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El arte de quejarse

«Triste cosa es dejarse adormecer por voces que enmudecerán a nuestros oídos cuando se nos ensordezcan estos para siempre».

Miguel De Unamuno. Diario íntimo

El arte de quejarse. Un artículo de Gilmar Siqueira

Nos quejamos de todo. En el estío, porque no hay lluvia; en el verano, porque llueve demasiado. Antes de la comida, por el hambre; después de comer, por el sueño. No encontramos reposo. Y sin embargo, ¿Cómo era aquello de que todas las cosas tendían a un punto de reposo? Quizás el de los hombres carcomidos por la ansiedad se haya perdido o no se alcance en esta vida. También nos quejamos por ello.

El reposo debía encontrarse después de satisfacer el capricho de aquí, el antojo de allí o realizar el proyecto de más allá. Pero no viene y volvemos a empezar con las quejas que, curiosamente, son las mismas de antes: que mi familia es molesta o que no tengo familia; que el dinero no me llena o que no tengo dinero; que el trabajo me agobia o que no tengo trabajo. La conclusión es que todos somos especialistas en el arte de la queja, ¿verdad? Creo que no.

Trataré de explicar mi idea con un poema de Jorge de Lima:

A dor comum

Tem muito gesto vão,

muito cenário,

muito grito,

muito queixume,

muito medo, muito.

O homem fica pequeno,

o homem clama por pão

como quem clama pela salvação.

– Quero alimento,

quero morfina,

quero carne

para comer,

para me esfregar.

Mas um grito da Outra Dor

quando reboa,

o ar fica parado,

as águias fogem,

as cortinas do templo

se estraçalham:

Deus sopra o hálito da renovação.

Jorge de Lima

El dolor común – que tiene mucha quejumbre – es aspaventoso, artificial, exagerado y victimista: el hombre clama por el pan como quien clama por la salvación. Ahí está la clave: todas nuestras quejas, si llevadas a las últimas consecuencias, son una queja por la salvación. Si tuviésemos el valor de ahondar en cada una de nuestras quejas, veríamos que ellas reverberan el grito del Otro Dolor; aquél grito escuchado en el alto del madero y que rompió el velo del templo.

Pero no llegamos a tanto; no queremos llegar a tanto. Comprender la razón última de nuestras quejas, intentar darles una forma más robusta, más sobria, más verdadera, sería tanto como franquearle el paso a Aquél «que a mi puerta cubierto de rocío» pasa «las noches de invierno oscuras», que dijo Lope en su soneto. Nos quedamos con el miedo y nos empequeñecemos para que el pobre pan – siempre y cuando no sea más que pan – nos acomode las tripas, nos “salve”. Porque cuando el pan viene soplado del «hálito de la renovación» tampoco lo queremos. Nos demandaría un cambio total de vida. Mañana, tal vez, pensamos, «para lo mismo responder mañana».

Como en el fragmento del Diario Íntimo de Unamuno que elegí para epígrafe de este artículo, nos dejamos adormecer por voces que perecerán cuando perezcamos nosotros. La ansiedad, la insatisfacción, la incomprensión, el hastío, la soledad, la rabia… no encontrarán remedio en las distracciones. Eso lo sabemos porque probamos cada distracción con el ansia de un fumador que traga la primera bocanada después de pasado mucho tiempo sin fumar. El hombre clama por el pan como quien clama por la salvación.

La carne – para comer, para restregarse – de un gusto se convierte en hartazgo hasta que uno empieza «a sentir que nada puede perdonarse», como dijo Luis Rosales. Pero sigue la queja y adormecemos embebidos con la voz diciéndonos que después llegará el reposo. Voz engañosa y más creíble cuando más caricaturesca: porque es preferible a la desesperación. Pienso que ésa es una de las voces a que se refería don Miguel. Pocas páginas más adelante prosiguió él

La comedia de la vida. Obstinación en hundirse en el sueño, y representar el papel sin ver la realidad. Y llega al punto de representar a solas, y seguir la comedia en la soledad, y ser cómico para sí mismo, queriendo fingir delante de Ti, que lees en nuestro corazón. ¡Ni para nosotros mismos somos sinceros y sencillos! ¡Hasta tal punto estamos cegados, y ocultos a nuestros propios ojos!

Miguel de Unamuno

El conocerse a sí mismo en el Señor es el principio de la salud.

Debo tener cuidado con no caer en la comedia de la conversión, y que mis lágrimas no sean lágrimas teatrales. A Ti, Señor, nadie puede engañarte.

Debemos tener cuidado también para que nuestras quejas no sean teatrales. Ellas pueden llenar de gestos, ruido y distracción a toda una vida que luego se terminará con tristeza y resentimiento. Hay que aprender a dominar el arte de quejarse para que nuestros pobres gritos sean eco del Otro Dolor.

Gilmar Siqueira

En el siguiente enlace tienen el libro completo de Gilmar Siqueira disponible para su descarga, por gentileza del escritor: Diario de un dandy

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Author: Gilmar Siqueira
Feo, católico y sentimental