Con el artículo de hoy, nuestro compañero Miguel da por finalizada una trilogía sobre el auge y caída del jansenismo que ha sido un éxito de visitas a nuestra web. Al final tienen el enlace a los anteriores capítulos. Les animamos a leerlos y a difundirlos.
Auge y caída del Jansenismo (III). Un artículo de Miguel Toledano
Antes de fallecer el padre Arnauld había nombrado a un sucesor en la persona del padre Quesnel, del Oratorio de san Felipe Neri. Éste tenía buenas relaciones con el nuevo arzobispo de Paris, el pusilánime cardenal de Noailles, nombrado gracias al apoyo por parte de la esposa morganática del rey y del influyente Bossuet. Noailles había elogiado la obra de Quesnel, hecho que le afeó la Compañía de Jesús. Volvió a intervenir Bossuet para transar, provocando a su vez un nuevo crecimiento del jansenismo.
Entonces apareció en escena Fénélon, el otro gran personaje eclesiástico de la Francia de Luis XIV, rival de Bossuet, de la reina plebeya y, por supuesto, del jansenismo. Para él, difícilmente se podía acomodar con la ternura del Evangelio la doctrina del Cristo de los brazos estrechos.
Comprendemos así la simbología de esa representación. La cruz de Cristo acoge a los pecadores con los brazos abiertos, puesto que precisamente Nuestro Señor padeció y murió en remisión de nuestros crímenes y desprecios. Pero, en el rigorismo jansenista, sólo a algunos les es otorgada por Dios la gracia santificante, por lo que es más reducido el abrazo redentor del Hijo del Hombre.
Hasta Bossuet hubo de ceder en su intentona de disculpar a la secta y a su protegido Noailles. El rey empezó a sentirse harto de estos problemas teológicos y se rumoreaba que prácticamente prefería a los ateos antes que a los jansenistas, a los que consideraba republicanos y casi tan heréticos como los mismos protestantes. Como Quesnel se hallaba refugiado en Bruselas y ésta todavía pertenecía a la corona de España, Luis XIV pidió a su nieto Felipe V que el jefe de la secta fuese arrestado.
Adicionalmente, exigió del papa Clemente XI una nueva condena del jansenismo. Aunque el pontífice no deseaba que la medida fuese percibida como una concesión al galicanismo, la otra secta francesa en apogeo, aceptó la propuesta real y pronunció su condena en 1703. Pero, todavía seis años más tarde, las religiosas de Port-Royal seguían jugando a sus anchas con la debilidad de Noailles.
El 29 de octubre de 1709, la policía acudió al monasterio y comunicó a las veintidós monjas que aún quedaban la orden gubernamental de dispersarlas y aislarlas individualmente. Había veintidós carrozas preparadas, de tal forma que cada una fuese deportada a un monasterio diferente de Francia, para que no pudiesen conspirar ni siquiera por parejas. Las escoltarían arqueros a caballo, como si fuesen delincuentes. Una vez vaciado el convento, fue librado voluntariamente al pillaje de la soldadesca.
La medida de Luis XIV provocó una nueva reacción lógica de apoyo al jansenismo. Las ruinas de Port-Royal se convirtieron en un lugar de peregrinación de cristianos (que con la jerga post-conciliar llamaríamos “cristianos de base”), procedentes de toda Francia.
Exasperado, el viejo rey decretó entonces la destrucción total del monasterio, incluida su iglesia, lo que fue llevado a efecto en enero de 1710. Como los peregrinos seguían acudiendo al cementerio, el Rey Sol ordenó que también fuese arrasado, de forma que no quedase piedra sobre piedra. Los restos de Pascal, de Boileau y de Racine se trasladaron a París; los de los jansenistas anónimos fallecidos fueron igualmente exhumados, siendo en este caso arrojados en una fosa común. Los revolucionarios aprovecharían más tarde para relatar la escena en contra de la monarquía: mientras los sepultureros ebrios cavaban, los perros se disputaban los cadáveres en descomposición.
El flojo Noailles temía que estos modos del rey, en lugar de meterla en cintura, otorgasen a la secta una pátina martirial, como así fue. Aniquilar materialmente el núcleo del jansenismo no eliminaba su influencia sobre las conciencias, especialmente afectas dentro del bajo clero. A mayor abundamiento, el galicanismo francés volvía a considerar a los seguidores de Jansenio como sus aliados naturales, reforzando su presencia y tildando a la Santa Sede de abusadora contra los privilegios nacionales.
Tras analizarla durante catorce años, el Santo Oficio obstó a la publicación de la obra de Quesnel. Pero, en lugar de someterse al juicio romano, el jefe de los jansenistas contraatacó con nuevos panfletos. Bossuet había muerto ya; Fénélon y los jesuitas apoyaban una intervención del papa, que zanjase definitivamente la cuestión. Afirmando así su autoridad, Clemente pronunció en 1713 su más solemne condena de la herejía, la bula Unigenitus, que calificaba al movimiento y a su jefe oratoriano de “lobo voraz, falso profeta, maestro de la mentira, forajido hipócrita y emponzoñador de almas”.
Es importante destacar que no sólo se condenaban las proposiciones jansenistas, sino también las galicanas. Mas, a pesar de la influencia de Fénélon, la bula encontró división de opiniones en Francia, donde ni el clero, ni el parlamento ni la Sorbona la aceptaron íntegramente.
Cuando el rey murió, seguían apareciendo libros jansenistas. La regencia de Luis XV supuso un tratamiento de favor al movimiento, que definitivamente se alió a los galicanos. No sólo eso, sino que, para atacar al Altar y al Trono, los libertinos, escépticos y ateos franceses del Siglo de las Luces se adhirieron a dicho “partido”, del que el voluble Noailles fue proclamado jefe sin apenas pretenderlo.
El papa lo excomulgó y ya se hablaba de él como cabeza de la iglesia cismática galicana. Para alcanzar un nuevo acuerdo con la secta, esta vez medró el preceptor del regente, un tal Dubois, que ni siquiera era sacerdote, si bien resultaría elevado a cardenal un año después.
El jansenismo agonizaba, pero el nuevo papa Inocencio XIII tampoco consiguió acabar con el problema. En 1724 subió al solio Benedicto XIII, un dominico tomista que no podía tolerar la desviación que se venía sufriendo ya durante más de un siglo. El bajo clero seguía considerándose, en gran medida, perteneciente a esa especie de presbiterianismo católico. Nuevos milagros parecían apoyar los últimos estertores de la secta; aunque, como suele ocurrir en estos casos, pronto se pasó al delirio y de ahí al esperpento, en el que los adeptos se tragaban piedras o se cortaban las venas con cristales.
El jansenismo quedaba así completamente desacreditado a mediados del siglo dieciocho y convertido en un mero grupo de poder en el marco de la monarquía de Luis XV. No obstante, el espíritu de igualitarismo y desobediencia del movimiento aportó una combinación explosiva a la sociedad francesa, incluido su clero, que cristalizaría en la Revolución de 1789, no habiéndolo hecho completamente durante la subversión protestante. Nos atrevemos a decir que tales caracteres de obsesión por la igualdad y la rebeldía han seguido bien vigentes hasta el momento actual.
Antes de diluirse, el partido jansenista logró como victoria agonizante la supresión de la Compañía de Jesús, a la que el papa Clemente XIV se sometió. No porque el origen franciscano del pontífice así se lo aconsejase, según aquella rivalidad legendaria entre ambas órdenes; sino más bien por ceder a las presiones regalistas a las que su antecesor se había opuesto. Penúltimo triunfo -pasajero- de los enemigos de la Iglesia, que se alegraban con frecuencia de las penurias romanas e ignacianas, seguros como estaban de poseer ellos la razón.
Miguel Toledano Lanza
Domingo quinto después de Pentecostés, 2021
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