En estos tiempos convulsos, debemos pedir Sacerdotes santos y hoy, Miguel Toledano, nos habla de uno que, precisamente, es colaborador en Marchando Religión, el Padre Ricardo Ruiz, un ejemplo de sacerdote de la caridad
Sacerdote de la caridad, el Padre Ricardo Ruiz, un artículo de Miguel Toledano
No lo conocí en Madrid, puesto que cuando yo empecé a asistir a la Misa gregoriana hace algo menos de veinte años, él precisamente se trasladaba a los Estados Unidos. Por lo tanto, nuestros caminos del Señor no se cruzaron entonces por poco. Como en la Traviata, uno de los personajes llega justo cuando el otro marcha, aunque más adelante se produzca el encuentro.
Se cruzan ahora gracias a las ondas radiolécticas de Marchando Religión. Una de las mayores bendiciones de este medio es poder compartir con otros autores católicos la alegría de la Fe. Nuestros lectores, y yo con ellos, disfrutamos de la doctrina que semanalmente nos comparte el Padre Ricardo Ruiz Vallejo, presidida por la Caridad.
Comienzo por nuestro común menester educativo. Profesor y prefecto en un colegio de Secundaria, el Padre Ricardo afirma con rotundidad que “es falso que hay que ser muy duro” en el trato con los alumnos. No puedo corroborar más este aserto. Hay quien, contaminado por la ideología y ofuscado por la ignorancia, tiene a identificar la severidad con la educación católica, como si nuestra religión fuera la de Conrado Grebel. La educación católica se identifica con el amor, la caridad, la compasión, como toda comunidad católica. Una comunidad cristiana, dice el Padre Ruiz, muy estricta en su regla y creencias pero entre cuyos miembros falta la caridad, el cariño sincero y cristiano, la humanidad compasiva, “es una falsa comunidad cristiana”.
Ahora que el pin parental se está poniendo de moda en Murcia, nuestro autor nos recuerda la importancia de la familia en la educación. “De padres virtuosos saldrán hijos virtuosos”, asevera de conformidad con el viejo adagio romano. Es ésta una garantía de vida, una regla de estabilidad, un fundamento de la tradición. La virtud que nosotros practicamos en el hogar católico la viven nuestros hijos, quienes a su vez la entregarán a los suyos, nuestros nietos, como nosotros la recibimos igualmente de nuestros abuelos. En España, tenemos la dicha de que dicha tradición no se ha roto desde hace más de diecisiete siglos. La Fe se vive, casi sin querer, en un sinfín de quehaceres diarios, de costumbres y hasta de sentimientos que, por ser hispánicos, son cristianos.
Por el contrario, de padres corruptos saldrán hijos viciosos, advierte el sacerdote. Cuando aquellas personas que son, por naturaleza, nuestra principal referencia, se apartan de la norma de vida, es un riesgo probable que su progenie se encuentre sin la base precisa para crecer armónicamente, perdida en un universo de pasiones, deslavazada del afecto de los demás y hasta torpe en la práctica de los más elementales principios metafísicos. De tales padres llega a colegir el Padre Ricardo incluso la consecuencia de la homosexualidad. Psicológicamente, una de las causas de la homosexualidad se manifiesta en los hijos que recibieron escaso cariño de parte de un progenitor o, peor, de ambos; el joven desdichado puede llegar a experimentar desviaciones sentimentales dramáticas que le llevan a buscar afección por los hombres, por haber sufrido ausencia de cariño paternal o maternal.
En nuestra cultura, no fue precisamente el afecto una carencia habitual y por eso posiblemente nos preservamos también con más virilidad, al menos hasta bien recientemente, de las inclinaciones desviadas del credo judeo-cristiano. A diferencia de los pueblos hispánicos, en los territorios del norte europeo, donde el cariño familiar y también social ha escaseado en mayor medida, se ha dado, con un nivel de frecuencia antes imposible en el ámbito ibérico, el fenómeno de la inversión sexual ya sea en sus modalidades reprimida o desbocada.
Por desgracia, tales afecto y caridad pueden estar ausentes también en los mismos sacerdotes. Al menos en dos ocasiones, he leído al Padre Ruiz en esta líneas prevenirnos de que existen, en efecto, sacerdotes sin caridad. Guardaos, fieles lectores de Marchando Religión, de los sacerdotes sin caridad. El Padre Ricardo reproduce la máxima de San Alberto Magno para con ellos: Al sacerdote que no tiene caridad se le debe quitar el derecho a predicar. Lo malo, en ocasiones, es que la revocación del ejercicio de dicho derecho la debe decidir la autoridad eclesiástica, para lo que primero ha de advertir dicha ausencia de caridad, lo que no siempre es el caso.
Esos sacerdotes que se olvidan de la caridad no son sino los fariseos de nuestra época, continúa el Padre Ricardo, la más profunda corrupción de la religión. Comúnmente, junto a la caridad se han olvidado también de la misericordia y de la humildad. Nuestro Señor les propina las palabras más duras de toda la Sagrada Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento incluidos: “raza de víboras, hijos de Satanás”. Son la autoridad religiosa, aunque no son de Dios, sino más bien de su enemigo, como proclamó Cristo; tienen el poder, pero no lo utilizan legítimamente; invocan obediencia, mas nadie les obedecerá cuando no estén delante. Se les detecta inmediatamente, prosigue nuestro querido predicador, por su falta de misericordia; se encuentran protegidos, porque “se protegen entre ellos mismos” y “tienen sus papeles en regla”, aunque en realidad ejercen abuso de poder en el nombre de Dios, como denunció su propio Hijo.
En cierta manera, el Padre Ruiz nos tranquiliza en el escándalo, al lamentar que el fariseísmo se da en todas las religiones, no sólo en la cristiana. El verdadero pastor cristiano se apresura a buscar a la oveja perdida o, como con magistral antítesis refuerza el mensaje de la caridad, en otro caso anda más perdido él que la misma oveja. Y cuando anda perdido el pastor, malos augurios le caben al rebaño.
Asociada a la falta de caridad se halla, naturalmente, la soberbia, el sello de quienes no soportan que les digan lo que tienen que hacer, de quienes interrumpen a los demás porque consideran que lo que tienen que decir es mucho más importante, de los que se ríen del más débil o del menos inteligente, de los que se avergûenzan de tener por compañía a un pobre o a alguien “de poco nivel”.
Pero, paradójicamente, las almas soberbias y faltas de caridad, tan suficientes de su pretendida categoría, pueden caer en el derroche de frivolidades, una vez más también entre los sacerdotes. El Padre Ruiz subraya aquellas “vocaciones” empleadas para garantizar un buen nivel social (como el propio San Vicente de Paúl hasta que dio un giro copernicano a su vida), dedicado luego a fundar obras de beneficencia para los pobres. Corrigió así el gran limosnero su frivolidad inicial, pasando a abogar por los más desfavorecidos y a ocuparse de ellos.
Como expresión muy hispánica también de la caridad destaca en el Padre Ricardo esta opción preferencial por los pobres, entroncando con nuestros santos católicos; así, por ejemplo, Tomás de Villanueva, amenazado por sus canónigos en Valencia para que aceptara lujos y prebendas como teóricamente aparejados a su dignidad catedralicia. Tomás no quiso ceder a tal pretexto y servir a Mammón; el Padre Ruiz no tiene reparo en denunciar que, en la actualidad, el mismo pretexto y servilismo lo aducen múltiples “monseñores y clérigos”.
Gracias, Padre Ricardo, por su magisterio de la caridad y hasta pronto, en Madrid o en Bruselas, si Dios quiere.
Miguel Toledano Lanza
Domingo segundo después de Epifanía, 2020
Les invitamos a ver el siguiente documental del Padre Ricardo sobre la sábana Santa: Veredicto científico sobre la Sábana Santa
Les recordamos que todos los domingos en nuestra página, tienen las meditaciones del Evangelio comentadas por el Padre Ricardo
Esperamos que hayan disfrutado con esta semblanza sobre nuestro querido Padre Ricardo, Sacerdote de la caridad, les invitamos a leer el siguiente artículo:
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