente de los enseres necesarios para su vida diaria.
Por otro lado, en su quehacer diario como directivo de una gran empresa fue el reflejo de la luz divina que irradiaba su alma, de Dios entronizado en su corazón. Ese quehacer contribuyó a regenerar moralmente la idea del empresario, en una época en que la lucha de clases estaba a flor de piel. Aquí vamos a extendernos, pues consideramos esta perspectiva de capital importancia.
En el Venerable Shaw vemos a un empresario paternal (que no paternalista), que entendía la empresa, no como un engranaje para la ganancia personal, sino como una comunidad de trabajo para el bien común. Lo religioso se situaba por encima de cualquier consideración de tipo económico: Respetaba escrupulosamente el descanso dominical (idea muy presente en el padre de Santa Teresita, otro empresario en los altares); su idea de productividad estaba relacionada con la parábola de los talentos; el trabajo primaba sobre el capital; pese a tener la posibilidad de haber mermado a la competencia, no lo hizo: para él, la desocupación del trabajador era un mal moral a evitar a toda costa, aun al precio de parte del beneficio empresarial que, siendo necesario, estaba supeditado a otros fines. Tenía claro, al contrario de lo que proclaman los liberales, que el trabajo no es una mercancía, sino una obra moral del hombre, que genera obligaciones recíprocas entre empleador y empleado. Y, lo que es muy importante, deja muy claro que la Gracia de Dios permite superar el modelo liberal (que asume la naturaleza irredenta del hombre) de empresa como entidad que puede tranquilizar su conciencia con el simple hecho de generar beneficios y empleo, sin importar las condiciones y modos de hacerlo.
Nuestro Venerable fue, también un empresario exitoso desde el punto de vista puramente material. Pero, sobre todo, demostró que la economía y la empresa son mucho más que simples máquinas de competir; que el mero juego de fuerzas de mercado no garantiza la justicia; que las ideologías (liberal y socialista), no son buenas compañeras; que es posible prosperar materialmente sin faltar a los deberes de caridad y justicia; que no es socialista quien busca activamente la justicia social. ¿Podría haber sido más eficiente económicamente actuando de otra manera? Probablemente sí, pero para un católico, el último bien se mide en términos espirituales. Lo material es un medio, importante, pero no más. Es el fin último del hombre lo que hay que maximizar, y no los simples medios que, llegados a un determinado umbral, ya no aportan nada al alma, pues su condición de finitos los convierte también en limitados.
Hoy se habla mucho (a veces en vano, y con motivaciones ideológicas) de justicia social, pero se olvida que es un término que, aunque de progenie cronológicamente moderna, nació en el seno del pensamiento cristiano. Esto ocurre, por un lado, porque el liberalismo económico y todas sus derivaciones, carecen de respuestas más allá de sus mantras de la auto-regulación, el orden espontáneo, y la libertad entendida como mera ausencia de coacción; y por otro, porque los católicos hemos dejado de lado la doctrina pontificia y en muchos casos, nos hemos alineados con ideologías, llamadas “de izquierdas” o “de derechas”. Ante esa situación, ha sido el socialismo quien se ha apropiado de este término para emplearlo como ariete para sus perversos objetivos políticos y morales. La culpa es de los liberales “clásicos”, sí, pero también de todos los católicos que se han abonado a estos autores, despreciando todo el edificio magisterial económico, cuya construcción se aceleró a partir de León XIII, pero que tiene valiosísimos antecedentes en los santos y doctores de la Segunda Escolástica, y más aún, un compendio de moral económica en la obra de los Padres de la Iglesia.
En cuanto a su vida familiar, como esposo y padre de familia, cultivó todas las virtudes propias de su estado: paciencia, alegría, esperanza, y sobre todo, ejemplo cristiano en todo su obrar, desde el despertar hasta el acostarse. Supo corregir sin herir, ser firme en sus principios sin generar discordias, educar en la verdadera libertad, la que consiste en disponer la voluntad, por medio de la razón, hacia el bien objetivo.
La culpa de nuestras malas obras no es del mercado, del Estado ni de las circunstancias. Solamente nuestras malas disposiciones, fruto del rechazo voluntario a Dios que es el pecado, son el origen de los males. Y solamente Uno puede sanarnos: Cristo.
Los santos, de modo general, son ejemplo para todos los hijos de Dios, luz orientadora, y esperanza para nuestra salvación. Además, según las circunstancias concretas de su vida, son ejemplo concreto de actuación en ámbitos concretos. Ejemplos como el de Enrique Shaw son especialmente valiosos porque son especialmente escasos. Nos muestra que el mundo de la economía y la empresa no son un simple juego de transacciones y negociaciones, donde vence el más astuto, sino un ámbito del obrar humano sujeto a normas morales objetivas.
En definitiva: contra el laissez faire, caridad. Contra el free market, justicia. Este podría ser, sin duda, un lema de este católico ejemplar para todos los que nos movemos en el ámbito de la economía y la empresa.
Gonzalo J. Cabrera
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