Somos viajeros en un tren, desconocemos el destino, no sabemos quiénes son nuestros compañeros de vagón, ¿Quien eres? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cual es el destino final de nuestro tren?
«¿Quiénes somos? ¿Quién eres? Viaje en el tren», Manuel Cuevas
Despierto por el ruido y el ajetreo que siente mi cuerpo, reacciono lentamente saliendo del sopor que me produce aún el sueño, reacciono con sorpresa cuando me doy cuenta que viajo en el vagón de un tren, a mi lado veo una pareja de ancianos, personas mayores que me sonríen y sin decir nada me ofrecen algo de comer.
Me doy cuenta que tengo hambre pues devoro lo que me ofrecen y bebo con ansia el vaso de agua que me dan. Agradecido no atino sino a sonreírles a ellos , entonces pregunto, ¿Dónde estamos? ¿Y para dónde va este tren? Ellos divertidos sólo dicen, estamos en el viaje y vamos hacia adelante.
Trato de sacar más información y pregunto, pero ¿de dónde salió el tren? Ellos sólo dicen: de allá atrás, señalando la ancianita con su mano achacosa, la parte posterior del vagón.
De repente me doy cuenta que no recuerdo nada, ni mi nombre, ni quien soy, ni como llegué al tren, les pregunto a los ancianos y me dicen que yo solamente llegué cuando iniciaba el viaje y justo a tiempo para que no me dejaran. Busco en mi bolsa y solo encuentro ropa, unos papeles, un Rosario, algo de dinero, pero no encuentro fotos o alguna identificación que me diga quién soy.
Me empiezo a preocupar, el viejecito me dice ¿Qué te pasa muchacho? Me da pena decirles, pues pensarán que estoy loco o que quiero burlarme de ellos, pero con esos ojos de sabiduría que da la experiencia de los años, me dice
-Estás preocupado por qué no sabes quién eres y que haces aquí, verdad?
Sorprendido lo veo y sus rasgos me parecen conocidos, podría ser cualquier persona que alguna vez conocí, solo le digo, ¿usted me conoce? Él me dice,
-Claro que te conozco muchacho, de toda tu vida, solo que a veces perdemos el rumbo y nos llenamos de tantas cosas que olvidamos quienes somos realmente
Le comento al anciano, ¡dígame quien soy por favor! Me dice;
–Eso tienes que descubrirlo tú mismo, muchacho
Aturdido por su respuesta, trato de pararme y me tambaleo, los ancianos me sostienen y me ayudan a caminar, parecen mis primeros pasos, así salgo al pasillo y empiezo a caminar buscando no sé realmente qué ¿quizás respuestas? ¿ quizás algo que me diga si esto es real o solamente sigo soñando?
Pasando por los diferentes camarotes veo a personas serias, algunas leyendo, niños peleando, parejas discutiendo, novios abrazados, trato de buscar la entrada a otro vagón y encuentro uno donde parece haber una fiesta, música, ruido, bebidas, me invitan a quedarme unas personas para estar con ellas y pasemos un rato divertido, cuando estoy a punto de aceptar tropiezo y caigo de rodillas, el dolor me despierta y me hace reaccionar, algo me dice que detrás de todo eso no existe nada bueno, verdadero o que valga la pena, logro salir a otro vagón dormitorio donde veo algunos que se disponen a descansar, me ofrecen un camarote, pero no quiero dormir, quiero saber qué pasa.
Recuerdo que cuando desperté y revise mis cosas traía un Rosario, lo tomo entre mis manos ansiosas y empiezo a sentir una calidez que me llega al corazón, no sé cómo ni quien me enseñó, pero empiezo a rezarlo, al hacerlo descubro que algunos camarotes son oscuros y con un olor repugnante aunque se ven lujosos y atractivos, otros los veo grises y monótonos, como si se hubiera ido toda la alegría y el color de ellos y solo quedara la rutina, la costumbre y el hastío.
En otros se siente paz y alegría, y una sensación de estar en casa ahí es cuando siento más fuerte el calorcito en mi corazón y en el Rosario que llevo en mi mano, siento que poco a poco voy entendiendo algo sobre este tren, sobre lo que vi, pero sobre todo siento que estoy recordando o descubriendo quien soy.
Encuentro a un operario del tren y me pide el boleto, le digo que no traigo, pero me dice, si lo tienes en tu camisa, y toma el boleto y lo perfora, aun no sé cómo llegó ahí, le quiero preguntar algo, pero desaparece sin que vea a donde se fue.
Continuo caminando por los pasillos de los vagones, puedo observar el paisaje, pero hay algo raro, cambia mucho pues del desierto entra a una selva, luego veo paisajes de ciudades o un bosque, pero no hace ninguna parada el tren, cada vez estoy más confundido, entramos a una serie de túneles y siento que me cuesta respirar, solo que de repente el silbato del tren me hace brincar y puedo percibir la penumbra de una luz al salir el tren del túnel.
Salgo de los vagones y llego a la Locomotora, ahí está el maquinista y me dice:
¿Por qué tardaste tanto? Te estaba esperando
Yo me quedo atónito de sus palabras y solo puedo balbucear
-pero es que no sé cómo llegué aquí, ¿quién soy?
Pero me para en seco el maquinista y me dice
-Tranquilo muchacho ya casi llegamos a tu destino, yo te explico todo, pero primero que nada tienes que saber quién eres tú.
Abro los ojos asombrado y como en una película veo pasar mi vida, con alegrías y tristezas, cometiendo errores y aciertos, veo a mis padres, familia y amigos, mi bautizo, al amor que me ha rodeado, mi boda con la mujer que me ama y me ha acompañado, a los hijos que amo y se quedan esperando su propio tren y siento que nunca he estado solo, que mi vida tiene un sentido y que en todo el universo no hay nadie como yo que fui creado por amor para llegar a este destino que me espera.
Y al pensar en quien me creó y amó entiendo por fin quien soy, no me cabe la menor duda, soy el Hijo pródigo que regresa a casa, soy el alma errante que recorre el mundo buscando espejismos y que tenía todo en casa, mi Padre me espera, mi familia me espera, he gastado y dilapidado mi herencia, y aun así mi Padre me ama, y sé que me espera cuando el tren llegue a la estación, mi corazón palpita de emoción, me pongo el Rosario en el cuello como un collar que dice:
«vean soy el hijo de mi Padre que a pesar de mis caídas regresa a casa».
El Maquinista sonríe y dice: ¿ves?, ya entendiste casi todo tú solo. El tren es tu vida, inicia cuando empieza tu viaje, los viejitos eran tus Padres que te alimentaron y dieron la vida y el sustento por ser su hijo, regalo de Dios. Los vagones y las personas que viste son todas las cosas que en tu vida tuviste cerca, a algunas las alejaste, las heriste, a otras las ayudaste.
Algunas cosas pudieron hacerte perder tu viaje y tener un trágico fin, pero siempre hubo quien veló por ti, ¿ves ese Rosario que traes sobre tu cuello? Pues Ella te cuidaba, ni duda cabe.
Yo sabiendo la respuesta pregunto, ¿Ella? ¿Te refieres a…? Si zonzo a Ella, a la Virgen, ¿pues qué, todavía no despiertas?
Bueno , continúa el Maquinista, el asunto es que ya estamos llegando a la estación, el mismo Padre de todos viene a recibirte pues realmente te ama y le da una alegría inmensa ver que no te ha perdido, y te espera para darte un abrazo que abarca el mundo entero y que muestra su perdón y amor.
Entonces significa que estoy muerto?
No, mi amigo, ¡vaya! te tengo que dar unos coscorrones, tú sí que estas lento para entender, no estás muerto, ¡estas Vivo!, más vivo que nunca, los muertos son los que no terminan el viaje y se quedan en cualquier lugar, en cualquier espejismo, vagón o se dejan engatusar perdiendo el viaje a la verdadera vida, tu llegaste a tu destino y no puede ser más maravilloso.
Yo no puedo menos que temblar de emoción y entiendo todo lo que ha sido este viaje, arrepentido por mis errores y fallas que a punto estuvieron de descarrilar mi tren, el tren de la vida, le doy un abrazo al maquinista que me corresponde afectuoso y me dice,
Vamos muchacho, tu Padre te espera, ya llegamos a destino y a tu fiesta, no hagas esperar al Señor del Universo.
Bajo y es increíble, la luz y los colores que hay en todo lo que me rodea, veo caras de amor y cariño de gente que conozco y están ahí, se acerca hacia mí Dios mismo y solo puedo gritar
¡Padre he pecado contra el cielo y contra ti, no soy digno de llamarme hijo tuyo!
Pero Él, amoroso, me recoge entre sus brazos y me dice, «hijo mío, bienvenido a casa, te estaba esperando».
Miles Christi Manuel Cuevas
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