Sigüenza es uno de los episcopados más antiguos de España, remontándose al siglo IV. Recientemente, el sacerdote D. Alfonso María Duch Cartañá, párroco de Chiloeches y del Pozo de Guadalajara, ha publicado un extenso libro sobre “La Diócesis de Sigüenza y su Obispo, D. Manuel Fraile García, durante el Trienio Constitucional (1820-1823)”, que ofrece datos interesantísimos sobre ese periodo histórico, visto desde la perspectiva actual.
Don Manuel Fraile, Obispo de Sigüenza. Un artículo de Miguel Toledano
La obra surge como fruto de una extensa e intensa investigación bibliográfica y archivística por parte del autor. En este sentido, sus cuatrocientas ochenta y una páginas representan un recorrido eficaz para conocer las vicisitudes de esa convulsa etapa, imprescindible para comprender el triunfo de la Revolución liberal en nuestra patria. El sexto y último capítulo, que narra la última y más importante reacción seguntina contra la reinstauración de la Constitución de Cádiz, se lee prácticamente como si fuese una novela de aventuras.
La participación de los eclesiásticos y del pueblo contra ese proceso, liderado por las élites masónicas y por el ejército (esta misma institución contaminada también por una importante infiltración masónica y liberal), está relatada con nombres y apellidos de todos los protagonistas. “Viva la Religión, viva el Rey, abajo la Constitución”, proclamaban una y otra vez los vecinos de la ciudad episcopal y sus alrededores, pero también los del Señorío de Molina y los de la actual provincia de Soria.
Sin embargo, la personalidad formalmente más importante de la diócesis, o sea, el señor Obispo D. Manuel Fraile García, se desviaba de ese tono mayoritario, apoyando la Constitución liberal desde que el Rey fuera apresado en 1820 o, más bien, cabe decir desde las Cortes de Cádiz y la ocupación de Bonaparte. No obstante, cuando en 1823 cambiaron las tornas y el Rey fue liberado, Fraile jugó al oportunismo y publicó dos pastorales que contrarrestaban las tres anteriores publicadas en sentido liberal, todas ellas analizadas por nuestro autor D. Alfonso María.
Cuando el Rey falleció en 1833, el titular de la diócesis volvió a cambiar de chaqueta y se apuntó al carro que, propiamente, era el suyo, el de los innovadores: Así, recibiría la condecoración de la Gran Cruz de Isabel la Católica ese mismo año, el nombramiento de prócer del Reino en 1834 y la Gran Cruz de Carlos III en 1835. Pero todo ello no le haría más grato a la Santa Sede, como señala a pie de página el autor.
D. Manuel no era seguntino, sino de Palencia. Había estudiado filosofía en los dominicos de dicha ciudad; pero cuánto le aprovecharon esos estudios es dudoso, ya que, como relata el P. Duch Cartañá, despreciaba los “sofismas escolásticos” y la obra de san Roberto Belarmino. Tampoco estudió teología en la Universidad de Sigüenza (hoy extinta) sino en la de Valladolid; lo que igualmente suscita dudas por lo que se refiere a la calidad de su título de bachiller, dado el inficionamiento liberal del estudiante.
Fue diputado moderado por Palencia en las cortes liberales, por lo que abandonó su diócesis. Mas allá de la postergación de su responsabilidad fundamental al frente del gobierno de la Iglesia local, la presencia de D. Manuel en Madrid y no en Sigüenza propiciaría los enfrentamientos que a lo largo del Trienio se produjeron, según veremos, en la capital episcopal.
D. Alfonso María relata cómo, desde el inicio del golpe de Estado liberal de Riego, este movimiento innovador no contaba con la adhesión popular, sino que se impuso por las armas, utilizando en contra del Rey el ejército previsto para sofocar la sublevación en las provincias de Ultramar; es decir, el llamado Trienio Constitucional no sólo fue una operación ilegítima sino además traidora. Las cosas deben llamarse por su nombre.
La posición del pueblo católico y de gran parte de la jerarquía contra la revolución liberal coincidía con la de la Sede Apostólica. Desde el primer año del Trienio, el Nuncio de Su Santidad intentó alertar a los obispos españoles para que hiciesen frente a los impíos; lo que D. Manuel Fraile, al igual que otros jerarcas liberales dentro de la Iglesia, no realizaron, con arreglo a su ideología.
El autor destaca igualmente el ocaso de Sigüenza durante la revolución en favor de Guadalajara, único núcleo de la región (junto a Jadraque) en el que los efectivos liberales tenían sometida a la sociedad tradicional. Fallecido Fernando VII, la división de España en nuevas provincias consolidaría ese trasvase entre capitales, trasladando el centro administrativo en perjuicio de la ciudad episcopal, más alineada con la causa carlista.
Suele identificarse liberalismo con libertad de expresión. Sin embargo, una de las primeras medidas tomadas por los partidarios de Riego fue la creación de una Junta de Censura. Es decir, que de la censura eclesiástica tradicionalmente utilizada para la salvación de las almas se pasó a una censura civil que impidiese o dificultase toda reacción posible ante el nuevo orden impuesto a la sociedad.
También se entiende a menudo que uno de los presupuestos del sistema político liberal es la separación de Iglesia y estado. Pero esto es, en realidad, un eufemismo para someter la Iglesia al estado. Y así lo hicieron los políticos liberales del Trienio, que obligaban a los eclesiásticos a hacer propaganda de su Constitución, espiándoles y acosándoles hasta el punto de prohibir a los obispos la ordenación de sacerdotes y expedientar a los rectores y catedráticos de seminarios. O que suprimieron la Compañía de Jesús, como ya se había hecho el siglo anterior con el despotismo ministerial ilustrado. O que secularizaron al clero regular cuanto pudieron. Y, sobre todo, que expoliaron los bienes de la Iglesia, al servicio de la sociedad, para solucionar sus propias necesidades presupuestarias (durante la Guerra Carlista ello se utilizaría para poder derrotar al bando tradicional).
A menudo se enseña que la intervención francesa de los llamados Cien Mil Hijos de San Luis terminó en 1823 con esa segunda experiencia liberal en la Historia de España, después de las Cortes de Cádiz de 1812. Pero se olvida -no así D. Alfonso María- que desde el principio del Trienio hubo levantamientos populares constantes, a lo largo de toda la geografía española, que no deseaban el nuevo estado, sino la pervivencia del Antiguo Régimen (que el gran historiador francés Pierre Gaxotte calificaría de “edificio viejo, pero grande y bello”).
Por lo que se refiere a Sigüenza, cuatro son las intentonas de levantamiento popular contra la imposición liberal referidas por D. Alfonso María, la última de modo trepidante. Ya en febrero de 1821 un grupo de ciudadanos se rebeló en defensa de la religión, liderados por un cabo de la Milicia provincial, Manuel Tabolet. Fracasada la sublevación, fueron condenados sus participantes; en el caso de Tabolet, la audiencia anuló la reclusión de diez años de presidio en Melilla dictada por el juez de primera instancia, sustituyéndola por la pena de muerte (garrote). Se trata de una flagrante vulneración del principio general del derecho que prohíbe la reformatio in peius.
El mes siguiente, el oficial de zapadores de Alcalá Ventura Nogueira dirigió una nueva asonada en defensa de los abusos protagonizados por los liberales contra los sacerdotes seguntinos. Y no sería la última, pues el amor popular por las instituciones tradicionales sólo era parejo al odio existente hacia los innovadores que venían a destruirlas – aun bajo formulas tranquilizadoras.
Otra vez en abril de 1821, nuestro autor nos da noticia de una nueva ocasión en la que la columna liberal del teniente coronel Rafael Sánchez Saravia persigue fuera de la ciudad a una partida realista, y destruye y deteriora símbolos y libros religiosos con la intención de amedrentar a una población profundamente piadosa.
Por último, el 28 de junio de 1822, coincidiendo con otros levantamientos en España, el coronel D. Gabriel Abellán y Vinsoneu, apoyado por varios canónigos de la Catedral y otros sacerdotes de la diócesis, en connivencia con la sede primada de Toledo, dirigió la cuarta y más importante de las sublevaciones antiliberales del Trienio en Sigüenza. Los vecinos de la región saludaban a los insurrectos como si fuesen héroes, lo que contrastaba con la frialdad con la que se habían impuesto las consignas oficiales liberales. El P. Duch nos relata los acontecimientos casi minuto a minuto. Viva Dios, viva la religión, viva la Virgen y otros santos, viva el Rey absoluto, muera la Constitución, clamaba el pueblo al tiempo que lanzaba un diluvio de piedras contra los soldados liberales. La rebelión se extendió a Molina de Aragón, con mayores bajas que en Sigüenza.
La sublevación fue sofocada por las superiores tropas profesionales y el obispo D. Manuel Fraile fue instado por el gobierno de Madrid a volver a su diócesis, para que sancionase y reemplazase a los clérigos levantiscos.
A la magnífica investigación del P. Duch Cartañá sólo cabe achacarle un planteamiento que por momentos trata de ser tercera vía entre las respectivas posiciones de realistas y liberales. Como si, por elevación, se superase de esta manera un enfrentamiento secular. Maritain y su personalismo cristiano pretendió igual objetivo a mediados del siglo XX.
En realidad, no cabe una síntesis de verdad y error. La doctrina política pontificia del siglo XIX tiene la ventaja de que expone con claridad la oposición entre la tradición de la Iglesia y la innovación liberal. Desde Gregorio XVI a san Pío X, los papas enseñaron a los fieles que el catolicismo liberal constituye una peligrosa contradicción en los términos. Por desgracia, el magisterio desde el Concilio Vaticano II se ha tornado, también a este respecto, de una confusión total. D. Manuel Fraile fue un adelantado del mismo equívoco.
Por ello, ojalá que las ricas aportaciones del P. Duch Cartañá sirvan para desarrollar el análisis del combate eterno entre la Verdad y la falsedad, ejemplificado de forma purísima en el conflicto por la pervivencia de la Cristiandad que se vivió en Sigüenza y en todos los lugares de España a lo largo del siglo XIX.
Miguel Toledano Lanza
Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen, 2021
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