El demonio tiene una religión que hace parodia de los sacramentos y ritos de la Iglesia, y el aborto es una de ellos.
El aborto es un anti-sacramento, tramado por Satán para servir a su contra-iglesia, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
De vuelta al año 1997…estaba hojeando libros en una librería y encontré uno que me choqueó y horrorizó. Una teóloga feminista había escrito un libro en el que ella sostenía que las dos grandes “cruces” que las mujeres católicas debían soportar son – lo adivinaste – la oposición de la Iglesia Católica a la ordenación de mujeres y al aborto. No podía creer que la blasfemia hubiera alcanzado este nivel, pero no pude negar lo que mis ojos veían por mucho que hubiera deseado estar atrapado en una pesadilla.
Luego, no mucho tiempo después, alguien me habló de una mujer en Canadá que habló del aborto como un “sacramental”. El abuso del lenguaje es nada menos que luciferino. En realidad, no existe nada sagrado o santificante en el pecado, la destrucción de la vida o la autodestrucción, tal como no existe nada de bello en el demonio después de su rebelión. Los sacramentos son para dar vida al hombre. El aborto es más bien el anti-sacramento por excelencia, ya que priva al humano no nacido de su oportunidad de que se le dé vida natural y sobrenaturalmente.
“EL demonio es el simio de Dios,” dice un antiguo dicho. El demonio realmente tiene una religión organizada; organizada al menos al punto de dar a los enemigos de Cristo las más rígidas y eficientes estructuras políticas, psicológicas y culturales que él puede lograr idear con su inteligencia sobre humana. Todo lo hecho por la Iglesia Católica es parodiado por la “iglesia” del demonio, y en su parodia encontraremos una explicación de las blasfemias de las personas mencionadas arriba, cuyo uso de las palabras “cruz” y “sacramento” es nada menos que un ataque frontal a todo lo santo y misericordioso de Dios.
La única forma en que la misericordia infinita de Dios puede ser rechazada es por una ofensa directa a ella:
“En verdad os digo que todo les será perdonado a los hombres, los pecados y aun las blasfemias que profieran: pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, es reo de eterno pecado” (Marcos 3, 28-39).
Si las personas se arrepienten de sus pecados, ¡cualquier pecado!, y busca la misericordia de Dios, Él se las dará, aunque no sin un justo castigo en esta vida o en la próxima. Pero si las personas ofenden directamente contra la divina misericordia exhibida o comunicada en el orden de la creación y en el orden superior de la redención, y se van a la tumba en este estado de rebelión contra el Espíritu Santo, ¿Cómo podrá ayudarlos Él? ¿Mostrándoles su misericordia? Es un gran don que ellos han despreciado.
Que las personas elijan por sí mismas el infierno es una cruda verdad; y añadiría que más allá del esto el infierno es obra del propio pecador. Su prisión es su propia mente y su castigo es estar atrapado en su oscuridad, en su retorcido ego por la eternidad. Eso es suficiente infierno, antes incluso de hablar sobre las llamas o cualquiera de los tormentos magistralmente imaginados por el Infierno de Dante. Pienso a menudo en lo que dice Lewis en El Gran Divorcio: el infierno es como un suburbio donde las casas y sus residentes se van distanciando cada vez más a medida que pasa el tiempo. ¿Y podríamos conectar esta imagen con la convicción de Ratzinger de que el infierno está ya irrumpiendo en nuestro mundo moderno, filtrándose por las grietas, por así decirlo? Los suburbios de la tierra sin niños, evacuados por la anticoncepción y el aborto, son los precursores de los suburbios sin Dios del Hades, habitados por la vacuidad.
El aborto es el crimen de las personas que se odian de raíz a sí mismas y desesperan del significado de la vida.
Si las personas amaran lo que son y vieran sus vidas con sentido, le darían la bienvenida a toda nueva vida como una continuación de lo que ellas aman, una verificación más de la inmensa significación de la vida, un presagio de esperanza, un pago anticipado para futuro.
El crimen de extinguir y descartar al niño es en absoluto lo más bajo, el decaimiento completo de la vida y de la existencia. Es la muerte del instinto social y del mismo corazón humano; el suicidio del sentido común; el brutal asesinato de la compasión y de la misericordia; una enferma parodia del amor. Visto de esta manera es el más perverso acto posible, ya que es el como estar asesinando la inocencia, la vida, a Dios y el futuro, todo a la vez. Es aborto es literal y simbólicamente la etapa final de la decadencia metafísica y de la pérdida del sentido.
Por consiguiente, nuestra lucha contra el aborto y contra todo lo que conduce y se deriva de él, no solo debe tener un lado práctico y político, sino también un lado especulativo. Los cristianos ahora más que nunca deben estudiar e internalizar las raíces especulativas de su herencia, así como la multitud de errores modernos que socavan esta herencia, este “evangelio de la vida”. Seríamos unos ingenuos al pensar que la filosofía, esta abstracta y enrarecida disciplina, tiene poco o nada que hacer con nuestra actual cultura de la muerte. Por el contrario, tiene mucho que hacer con esto. En palabras de Erik von Kuehnelt-Leddihn:
“El filósofo es capaz de comprometerse en muy peligrosos juegos con la realidad; juegos jugados por sus sombríos colegas, gnósticos, alquimistas y magos; juegos verbales en general, pero que fácilmente degeneran a través del orgullo y de la equivocada combinación en la distorsión de la realidad. Y si las ideologías son combinaciones arrogantes y perversas es porque son preparadas en la cocina filosófica del infierno. (Citado en Decline of the Intellectual (La Decadencia del intelectual) Thomas Molnar, prefacio a Nueva Edición, ix)
Sabemos desde la teología moral que existen algunos pecados peores en su tipo que el aborto, por ejemplo, profanar la Sagrada Comunión o cometer suicidio. Pero como Santo Tomás dice con frecuencia, nada hay que impida que un pecado sea el peor en un cierto respecto, incluso si no es el peor absolutamente hablando. Ningún crimen puede ser más abominable que el aborto al menos de esta manera. Es tan amargamente contrario al bien natural fundamental de la vida y al profundamente arraigado afecto que los seres humanos sienten hacia los compañeros humanos, especialmente hacia el inocente e indefensos. No puede haber una excusa satisfactoria para este crimen. Todos saben que una mujer embarazada es, como dice el antiguo refrán, “una mujer con un niño”; que el abdomen está redondeado porque un niño está creciendo y retorciéndose en el útero; que desde el momento de la concepción hay una nueva vida humana además de la madre. Es imposible no saber esto si uno aún disfruta del uso de razón.
Lo cual lleva a una aterradora conclusión: la inmensa prevalencia del aborto en el mundo moderno es una señal de la extrema oscuridad espiritual que ha descendido sobre la humanidad; una oscuridad como ninguna otra de que la humanidad haya sido testigo. Para que el aborto sea “aceptado” (por no hablar de elegido), el intelecto de una persona, en realidad el alma entera de él o ella, debe estar perdido de la realidad, del conocimiento de sí mismo, del amor por la vida, de la humanidad básica y hasta del principio de no contradicción y con este, de la posibilidad de un pensamiento lógico. Conflictos de un hombre contra otro hombre son una cosa. Mientras los hombres caigan presa de la avaricia, libido dominandi, y del exagerado nacionalismo, se levantarán guerras y pelearán. ¿Pero una tecnológicamente refinada y lucrativa guerra contra los niños no nacidos? No hay nada más depravado, nada más profundamente contrario a la misma naturaleza del hombre. El aborto socava ese amor por la descendencia escrito por naturaleza en el corazón humano y se pone en su lugar una negación vacía, de hecho, una negación asesina, del ser. Convierte un corazón de carne en un corazón de piedra.
Esta es la razón de porqué el Cardenal Pell pudo decir: “El aborto corrompe todo lo que toca, la ley, la medicina y todo el concepto de derechos humanos.” Esto es así porque primero corrompe el corazón humano. Esta es la razón de porqué quien ejecuta, aconseja o se somete a abortos desesperadamente necesita de nuestras oraciones y penitencias. Nada hay más que necesiten que los sacramentos y la vida de la gracia, el perdón y la paz del Señor.
(Adaptado de un artículo aparecido primero en Truth and Charity Forum of Human Life International )
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes leer este artículo en sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/blasphemy-against-mercy
Nuestra sugerencia de lectura para el artículo de hoy
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