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Cristo y el matrimonio

No es el Sacerdote quien «casa», los novios son los ministros, ¿Es posible en nuestro mundo actual que Cristo y el matrimonio sean una realidad entendible para los contrayentes? En el Sacramento del matrimonio, el Sacerdote, es un testigo

Cristo y el matrimonio. Por Raoul Plus, S.J

Traducido por Augusto Pozuelos para Marchando Religión

NUESTRO SEÑOR no vino para destruir sino para cumplir la ley: El matrimonio debía seguir siendo exactamente lo que era en la Ley Natural: El intercambio de dos voluntades con el propósito de la procreación.

Nuestro Salvador, que conocía muy bien las dificultades del estado marital, hizo sacramento de este mutuo intercambio de voluntades, es decir, rito que imparte gracia. Cada uno de los dos al unirse al otro enriquecerá al otro con un aumento de gracia santificante. Ambos deben estar en estado de gracia antes de que tenga lugar el matrimonio ya que es un sacramento de los vivos, lo que significa que su propósito es intensificar la vida divina ya existente en el alma.

Mediante el don de sí mismos del uno al otro, también obtienen el uno para el otro el don de un nuevo crecimiento en lo divino.

Debido a que el matrimonio es fundamentalmente un contrato, un doble sí que otorga a cada uno de los dos un derecho completo al otro, tiene la característica especial de que no hay más ministro que los dos involucrados.

A veces la gente dice: «Ese es el Padre Fulano de Tal, él fue quien nos casó». La expresión es incorrecta. No es el sacerdote quien “casa” a los novios; se casan ellos mismos y por sí mismos. Ellos mismos son los ministros del sacramento que al mismo tiempo reciben. El sacerdote está allí sólo en calidad de testigo que representa a la Iglesia; como testigo requerido para la validez del matrimonio; pero sólo un testigo.

¡Qué eminente dignidad tiene, pues, el sacramento del Matrimonio! ¡Qué eminente dignidad tienen los novios! Unos para otros, son transmisores de lo divino.

Los vínculos que contraen se basan en dos puntos: La unidad de la pareja, la indisolubilidad de sus vínculos.

Nuestro Señor, que hizo del matrimonio un rito de gracia, también destacó la doble obligación de la unidad y la indisolubilidad. Unidad: Forman una sola unidad. Serán dos en una sola carne, dice Génesis. Pero debido a la grosería humana, se introdujeron formas de poligamia. Nuestro Salvador los prohibió, y la Iglesia siempre se ha preocupado de exigir la observancia de la ley. El amor mismo lo exige.

El matrimonio es una realidad muy íntima. Vivirlo con varios individuos al mismo tiempo está condenado por el propio sentimiento natural. La ley divina simplemente reafirma este requisito básico. Además, la estabilidad familiar, así como la felicidad de los hijos, militan igualmente a favor de la unidad.

Indisolubilidad: el matrimonio crea una unidad para siempre; una unidad que sólo puede disolverse con la muerte de cualquiera de los dos.

La encíclica de Pío XI, “Casti-Connubii”, recuerda esto al mundo: “Porque cada matrimonio individual, en cuanto es una unión conyugal de un hombre y una mujer en particular, surge sólo del libre consentimiento de cada uno de los cónyuges; y este acto libre de la voluntad, por el cual cada parte entrega y acepta los derechos propios del estado matrimonial, es tan necesario para constituir el verdadero matrimonio que no puede ser suministrado por ningún poder humano.

Esta libertad, sin embargo, se refiere sólo al punto si las partes contratantes realmente desean contraer matrimonio o contraer matrimonio con esta persona en particular; pero la naturaleza del matrimonio es enteramente independiente del libre albedrío del hombre, de modo que si alguien ha contraído matrimonio una vez, está sujeto a sus leyes divinamente hechas y sus propiedades esenciales».

Raoul Plus, S.J. (1882-1958) escribió más de cuarenta libros para ayudar a los cristianos a comprender el amor de Dios por el alma. Sus obras enfatizan el papel vital de la oración en la vida espiritual y muestran cómo se pueden vivir las verdades de la fe.

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Author: Marchando Religion
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