Vale la pena recordar la sabiduría presente en Cum Summi Apostolatus del Papa Clemente XIV, publicada hace 250 años.
Clemente XIV: el Papa que suprimió a los Jesuitas y acogió a Mozart , un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
*Traducido por Beatrice Atherton para MR
Como he tenido la ocasión de señalarlo antes, podemos aprender mucho volviendo a las encíclicas papales antiguas. Todas ellas expresiones del magisterio ordinario de la Iglesia y así vemos cómo los estos sucesores de Pedro, conscientes de la misión espiritual que han recibido, enseñaban “como quien tiene autoridad” y no como los escribas y fariseos (Cf. Mateo 7, 29), cuyos imitadores, en estos últimos tiempos, se esfuerzan por los plásticos y el cambio climático mientras descuidan asuntos más importantes de justicia.
La acusación de que mirar hacia atrás a la enseñanza de los Papas anteriores y de usar sus claras palabras para cuestionar las vacilaciones y los venenos de hoy es, de alguna manera, asentar una Iglesia de fantasía del pasado contra la actual Iglesia del presente, y muestra un malentendido fundamental de la manera en que funciona el catolicismo.
Como un elemento constitutivo de su religión, el catolicismo sostiene que la enseñanza consistente de los Papas a través de los siglos es en y por sí misma, un testimonio de la correcta comprensión de la Revelación divina, y que esta comprensión puede ser reconocida y entendida por los hombres de buena voluntad. Por lo tanto, el último Papa no es el único árbitro del contenido de la fe cristiana ni posee el poder para desechar o reinventar el magisterio entero de sus predecesores papales, sino más bien está obligado a seguir la misma doctrina, significación e intención.
En otras palabras, él es solamente un sucesor de una línea de Papas, no un superior a esta línea en su totalidad, lo cual significa que el valor de su enseñanza depende de estar en armonía con este testimonio colectivo. Puesto en simple: cada último Papa está parado en los hombros de los Papas anteriores. Si no lo hiciera así, se excluiría a sí mismo de su compañía como un renegado.
Giovanni Vincenzo Antonio Ganganelli (1705 – 1174) se convirtió en Papa en mayo de 1769 y tomó el nombre de Clemente XIV.
Dos hechos históricos, uno grande en sus implicaciones y el otro pequeño y simpático, están asociados a su reinado.
Suprimió la Sociedad de Jesús en 1773, la cual, al mismo tiempo, continuo existiendo en Prusia y Rusia, y sería finalmente restaurada en 1814 por el Papa Pío VII. Analistas más recientes han remarcado irónicamente que esta supresión llegó aproximadamente dos siglos antes de tiempo. Si este acto papal hubiera esperado al período posconciliar, ¡habría estado justificado por razones teológicas, no meramente políticas!
En 1770 el Papa Clemente alojó al niño prodigio de 14 años Wolfgang Amadeus Mozart y a su padre Leopold. En su visita a Roma, Wolfgang había escuchado una interpretación del Miserere de Allegri, música que en ese momento estaba prohibida poseer a cualquier persona fuera de la Capilla Sixtina.
Sin inmutarse, el joven compositor escribió la obra en su totalidad después de haberla escuchado una vez y, en lugar de recibir una reprimenda, Clemente lo recompensó con la Orden de la Espuela de Oro.
En todo caso, Clemente XIV está en mi mente porque se marcan el 250 aniversario de su encíclica inaugural Cum Summi Apostolatus, publicada el 12 de diciembre de 1769. Debiéramos poner atención a la sabiduría perenne contenida en sus palabras, que en muchos sentidos parecen más frescas y pertinentes a nuestra situación actual que cualquiera de los documentos publicados hasta ahora por el actual titular de la Sede de Pedro. No debiéramos estar sorprendidos por esto, porque la sabiduría que guía a los verdaderos cristianos siempre es oportuna, mientras que las causas de moda del día llevan la impronta desechable de su Zeitgeist.
Se dirige en primer lugar a sus hermanos obispos y les recuerda sus deberes primarios y la naturaleza de los desafíos que enfrenta la Iglesia en el mundo moderno:
Todos juntos debemos trabajar por la salud y la seguridad de la Iglesia, para que, sin mancha ni tensión, pueda florecer. Con la ayuda de Dios podemos lograr esto si cada uno de ustedes está encendido por un celo lo más fuerte posible por su rebaño y si su única preocupación es quitar de su rebaño todo contagio del mal y las trampas del error, y fortalecerlo diligentemente con toda la ayuda de la sana doctrina y de la santidad.
Si alguna vez ha sido necesario que quienes tienen a su cargo la guarda de la viña del Señor se sientan animados por estos deseos por la salud de las almas, es absolutamente indispensable, especialmente en estos tiempos, que estén convencidos y sean fervientes. ¿Cuándo, en efecto, se difundieron cada día, por todos lados, opiniones tan perniciosas, tendientes a debilitar y destruir la Religión? ¿Cuándo se ha visto a los hombres, seducidos por la fascinación de la novedad y transportados por una especie de codicia hacia una ciencia ajena, dejarse atraer más locamente por ella y buscarla con tanto exceso? Así nos llenamos de dolor al ver esta enfermedad pestilente de las almas que, lamentablemente, se propaga y se propaga más y más día a día.
Cuanto mayor sea el mal, Venerables Hermanos, tanto más debéis trabajar activamente y emplear todos los medios de vuestra vigilancia y de vuestra autoridad para repeler esta temeraria locura que todavía se desborda en las cosas divinas y santísimas. Ahora bien, este resultado lo lograréis, créelo, no con la corruptible y vana ayuda de la sabiduría humana, sino sólo con la sencillez de la doctrina y con la palabra de Dios, más penetrante que una espada de dos filos; cuando en todas vuestras palabras mostréis y pregonáis a Jesucristo crucificado, os será fácil reprimir la audacia de vuestros enemigos y repeler sus dardos. Edificó su Iglesia como ciudad santa y la fortaleció con sus leyes y preceptos. Él le confió la fe como un depósito que debe guardar religiosamente y con pureza. Quería que fuera el bastión inexpugnable de su doctrina y verdad, y que las puertas del infierno nunca prevalecieran contra ella. Puestos al frente del gobierno y custodia de esta santa ciudad, defendemos celosamente, Venerables Hermanos, el precioso legado de la fe de nuestro fundador, Señor y Maestro, que nuestros Padres nos han confiado en toda su integridad para que podamos transmitirlo puro e intacto a nuestra posteridad.
Si dirigimos Nuestros actos y nuestros esfuerzos de acuerdo con esta regla que las Sagradas Escrituras nos trazan, y si seguimos los pasos infalibles de Nuestros Predecesores, podemos estar seguros de que contamos con toda la ayuda necesaria para evitar lo que podría debilitar y lesionar la fe del pueblo cristiano y romper o disolver en alguna parte la unidad de la Iglesia.
Sólo de las fuentes de la sabiduría divina, tanto de la escrita como de la tradición, queremos sacar lo necesario para la fe y para nuestra obra. Esta doble y rica fuente de toda verdad y de toda virtud contiene plenamente lo que se relaciona con el culto religioso, con la pureza de las costumbres y con las condiciones de una vida santa. De ella hemos aprendido los deberes de piedad, honestidad, justicia y humanidad (…).”
Encíclica Cum Summi Apostolatus
¿Puede encontrarse una más perfecta expresión de la católica obligación a la sana doctrina y a una vida santa, en adhesión a la tradición recibida?
Viviendo en el apogeo de la Ilustración y su creciente violento ataque contra la Iglesia Católica y el antiguo régimen (ataque que se fusiona y estalla en violencia en la Revolución Francesa veinte años más tarde) el Papa Clemente sigue recordando a los obispos la inherente conexión entre la religión verdadera y el buen orden civil. Nótese que la última categoría incluye el derecho a ejecutar criminales:
Es por este medio que reconocemos que nada ha contribuido más poderosamente a determinar los derechos de las ciudades y de la sociedad que estas leyes de la verdadera religión. Por eso nadie ha declarado jamás la guerra a las divinas prescripciones de Cristo, sin perturbar, al mismo tiempo, la tranquilidad de los pueblos, menguando la obediencia debida a los Soberanos y sembrando por doquier la incertidumbre. De hecho, hay una gran conexión entre los derechos del poder divino y los del poder humano; quienes saben que el poder de los reyes está sancionado por la autoridad de la ley cristiana, obedézcanlos prontamente, respeten su poder y honren su dignidad. (…) Son servidores de Dios para el bien, y por eso llevan espada, severos vengadores contra los que hacen el mal. Además, son los hijos amados y defensores de la Iglesia, que deben amar como a su madre, defendiendo su causa y sus derechos.”
Encíclica Cum Summi Apostolatus
En sus observaciones finales, el Papa Clemente XIV, habiendo instado a los obispos a buscar la santidad, la caridad y la humildad en todas las cosas en imitación a Cristo, les recuerda sobre la fuerza de su ejemplo:
No podéis arder en el deseo de lograr esta semejanza sin transmitir la llama que arde en vosotros al corazón de todo vuestro pueblo. Ciertamente es maravillosa la fuerza y el poder del pastor que estremece las almas de su rebaño. Cuando los pueblos sepan que todos los pensamientos de su pastor, todas sus acciones están reguladas sobre el modelo de la verdadera virtud, cuando lo vean rehuyendo de todo lo que pueda saber de aspereza, de soberbia, de soberbia y ocupándose sólo de los deberes que inspiran la caridad, la mansedumbre, la humildad; entonces se sentirán vivamente animados a emularlo para lograr las mismas alabanzas. Cuando los pueblos saben que el pastor, olvidando toda ventaja personal, sirve a los intereses de los demás, ayuda a los necesitados, instruye a los ignorantes, anima a todos con empeño, consejo y piedad, y antepone a su propia vida la salud de la comunidad, entonces, dulcemente atraídos por su amor, su celo y su diligencia, escucharán gustosos la voz del pastor que enseña, exhorta y amonesta, aunque se los recuerde.
Pero, ¿Cómo puede enseñar a otros el amor de Dios y la bondad hacia sus hermanos el que, esclavizado por las trampas y la codicia de sus intereses privados, prefiere las cosas de la tierra a las del cielo? ¿Cómo es posible que quienes aspiran a los goces y honores del mundo puedan inducir a otros al desprecio de las cosas humanas? ¿Cómo podría dar lecciones de humildad y dulzura el que se eleva en el esplendor del orgullo? Por tanto, vosotros, que habéis recibido la misión de enseñar a la gente la moralidad de Jesucristo, recordad que debéis sobre todo empezar a imitar su santidad, su inocencia, su dulzura. Sepan que su poder nunca aparecerá más brillante que cuando lleven las insignias de la humildad y el amor, incluso más que las de su dignidad.
Acordaos que os corresponde a vuestro cargo, y que sólo a vosotros os corresponde dirigir de esta manera a las personas que os han sido encomendadas; es en el cumplimiento de este deber que debéis buscar toda ventaja y toda alabanza; si lo descuidáis, no encontraréis más que enfermedad e ignominia. No tengáis ambición de otras riquezas que la salud de las almas redimidas con la sangre de Jesucristo, y no busquéis la verdadera y sólida gloria sino propagando el culto divino y aumentando la hermosura de la casa de Dios, erradicando los vicios y aplicando todo vuestro cuidado a practicar la virtud con perseverante fidelidad. Esto es lo que debes pensar y hacer diligentemente; esto es lo que debe ser el objeto de vuestra ambición y de vuestros deseos.”
Encíclica Cum Summi Apostolatus
¡Qué inspirador se presenta aquí ante los ojos de los obispos! Su ocupación propia es la instruir al pueblo en la sana doctrina, en la verdadera piedad y en la íntegra moral. Debe poner a un lado los asuntos y normas mundanas. La riqueza que busque sea la de las almas inmortales y que por su beneficio priorice el culto divino, “aumentando la hermosura a la casa de Dios.”
¡Ah! Y ellos deben erradicar los vicios (la sodomía pude no estar mencionada expresamente, pero las andanzas de James Martin, S.J., ciertamente califican como uno de los más serios vicios, de acuerdo con las enseñanzas de San Pablo, quien disfruta de mayor autoridad que cualquier jesuita). El contraste entre este «plan pastoral», anunciado por Cristo Jesús en sus sesiones plenarias con los apóstoles, y el que los obispos han tendido a adoptar después del Concilio Vaticano II deja a uno positivamente sin palabras. ¿Podría alguien refutar la verdad de la encíclica de Clemente? Desde hace 250 años, su voz vuelve a nosotros con una urgencia redoblada.
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/remembering-the-pope-who-suppressed-the-jesuits-and-hosted-mozart/
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