¿División dentro de la Iglesia, enfrentamientos? El Dr. Mario Guzmán nos recuerda que hay que quitar el sombrero, no la cabeza, ¿Les suena la frase?
¡El sombrero, no la cabeza!, un artículo del Dr. Mario Guzmán Sescosse
G.K. Chesterton, en su magistral libro titulado Ortodoxia que escribió para refutar las falacias del modernismo sostenía que “al católico se le pide que se quite el sombrero cuando entra a la iglesia, nunca la cabeza”. Tanto su libro en general, como esta frase en particular, vuelven a tomar una profunda relevancia en nuestra época. Y es que pareciera que ese modernismo al que combatió ha retomado fuerzas, así como la posición acrítica y sumisa de un amplio número de católicos. Tanto, que muchos se están quitando la cabeza y no el sombrero, para así sentir que son miembros de la Iglesia, que están en comunión con ella.
En tiempos recientes hemos visto cómo poco a poco se han implementado nuevas directrices en la forma de transmitir la fe y en la forma de presentarla al mundo, eso que llaman practicas pastorales. Hay quienes incluso aseguran que los cambios no son solo en dicha área, sino en elementos de la doctrina, pero ese debate merece un análisis más profundo que el que yo puedo presentar, se lo dejo a los teólogos. Lo que, si es evidente, es que hay un cambio un rumbo en áreas que antes no veíamos, por ejemplo, la gran insistencia en la unidad con credos ajenos al cristianismo y la promoción del así llamado Alto Comité para la Fraternidad Humana. O la simpatía y aprobación del régimen comunista junto con un llamado a ser “buenos ciudadanos” de dicha dictadura, mientras se guarda un absoluto silencio por la persecución de los cristianos y la destrucción de las iglesias, santuarios y todo tipo de edificios religiosos. O el mensaje anticristiano que se promueve con bombo y platillo en el episcopado alemán, mientras son estos quienes controlan, o más bien descontrolan, las arcas del Vaticano y nadie dice nada, ni de las herejías que de estos salen, como de la crisis económica a la que han llevado a la Santa Sede. O por ejemplo la apertura a recibir a celebridades, políticos y científicos que apoyan el aborto y otras prácticas anticristianas, pero la resistencia a recibir a los hermanos en la fe que tienen dudas, preguntas e inquietudes sobre el rumbo que se está tomando en la barca de Pedro. En fin, ejemplos sobran, solo un ciego no los vería.
Todos estos cambios han generado una polarización sumamente lamentable al interior de la Iglesia, en un actuar que pareciera más bien político y no religioso. Quienes están a favor o respaldan dichos cambios, han emprendido una batalla mediática, tanto en medios impresos como en el mundo digital, contra quienes se sorprenden o cuestionan de dichos cambios. Así, quienes apoyan los cambios, acusan a quienes se sorprenden de ellos de creer en ideas de conspiración, de estar en contra del papa, de querer derrocarlo para instaurar de nuevo a Benedicto XVI o al Cardenal Sarah, de ser enemigos de la Iglesia, de faltar a la caridad, de distorsionar intencionalmente los mensajes de Su Santidad, de vivir en el pasado, de no aceptar el Concilio Vaticano II, de no entender que tiempos nuevos requieren de nuevas propuestas, de ser lefebvristas de closet y tanta acusación que sea posible. Lo que no ven los defensores del actual modernismo, es que son ellos los que creen en las ideas conspiratorias, asegurando que quien haga cualquier cuestionamiento está detrás de la supuesta conspiración encabezada por los cardenales Sarah, Burke y Müller contra el papa Francisco y que la mente maestra, el villano perfecto detrás de todo esto es nada más, ni nada menos que… tan, tan, tan, tan… su “archienemigo” “el villano” arzobispo Carlo Maria Viganó. Así, todo aquel que solo esté dispuesto a quitarse el sombrero, pero no la cabeza es rápidamente juzgado de ser parte del “eje del mal”, “de los conservadores”, “de los tradicionalistas”, “de los integristas”, en corto, del grupo de enemigos del papa Francisco.
¡Que corta es la memoria de los hombres y qué limitadas son sus lealtades! Hasta hace no poco Müller era reconocido como la voz autoritativa en asuntos de doctrina, ahora es un “enemigo del papa”. Hasta hace poco, la gran mayoría de los católicos reconocían al papa Benedicto XVI como “el mayor teólogo de los últimos siglos”, “el Santo Tomás de nuestra época”, ahora le dicen que se calle y que no se meta en asuntos de la Iglesia. Y así, en una Iglesia con una creciente división se habla mucho de la unidad con el mundo exterior, con la ONU, con los musulmanes, con los ambientalistas, con los comunistas y socialistas, pero se hace poco por acotar la división creciente en su interior, una división sufriente. Es fácil inferir quién está gozando y divirtiéndose con esta división, quién saborea el fruto de su insidia, de su mentira, de su constante labor.
Por eso hoy, G. K. Chesterton y su libro Ortodoxia se vuelve una lectura o relectura obligada. Por eso hoy es necesario recordar que, en la Iglesia, se nos pide que nos quitemos el sombrero, pero nunca la cabeza. Por eso hoy, quienes defienden los cambios propuestos en la Iglesia necesitan dejar de ver como enemigos a quienes abogan por la ortodoxia y la tradición y mejor escuchar a quienes no piensan como ellos y ver qué es lo que tienen que decir, cuál es la verdadera motivación detrás de sus dudas y posiciones. Por eso hoy, antes de ir por la unidad exterior todos hemos de trabajar por la unidad interior de la Iglesia, detener la creciente división escuchar a quienes cuestionan el modernismo que estamos viendo. Solo así se cumplirá el deseo de sinodalidad del papa Francisco. Solo así habrá crecimiento, pues si solo se escucha al que valida todo y se elimina o ataca al que no, se genera endogamia intelectual. Solo así dejaremos de ser “farol de la calle y obscuridad de la casa”. Solo así comprenderemos que obediencia, no es lo mismo que sumisión, y que en la Iglesia se nos pide quitarnos el sombrero, pero nunca la cabeza.
Saludos con aprecio a todos
Por Mario Guzmán Sescosse
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