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Parábola de los invitados a la boda

El Rev. D. Vicente hoy nos comenta la parábola de los invitados que acuden a la boda para darnos una seria advertencia

MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO. Rev. D. Vicente Ramón Escandell

Parábola de los invitados a la boda

1. Relato Evangélico (Mt 22, 1-14)

Y respondiendo Jesús, les volvió a hablar otra vez en parábolas, diciendo: «semejante es el reino de los cielos a cierto hombre rey que hizo bodas a su hijo. Y envió sus siervos a llamar a los convidados a las bodas, mas no quisieron ir. Envió de nuevo otros siervos diciendo: Decid a los convidados: He aquí, he preparado mi banquete, mis toros y los animales cebados están ya muertos, todo está pronto: venid a las bodas. Mas ellos lo despreciaron y se fueron, el uno a su granja y el otro a su tráfico: y los otros echaron mano de los siervos, y después de haberlos ultrajado, los mataron. Y el rey cuando lo oyó, se irritó; y enviando sus ejércitos, acabó con aquellos homicidas, y puso fuego a la ciudad. Entonces dijo a sus siervos: Las bodas ciertamente están aparejadas; más los que habían sido convidados no fueron dignos. Pues id a las salidas de los caminos, y a cuantos hallareis llamadlos a las bodas. Y habiendo salido sus siervos a los caminos, congregaron cuantos hallaron, malos y buenos; y se llenaron las bodas de convidados. Y entró el rey para ver a los que estaban a la mesa, y vio allí un hombre que no estaba vestido con vestidura de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí no teniendo vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a sus ministros: Atado de pies y de manos, arrojadle en las tinieblas exteriores: allí será el llorar y crujir de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos». 

2. Comentario al Evangelio

Sigue Jesús su predicación en Jerusalén, caracterizada por el enfrentamiento con sus autoridades religiosas. Después de las duras enseñanzas contenidas en la parábola de los viñadores homicidas, sigue Jesús poniendo de manifiesto el pecado de Israel, su dureza de corazón, que les ha llevado a despreciar la llamada divina al Reino de Dios, del cual serán excluidos a favor de los gentiles. Efectivamente, si Israel despreció, maltrato y mató a los profetas enviados a él para invitarlos a las Bodas del Cordero; no será así en el caso de los gentiles quienes, a través de la predicación apostólica aceptaran la invitación y participaran con gozo y alegría de la mística unión de Cristo con su Iglesia, con aquella porción de Israel que no cerró su corazón a la llamada del Señor.

Sin embargo, cierra Jesús la parábola no sólo con el anuncio de la ruina de Israel, por su pecado de soberbia, sino también con una seria advertencia para aquellos que, aceptando la invitación, se presentan en la boda sin la debida consideración. Todo aquel que entra en el convite debe vestir sus mejores galas, en consonancia con tal magnifico evento; con ello, Jesús advierte que, incluso aquellos que aceptan la invitación y entran en el banquete, deben hacerlo con las debidas disposiciones, sino, serán expulsados del mismo. Si el judío o gentil no abandona de todo corazón las obras de su vida pasada, sino se purifican de sus pecados, aun estando en la Iglesia, serán expulsados de la presencia del Señor, ante el cual nada impuro tiene cabida.

3. Reflexión

Si en el momento del juicio se encontrar alguno que, llevando el nombre de cristiano no tuviera el vestido de fiesta, es decir, la vestidura del hombre supracelestial, sino una vestidura manchada, o sea, los despojos del hombre viejo, este será reprendido inmediatamente y se le dirá: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí?”1, comenta san Jerónimo al Evangelio dominical.

Como los invitados al banquete de bodas, todos y cada uno de nosotros, hemos sido llamados a la vida nueva en Cristo, que se desarrolla en el seno de la Iglesia. Es formando parte de ella, de un modo activo, consciente y fructuoso, como el hombre puede experimentar la renovación integral de su ser, que nos ha ofrecido Dios en el misterio del Verbo Encarnado.

Esa vida nueva, desarrollada en la Iglesia, tiene su punto de partida en el sacramento bautismal. Este nos inserta en el misterio de Cristo y de la Iglesia, cuya adhesión a ella compromete todo nuestro ser. Se establece así, un vínculo místico, que va más allá de la mera y aparente vinculación jurídica o sociológica a una institución, por muy noble, útil e influyente que sea.

Al unirse místicamente el cristiano a Cristo en su Iglesia, este se compromete, como nos recuerda el rito del Bautismo, a abjurar de su vida pasada, de sus errores y pecados, signos visibles estos del dominio de Satanás sobre el alma humana. Esa renuncia constante al dominio del Maligno, a sus obras y a sus pompas, es posible a través de la gracia sacramental que Dios, por mediación única y exclusiva de su Iglesia, derrama sobre el cristiano. De esta manera va despojándose, desde su bautismo hasta su último aliento, del hombre viejo, del hombre pecador, que obstaculiza su unión perfecta con Dios, a través de su configuración con Cristo. Ahora bien, quien pertenece a la Iglesia, pero rechaza los medios que Dios, en ella, nos concede para este fin sobrenatural, o no se preocupa por acudir a ellos para alcanzarlo, se verá privado del mismo, no por designio de Dios, sino por su misma dejadez y abandono.

Y es que, la pertenencia jurídica o externa a la Iglesia no es garantía de salvación, al contrario, quien descuida su vida interior, quien se contenta con una mera pertenencia externa o mediocre, no podrá alcanzarla. Su lugar en el Reino del Padre será ocupado por aquellos que, no perteneciendo externamente a ella, han llevado una vida digna del misterio que desconocían, y ello para gozo y alegría de tu corazón, pero para tristeza y desesperación nuestra para toda la eternidad.

4. Testimonio de los Santos Padres

SAN HILARIO DE POITIERS (310-367)

El vestido de bodas es también la gracia del Espíritu Santo, y el candor del vestido celestial, que una vez recibido por la confesión de la fe, debe conservarse limpio e íntegro hasta la consecución del reino de los cielos.

 in Matthaeum, 22.

5. Oración

Señor y Dios nuestro, que nos has introducido en el banquete de bodas de Cristo con la Iglesia, no por nuestros méritos, sino por pura bondad de tu corazón; haz que, no sólo nos sentemos a la mesa de tu Hijo, sino que también participemos del gozo de esa mística unión. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad

1 Comentario al Evangelio de Mateo III, 11.12

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Author: Rev. D. Vicente Ramon Escandell
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad: Nacido en 1978 y ordenado sacerdote en el año 2014, es Licenciado y Doctor en Historia; Diplomado en Ciencias Religiosas y Bachiller en Teología. Especializado en Historia Moderna, es autor de una tesis doctoral sobre la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús en la Edad Moderna