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Descanse en paz el Padre Palero

Un ejemplo de vida Sacerdotal, agradecemos a nuestro querido Miguel Toledano este sentido y necesario homenaje al Padre Palero

Descanse en paz el Padre Palero, un artículo de Miguel Toledano

Gracias a nuestro querido Rvdo. P. D. Ricardo Ruiz Vallejo, he sabido del reciente fallecimiento en Alcalá de Henares de don Manuel Palero Rodríguez-Salinas, el Padre Palero, como era de todos conocido en la ciudad complutense.

Ha querido la Divina Providencia que don Manuel nos dejase a caballo de las festividades de San Juan Bautista de la Salle y de San Isidro Labrador, con quienes tantos puntos en común tuvo el finado, fundamentalmente la vocación por el sacerdocio, el servicio a los demás y una natural elegancia en el caso del primero, y la patria chica madrileña y el amor hacia el campo, la labranza y los animales por lo que se refiere al gran hortícola mozárabe.

También cabe destacarse que ha sido la misma capital cisneriana la que lo ha enterrado y la que lo vio nacer en 1924, hace ya casi un siglo; había cumplido los setenta años como sacerdote, puesto que fue ordenado en 1949, en una época en la que la Iglesia española salía brillantemente de las cenizas de la persecución atea, como el ave fénix.

Don Manuel no cambiaría, como no puede cambiar la Verdad, ni la Fe.  Allá por los años setenta, su nombre se barajó para el episcopado, pero los hombres nuevos del post-concilioy sus agentes, comandados por el Cardenal Tarancón, se ocuparían de bloquear su candidatura.  Ya conocemos el perfil de las figuras que se alzarían en la cúspide eclesiástica española:  el progresismo de los Setién, Jubany y Cirarda, cuyas servidumbres todavía pesan en las distintas diócesis de nuestra patria.

No importa; el cuidado de las almas en la dinámica Alcalá y el puesto en el cabildo de la Catedral honraban de forma necesaria, si no suficiente, su categoría.  Escuchar sus sermones -por otra parte, breves, siguiendo la tradicional austeridad del talante hispánico- era trasladarse a menudo a las páginas más brillantes del Siglo de Oro, donde la gloria de la literatura y el pensamiento se elevan en perfecta simbiosis con la religión y la teología, en una forma que la humanidad no ha podido igualar ni antes ni después. 

Para él nunca pasó de moda la sotana ni nunca vistió los pantalones que nos distinguen a quienes no estamos consagrados para el sacerdocio católico.  Cuando llegaron las reformas litúrgicas, él “mantuvo cuanto pudo”, según me comentó en una ocasión; nada de intercambios de manos y besos después de la Consagración, nada de dar la comunión en la mano, nada de eliminar la señal de la Cruz antes y después del sermón, o el reclinatorio en la separación del presbiterio, nada de admitir a los laicos -y mucho menos a las mujeres- a la proclamación solemne de las lecturas o de los restos que del Ofertorio dejaron Pablo VI y Bugnini.  

No se atrevió a volver a rezar la Misa tridentina en el siglo veintiuno, pero no por razones ideológicas ni tampoco de disciplina, sino porque, después de treinta y cinco años de Novus Ordo, temía olvidarse de alguno de los símbolos necesarios a la celebración y su cardiólogo le había recomendado evitar situaciones de nerviosismo a sus más de ochenta años y después de un par de infartos.  No obstante, con el empuje de un joven presbítero, me recordaba que él no tenía intención alguna de aplicar la legislación impuesta en la Iglesia por los “rojos infiltrados”.

Fue un notable pintor y de su genio salieron frescos sobresalientes que adornaban la magnífica iglesia barroca de Santa María la Mayor, en la calle de los Libreros.  Una polémica decisión episcopal para una no menos polémica restauración, a cargo de Monseñor Catalá Ibáñez, dio al traste con aquellas obras de arte, que los vecinos alcalaínos de una cierta edad recordarán todavía.  La verdad es que quienes residimos en el norte de Europa estamos más acostumbrados a sufrir las reformas de los iconoclastas en el mundo calvinista y no tanto en el universo católico. 

Casi como si de una reliquia se tratase, guardo una fotografía de uno de aquellos cuadros de don Manuel, dedicado precisamente a los Santos Niños Justo y Pastor, patrones de la ciudad universitaria, eliminados en su época por el Pretor Daciano y en la nuestra por el Obispo de Málaga.

Nuestro entrañable sacerdote impartía con generosidad los sacramentales que la Iglesia dispensa a sus fieles, ya fuera la bendición de las bestias el día de San Antón o la de los nonatos practicando la señal de la cruz sobre el vientre de sus madres encintas.  En el caso de mi mujer e hija así fue y tengo para mí que una de las razones por las que Ana salió lista es, en efecto, la intervención sobrenatural de este hombre de Dios, naturalmente con la contribución intencional de la gestante ex opere operantis.

Pero si en algo destacó por encima de todo nuestro homenajeado, un día tras otro, un año tras otro, una década detrás de otra, con la perseverancia horaria digna de su recia vocación, no fue en el terreno de los sacramentales, que también, sino sobre todo en el de los sacramentos y, más propiamente, en el de un sacramento en especial – el de la penitencia.  Aquí es donde don Manuel seguía fielmente la estela de San Juan Maria Vianney, ese santo modelo del sacerdocio de Cristo.  Horas y horas y más horas sin fin pasaba el P. Palero en su confesonario del pequeño Hospital de Antezana, donde unos pocos siglos antes residiese el mismísimo San Ignacio de Loyola.

Diría uno que sólo se levantaba de allí para celebrar Misa, comer o acostarse.  Si yo quería llevarle unos bombones de Bruselas, sabía dónde encontrarlo más fácilmente.  Por su absolución pasaba la práctica totalidad del sacerdocio complutense, las vecinas monjas carmelitas y la misma práctica totalidad del seminario diocesano.  Cuánta Caridad, cuánta Esperanza repartida gratuitamente a lo largo de todos estos años; cuanta doctrina derramada de corazón a corazón.  Y qué extraordinario ejemplo para las nuevas generaciones de curas españoles.

Termino con una última nota de su personalidad – el buen humor, que en él adoptaba la forma de una considerable socarronería de carácter muy castellano.  Sabedor de mi interés por la doctrina de gobierno, cuando supo de la constitución de Alternativa Española me preguntó, al despedirme del banco de confesión:  “Bueno, ¿y cómo va el politiqueo?”  Y ahora que se acerca el verano, sus feligreses no dudaríamos en saborear con una sonrisa, aliviados por no deber sufrir con él en demasía los rigores de la estación, uno de sus proverbios favoritos, que no habría de faltar en las semanas que se avecinan:  “En tiempos de melones y sandías, se acortan las homilías”.

Finalmente, recuerdo que agradecía el obsequio del chocolate venido de Bélgica con una fórmula de lo más canónica:  “Non sum dignus”.  Lo que, por otra parte, da idea de la consideración que de sí mismo se tenía.  Y ya sabemos que el reino de los cielos, al contrario de la España de hoy, del carrerismo vaticano y del fariseísmo clerical, se asemeja a una viña en la que los últimos de entre los obreros son los primeros frente a Dios.

Miguel Toledano Lanza

Domingo quintodespués de Pascua, 2020

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.