Un programa de televisión o una buena película nos pueden resultar interesantes, pero nunca ocuparán el lugar de un buen libro, hay que leer para instruirse y hay que hacerlo con buenas lecturas
Leer para instruirse
EL HOGAR CRISTIANO: UNA GUÍA PARA LA FELICIDAD EN EL HOGAR
Celestino Strub, O.F.M. Al final del artículo tienen el índice de la obra
Traducido por Augusto Pozuelos
Las películas no son sustitutos para la lectura
Una objeción más sutil a la lectura como recreación es promovida en nuestros días. Se nos dice que ahora se pueden ver tantas obras maestras literarias representadas en imágenes en movimiento, y que por tanto no hay necesidad de leer los originales, ya que ver la «película» ofrece un pasatiempo igual de excelente. Quien tiene esa visión trabaja bajo el efecto de un espejismo.
Incluso si la obra literaria es sólo una novela, y por lo tanto una de las formas más bajas del arte literario, algunos de los elementos más finos se pierden totalmente cuando se reproduce como película, por ejemplo: las descripciones de los personajes, los diálogos, las bellezas de dicción, las diversas figuras retóricas y, sobre todo, los hermosos pensamientos, sentimientos e imágenes que abundan en toda obra verdaderamente literaria.
Tome una película como «Fabiola», que costó una cantidad incalculable de esfuerzo y gastos y se proclamó como una imagen de mérito excepcional. Desde el punto de vista puramente artístico, se encuentra infinitamente por debajo de la gran obra maestra del cardenal Wiseman, de la que está tomada. Y en cuanto a la edificación, el valor educativo, el interés de la narrativa y el encanto del personaje, tres capítulos sucesivos del libro valen más que la película completa. Y lo mismo es cierto para cualquier obra maestra literaria.
La imagen en movimiento, las películas, seguramente tiene su lugar en el campo de la educación y la recreación; pero nunca puede llenar el lugar ocupado por la literatura en ninguno de estos campos.
Lectura para instrucción
En lo que respecta a la vida religiosa del hogar, el objetivo más importante y el fruto de la lectura es la instrucción. Hay laicos que pueden afirmar con cierta justicia que sus gustos y carácter ya están formados, y que no necesitan leer para mejorarlos; pero no hay nadie que pueda decir sinceramente que está más allá de la necesidad de continuar su instrucción.
Cuando hablo de la lectura con el propósito de la instrucción, no me refiero solo a aprender algo nuevo, sino también a refrescar, confirmar y aclarar el conocimiento que ya tenemos. “La bodega” de la mente es el recuerdo; pero en nuestra avidez por aprender hechos y en nuestro esfuerzo por adquirir conocimiento sin esforzarnos, a menudo acumulamos en este almacén cosas en tal desorden y confusión que no podemos encontrarlas cuando las queremos. En otras palabras, las olvidamos.
El conocimiento realmente existe escondido en los recovecos de la mente, pero no podemos recordarlo; o puede hacerlo solo a fuerza de una larga y dura extracción de nuestra memoria.
Esto muestra la verdad del dicho de que, al menos en lo que respecta a muchas cosas, no necesitamos tanto que se nos diga como que se nos recuerde. Debemos recordar una y otra vez hasta que el conocimiento esté disponible a nuestra entera disposición.
Profundizar el conocimiento religioso
Es cierto que la enseñanza religiosa se imparte en la iglesia y en la escuela católica; pero aun suponiendo la educación católica más completa y la escucha atenta de un sermón semanal, ningún católico promedio puede asegurar que no necesita mejorar su conocimiento de la religión mediante la lectura frecuente.
Es lógico pensar que el conocimiento religioso adquirido cuando la mente aún es joven puede ser aumentado, ampliarse y profundizarse a medida que una persona envejece.
Y los católicos adultos necesitan una comprensión mucho más razonada y perfecta de las verdades de su religión; no solo para fortalecer su fe en medio de los peligros de un mundo impío, sino también para defenderla de los ataques de los no católicos con quienes diariamente entran en contacto.
Por esta razón, es importante que se les recuerde las verdades de su religión, no solo una vez a la semana, sino diariamente; que lo que sus pastores les dicen desde el púlpito les sea repetido en forma diferente por laicos como ellos; que aprendan cómo aplicar el estándar de religión y los estándares morales de la Iglesia a las condiciones cambiantes de la vida moderna y a los nuevos problemas que se están discutiendo; que se coloquen con frecuencia ante sus mentes los ejemplos de excelentes hombres católicos que tenían principios católicos y que sin miedo, los pusieron en práctica en los negocios, en la política, así como en su vida profesional, social y privada; que se les mantenga informados de los eventos locales, nacionales e internacionales más notables que afectan a la Iglesia; en una palabra, que se mantengan al tanto de los tiempos en todos los asuntos católicos importantes.
Los buenos resultados y ventajas derivados de la lectura que he expuesto aquí, deberían ser un incentivo suficiente para que cualquiera cultive el hábito de la lectura, y proporcionar una respuesta satisfactoria a la pregunta de por qué uno debería leer.
Otra pregunta, una pregunta de importancia más práctica, es: ¿Qué debemos leer? Mi respuesta será doble. No debemos leer lo que es peligroso o perjudicial, sino lo que es saludable y útil.
EL HOGAR CRISTIANO: UNA GUÍA PARA LA FELICIDAD EN EL HOGAR.
Celestino Strub, O.F.M. (Leer para instruirse)
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