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Autoridad es paternidad

Catequesis política sobre la familia (V)

«Toda autoridad es una forma de paternidad», nuestro articulista nos ilustra en la materia

Autoridad es paternidad. Un artículo de Gonzalo J. Cabrera

El P. Álvaro Calderón, en su obra “El Reino de Dios” observa, atinadamente, que “el padre es autoridad principal y la madre autoridad secundaria”, por cuanto “la autoridad debe ejercerse fortiter et suaviter, y el corazón del hombre es tan material que le resulta difícil reunir ambas propiedades en una misma carne”. Obviamente, y como presupuesto previo para el ejercicio de esa autoridad, es necesaria la sociedad conyugal.

Sin el auxilio de la Gracia, estas funciones, que se ordenan al educar, es decir, conducir al hijo a su fin último, no son realizables. Porque la naturaleza del padre está dañada por el pecado original, y solamente por Gracia puede restañar esa herida, y por tanto, educar bien. Asimismo, el educando, que comparte naturaleza con el padre, necesita de la Gracia para que la educación que recibe sea efectiva. Es una de las razones que explican la importancia de la recepción prudentemente temprana de los Sacramentos de iniciación, y de la frecuencia de los Sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia.

Por lo que respecta a la sociedad política, los hombres se asocian naturalmente para alcanzar su fin. De hecho, su perfección a nivel individual, está condicionada a su contribución al bien común, como nos recuerda Santo Tomás. En otras palabras, el hombre a-social siempre será un hombre imperfecto, y hará peligrar su salvación. Por eso quiso Dios que la primera sociedad en la que, cronológicamente, se incardina el hombre, sea la familia. Pero la familia, sociedad imperfecta, no puede sublimarse al margen de la sociedad. Cada sociedad inferior se perfecciona en cuanto se incardina en la superior, hasta llegar al nivel de la comunidad política, que es sociedad perfecta y, a la vez, subordinada a la Iglesia.

Lo dicho anteriormente en referencia a la Gracia, se aplica a la sociedad política, la cual está formada de hombres, todos ellos con naturaleza que debe ser redimida para alcanzar su fin. Todas las realidades temporales deben, pues, ser redimidas, para perfeccionarse. Por ello, solamente desde el naturalismo racionalista liberal puede pretenderse un relativismo de la comunidad política hacia la religión verdadera. Y solamente desde una concepción individualista de la fe puede defenderse una libertad religiosa entendida como carta de naturaleza para el ejercicio público de cualquier credo, pues la difusión de credos falsos daña el bien común, y por tanto, el bien de quienes profesan la religión verdadera.

Ningún católico mínimamente recto niega que la fe deba ser transmitida de padres a hijos. En cambio, muchos más niegan que la autoridad política deba favorecer la difusión de la fe verdadera en la sociedad. Probablemente ocurra esto porque se ha olvidado que toda autoridad, como recuerda el P. Calderón, es una forma de paternidad. De ahí que la catequesis familiar sea, en cierto modo, catequesis política, y viceversa. Pues la familia es escuela de vida en comunidad, y comparte con ella numerosos principios, pues resulta esquizofrénico que los principios que un recto padre quiere en su familia, no los quiera en su comunidad política, o los quiera solamente en el plano especulativo, amparándose en la falsa libertad para separarse de ellos en la práctica. En este sentido, se confunde el hecho de que el gobernado sea mayor de edad, con que no necesite ser “educado”. Gobernar es dirigir al gobernado a su fin, y eso se aplica sea cual sea la condición de éste. La tesis de la “mayoría de edad política del hombre”, que Maritain desarrolló con los consabidos resultados para la descristianización de las sociedades otrora católicas, rápidamente se traslada al ámbito de las relaciones entre los fieles y la autoridad eclesiástica.  Afloran, pues, el libre examen y la sola fides, como principios directores de la vida espiritual del “católico”. En otras palabras, el modernismo político y el modernismo teológico son vasos comunicantes, a los que hay que añadir también el modernismo familiar, pues la corrupción en las sociedades superiores rápidamente se extiende a las inferiores.

Así como el padre no ejerce su autoridad al margen de su paternidad, sino que ésta le fue dada por Dios para ejercer aquélla, tampoco al gobernante le concedió Dios su autoridad para ejercerla sobre el hombre emancipado de la modernidad. Ese, y no otro, es el principio de la democracia. El hombre, emancipado del orden de la Gracia, se da a sí mismo el fundamento de su gobierno.  Se entiende así cómo la negación de Dios es paso previo y necesario para negar el carácter paternal de la autoridad política, que pasa así a ser un servus, mero elemento administrativo al servicio de los impulsos de la multitud.

Gonzalo J. Cabrera


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Author: Gonzalo J. Cabrera
Economista, jurista y experto en Doctrina Social de la Iglesia