Iniciamos el prólogo de San Juan, con ese texto tan bello que nos lleva a una profunda reflexión sobre la Natividad del Señor, «verbum caro factum est»
Natividad del Señor, Rev. D. Vicente Ramón Escandell
MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
NATIVIDAD DEL SEÑOR
Relato Evangélico (Jn 1, 1-18)
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios,
y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que
todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; | el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Comentario al Evangelio
El Prólogo de San Juan es uno de los textos más hermosos que Dios ha inspirado a un autor sagrado. Teniendo su paralelo en el inicio del relato del Génesis, nos presenta al Verbo eterno en su papel en la obra de la Salvación, desde la Creación del mundo hasta su encarnación, a modo de síntesis de todo el Evangelio. Si Mateo y Lucas inician sus respectivos evangelios presentando a Jesús como Hijo de Abraham e Hijo de Adán, como insertado en la historia humana y del Pueblo de Israel, Juan lo hace remontándose a la eternidad, de tal manera que podemos enlazar las tres genealogías presentándonos un relato descendente del misterio de Cristo: desde la Eternidad el Verbo se ha encarnado, se ha hecho hombre, insertándose en la raza humana y en un pueblo, con una familia, con unos antepasados, como cualquier mortal. Los tres evangelistas se complementan a la perfección a la hora de presentarnos el misterio de la Encarnación que nos hace ver como Dios, en su infinita providencia, quiso que su Hijo asumiera nuestra carne, la misma que había caído bajo el yugo del pecado, para liberarnos del mismo, de modo que restaurara lo que el primer Adán destruyo con su caída: la filiación divina del hombre. En la carne de Cristo, que no conoció el pecado, Dios nos ha liberado del poder del Demonio, devolviéndonos la dignidad perdida e introduciendo al hombre en el seno de la Trinidad a través de la unión de lo divino y lo humano en la persona de su Hijo amado.
Reflexión
La fiesta de la Navidad renueva para nosotros los comienzos sagrados de la vida de Jesús, nacido de la Virgen María; y, al adorar el nacimiento de nuestro Salvador, se nos invita a celebrar también nuestro propio nacimiento como cristianos nos recuerda hoy san León Magno[1].
Para los cristianos, la Navidad no es un mero tiempo de bondad y felicidad, como el mundo parece que quiere reducir esta augusta festividad; no, la Navidad es mucho más que un tiempo para expresar unos hermosos sentimientos, es un tiempo de salvación, de encuentro con el Señor que viene realmente a la historia como hace más de dos mil años. La Navidad no es la mera celebración del nacimiento de un líder religioso, como otros pretenden, sino la acción de gracias por la obra más grande que Dios ha realizado por la humanidad, como es la de enviar a su Hijo para salvarnos y restaurar su dignidad como ser espiritual y corporal. La Navidad no es sólo un tiempo para estar con la familia, para avivar ese apego natural hacia quienes nos unen lazos de sangre; es también un tiempo para mirar a esa gran familia a la que pertenecemos que es la Iglesia, en la que nos unen los lazos de la gracia divina, mucho más fuertes que los de la sangre. No caigamos en la tentación de una Navidad vacía de espíritu sobrenatural, donde los sentimientos sustituyen a la fe, y las estampas de paisajes nevados a los Nacimientos, esa no es la Navidad cristiana, o al menos, la que hemos heredado de la fe de nuestros mayores. La Navidad es gracia, don de Dios, encuentro con el Señor, con la Virgen y los Santos, es espacio redentor y salvador; pero también humano, familiar y comunitario. ¿De qué nos vale la Navidad sin Dios? ¿Qué sentido tienen estas fiestas desligadas del Nacimiento de Cristo? La Navidad sin Cristo es como el día sin Sol, como el cielo sin estrellas o una noche sin Luna…, porque es Él quien da sentido a esta celebración y sin Él no existiría nada de cuanto hoy celebramos[2]. Vivamos la Navidad como cristianos, Cristo no quita nada de cuanto de bueno hay en este tiempo, al contrario, es en Él y por Él donde encuentran la bondad, el amor y la solidaridad de estas fechas su auténtico fundamento y sentido.
Testimonio de los Santos Padres
Teofilacto (c. 765-845)
Aprendamos, pues, en estas palabras: «Que el Verbo se ha hecho carne», que el mismo Verbo es hombre, y existiendo Hijo de Dios se ha hecho hijo de una mujer, la que especialmente se llama Madre de Dios porque engendró a Dios en su carne.
Catena Aurea.
Oración.
Bendito seas Señor porque hoy nos ha nacido Tú Salvador, a quien profetas y reyes quisieron ver, pero que sólo tu Iglesia santa ha podido contemplar. Que la luz que irradia este día alcance a todo hombre que vive en tinieblas y sombras de muerte, y a nosotros nos haga vivir la Navidad como un tiempo de salvación que nos introduce en el misterio de Tú redención. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
[1]Sermón 6, sobre la Navidad, 2-3
[2] Cf. Jn 1, 10
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