Con ocasión de la Santa Misa en la festividad del Buen Pastor, el P. Guillermo Gaud pronunció un magnífico sermón en la iglesia parisina de San Nicolás del Chardonnet. La retransmisión completa de la Misa figura en este enlace.
El drama de las vocaciones. Un artículo de Miguel Toledano
El P. Gaud es el director del seminario que la Hermandad Sacerdotal de San Pío X tiene en Flavigny, pequeña localidad situada en Borgoña. El seminario está consagrado a la advocación del santo Cura de Ars y prepara actualmente a los sesenta y un seminaristas de primer año que han querido iniciar así su camino al sacerdocio católico durante este curso de pandemia.
Lo cierto es que el referido celebrante no se anduvo por las ramas en su alocución a los congregados. En apenas trece minutos desgranó los siguientes datos: En Francia existen cuarenta y cinco millones de católicos por doce mil sacerdotes (sin entrar en el análisis de la edad de éstos).
Es decir, que la ratio de fieles por sacerdote es, de media, de un ordenado por cada 3.750 católicos. Es ésta una cifra conservadora y prudente, puesto que tal relación está calculada sólo entre los católicos.
Ahora bien, la misión del sacerdote no se circunscribe únicamente a los ya bautizados, sino que la Fe verdadera debe ser predicada a toda la población. Si pusiéramos en el numerador el total de la población francesa, los 3.750 hombres y mujeres de a pie a contar por cada ministro de Jesucristo pasarían a ser más de cinco mil.
Pero, a los efectos de mostrar el dramatismo de la situación actual, la estimación conservadora del P. Gaud ofrece ya conclusiones impresionantes. Porque es evidente que un sacerdote no puede atender debidamente a más de tres mil fieles.
¿Y cuál es la consecuencia de esa imposibilidad? Pues muy sencillo: la mayoría de dichos fieles se quedarán sin sacramentos y, a resultas, la vida de la Iglesia quedará herida de muerte con el paso de cada generación.
En efecto, sigamos tomando el ejemplo de Francia. Todavía hay cuarenta y cinco millones de nacionales de ese país que se siguen considerando católicos, aunque el porcentaje de practicantes sea muchísimo menor. Pero el problema principal no es tanto la falta de práctica, que en sí constituye una situación lamentable, sino sobre todo la escasez actual de sacerdotes.
Porque la realidad es que muchos de esos fieles no tendrán siquiera acceso al bautismo ni tampoco al resto de la vida sacramental. Con lo que, en cada generación, desaparecerá de forma exponencial la presencia social del catolicismo. Aquellas familias que ya ni bautizan a sus hijos podrán recordar, mientras ellas vivan, que al menos oficialmente eran católicas. Pero, cuando los padres fallezcan, sus hijos, que no han sido bautizados, ¿acaso no pensarán en la religión como algo propio de sus predecesores y nada más?
Yo he utilizado el término de “exponencial” para describir la velocidad de esa aniquilación de la fe, la seriedad de la presente tendencia. Cabe preguntarse si el término es exagerado. Volvamos a los datos ofrecidos por el P. Gaud en su meditación.
Según él, la Hermandad de San Pío X cuenta con 680 sacerdotes y 220 seminaristas, presentes todos ellos en treinta y cinco naciones. Cada uno de dichos sacerdotes atiende a una media de 250 fieles, lo que para él es una misión complicada, pero factible. Es complicada porque, además de los países en los que la Hermandad ya está presente de forma permanente, hay otros 32 en donde su ministerio es solicitado por los fieles, obligando a los actuales presbíteros incluso a tomar aviones para poder acudir a todas las ovejas del rebaño.
Pues bien, si tomamos esa cifra de 250 fieles por cada sacerdote a los que éste puede administrar regularmente los sacramentos, explicar la catequesis, etc., resulta, volviendo a nuestros 3.750 hombres y mujeres de media, que más de tres mil se quedan sin esa vida sacramental.
Insisto: Todo ello sin entrar en que la Iglesia, según le corresponde como misión divina, debería además ir y predicar el Evangelio a todos los demás. Pero es que apenas puede, según se ve, hacerlo con menos del 10{a28caa5256ef5c99ad8018d288d4660307d817b265b2401469694a7ea8a1dee6} de sus propios fieles.
El P. Gaud extrae fácilmente las conclusiones de esta coyuntura: En el curso de la próxima generación, la vida social del catolicismo será acribillada y reducida a esa fracción marginal de lo que fue.
La solución que él propone es “la movilización por el sacerdocio”, orando a Dios urgentemente para que suscite nuevas vocaciones. Como es natural, interpretamos en sus palabras la exhortación para aflorar buenas vocaciones, santas vocaciones, verdaderas vocaciones; no nuevos ministros de las Naciones Unidas, interesados por la adaptación a las agendas del mundo, pero tampoco Savonarolas del siglo XXI que abusen de sus fieles católicos como si fuesen calvinistas, confundiendo la tradición con el mimetismo.
A esos efectos, el progreso de la Hermandad es sólido, según sus propias palabras, pero no fulgurante. Constante, año a año, ha evolucionado desde aquellos pocos seminaristas que a finales de 1970 le pidieron al arzobispo don Marcelo Lefebvre la fundación de un primer seminario, a los seis existentes en la actualidad y a las cifras que se han dicho a lo largo de estos cincuenta y un años.
Pero aunque pasasen a poder atender esos más de sesenta países donde están solicitados, ello no sería suficiente para detener la sangría. Sí, lograrían mantener en sus comunidades el depósito de la Fe, no adulterada ni alterada, pero en una dimensión reducida respecto al resto de la Iglesia.
Paradójicamente, esto es lo que un determinado sector del progresismo y del conservadurismo ha alabado en ocasiones. Más vale tener pocos católicos convencidos que muchos que no lo están. Menudo suicidio. Pero es curioso que sea lo que el movimiento fundado por don Marcelo Lefebvre está logrando, con su fórmula de defensa de la Tradición de la Iglesia. En sus comunidades, la vida católica está viva y goza de buena salud; pero, incluso en Francia, los trescientos sacerdotes de la Hermandad destinados allí no son sino una minoría entre los citados doce mil a lo largo de todo el país. Ellos no necesitan mucha más solución, pero los demás sí.
Y llegamos a la cuestión que, a estas alturas, se habrá planteado ya el lector: ¿En qué medida es extrapolable el caso de Francia a otras naciones? Lo cierto es que el problema de la creciente escasez de sacerdotes y el desplome de las vocaciones es un problema generalizado desde la década de 1970. No entramos aquí a analizar si es un efecto provocado por el Concilio celebrado precisamente en aquel momento. Lo que es indudable es que los hechos son los que son. Y en patrias católicas en las que había miles de sacerdotes que se expandían por todo el mundo (pongamos, por caso, Bélgica) ahora apenas queda nada, hasta el punto de que cada año se cierran hasta las mismas iglesias ya totalmente vaciadas.
En España, en regiones que eran antaño colmenas de vocaciones como Vascongadas o Navarra, el erial no es menor al de Francia. Subsiste la religión en nuestra patria porque está de tal modo arraigada en el alma hispánica, a pesar de todos los intentos del régimen de 1978 por diluirla, que a un gran sector de la población el bautismo, la boda y la primera comunión no se los quita nadie. Ni la Semana Santa tampoco.
Ya hay prácticas más o menos extendidas que reflejan una pérdida de la vivencia encarnada de la Fe incluso en un pueblo numantino como el nuestro, que se resiste a que le impongan moderneces importadas allende los Pirineos. Pienso en la incineración en lugar del entierro en los cementerios; o los matrimonios civiles, generalizados por la Constitución vigente; o la eutanasia, que ya ha llegado, y que le quita a Dios la muerte de sus manos para dársela a los hombres. Todo esto pasará factura, por más que los niños sigan llamándose Ignacio y las niñas, Pilar.
Además, cuando ya tampoco haya entre nosotros sacerdotes, ¿quién va a administrar el bautismo? ¿O vamos a tener que llevar a nuestros nietos a Écône, esperando que allí si tengan a algún cura de guardia disponible? La comparación puede parecer dura, extrema y hasta sangrante – pero si tras la revolución sexual iban algunas feministas a Londres, capital de esa isla protestante, a abortar, puede llegar un día en que haya que trasladarse grandes distancias para simplemente poder escuchar Misa.
Hacia el comienzo de su intervención, el P. Gaud cifra en el 18{a28caa5256ef5c99ad8018d288d4660307d817b265b2401469694a7ea8a1dee6} el porcentaje de católicos sobre la población mundial. A uno le gustaría que, habiendo pasado ya más de dos mil años desde la Encarnación, al menos fuese mayoritaria la religión verdadera. No es así, aunque ya sabemos que la verdad no es democrática. Pero cuánto sufrimiento y cuánta sangre derramada, empezando naturalmente por el Rey de los Judíos en la Cruz, para que más de ocho de cada diez individuos sigan ignorándole, consciente o inconscientemente.
Es de suponer que esa proporción no ha sido ni mucho menos la máxima de la historia, como también resultaría, en cierto modo, lógico y, en todo caso, deseable. Posiblemente antes del siglo XVI y su revolución protestante se alcanzó el punto álgido. Luego, ingleses, alemanes y holandeses comenzaron a realizar su incansable labor de zapa contra España y el papado, con la anuencia de la “Hija Primogénita”. Y, naturalmente, llegó también la revolución atea de la mano de la Hija Primogénita y así seguimos hasta el día de hoy, con los seguidores de Mahoma pisándonos ya los talones en una tendencia exactamente contraria a la penuria católica.
Lumen Gentium, primero, y Juan Pablo II más tarde no han hecho sino alabar esa tendencia, confirmando a los “fieles” del Islam en la pretensión de que el Corán es un libro verídico. Esto es añadir gasolina al fuego. Cuánto tiempo sea necesario para hundir el mensaje de Cristo por debajo de ese uno de cada seis hombres sólo El mismo lo sabe. Los presagios de las novelas en las que la Verdad queda reducida a un grupo minúsculo de moradores de nuevas catacumbas -pienso en Benson y en Soloviev- están, como previene el P. Gaud, a la vuelta de la nueva generación. Cuando apenas queden sacerdotes, los sin Dios y los secuaces de la media luna se disputarán el poder, repartiéndose lo que queda de las ropas de Nuestro Señor.
Miguel Toledano Lanza
Domingo quinto después de Pascua, 2021
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