No debe sorprendernos que en este mundo caído haya personas que, llevadas por sus desórdenes pasionales, cometen atrocidades. No debiéramos entonces hacernos ilusiones sobre la profundidad de la maldad humana cuando un hombre es entregado a su propia suerte.
El abuso de mujeres por parte de Jean Vanier, fundador de El Arca, muestra el “misterio de la iniquidad” en nuestro mundo caído, por Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
Con las recientes revelaciones de abuso sexual cometidas por el veterano fundador de «El Arca», Jean Vanier, y por el fundador de la «Comunidad de San Juan», padre Marie-Dominique Philippe, ambos escritores de muchos libros influyentes y que tienen seguidores internacionales, nuestra atención se vuelve una vez más hacia el misterio de la iniquidad: la inclinación humana al pecado y la necesidad de confiar humildemente en la gracia de Dios si es que no queremos caer en vicios peores, no importando cuan alto hallamos ascendido en la vida espiritual o cuán expertos podamos ser en la ciencia teológica.
Los grandes maestros de la vida espiritual, desde los Padres del Desierto hasta los tiempos modernos, nos señalan repetidamente que aquellos que han logrado un cierto nivel de virtud se convierten en sujetos de nuevas y más sutiles tentaciones. La vigilancia nunca se puede relajar.
El orgullo y la vanidad deben ser reprimidos cada día.
Y aquellos que piensan que han conseguido sobrepasar las tentaciones carnales pueden encontrarse sorprendidos por la fuerza residual de la concupiscencia, la cual puede derribar años de fortificaciones durante la noche.
Solía quedar confundido con algunas entradas en el Martirologio Romano (ver aquí para aprender más acerca de este poco conocido libro litúrgico), porque ellas me parecían ser relativamente…anodinas. En la mitad de un catálogo de héroes que sufrieron las más diabólicas torturas inventadas por la malicia de los incrédulos, encontramos una expresión como la siguiente, el 6 de agosto: “En Bolonia, el nacimiento de Santo Domingo, confesor, fundador de la Orden de los Frailes Predicadores, un hombre de una gran renombrada santidad y aprendizaje, que conservó permanentemente su virginidad sin mancha…”
Cuando lo leí por primera vez, pensé: “Seguramente, no es de tanta importancia que él haya conservado su virginidad. Quiero decir que eso tiene que ser algo bastante común ¿verdad?.”
Aprendí, pasados los años, más de lo que siempre quise saber, sobre cómo opera el mundo caído. Hoy en día cuando leo la misma entrada el 6 de agosto pienso: “Gracias sean dadas a Dios por preservar a Santo Domingo de la impureza. Él fue digno de ser el fundador de su orden religiosa. Él vivió la vida que instó a los otros a vivir.”
Y de modo similar otra entrada:
“En Inglaterra, el nacimiento de San Eduardo, rey, famoso por la virtud de la castidad y la gracia de los milagros” (5 de enero). “En Buda, Hungría, Santa Margarita, virgen, de la familia real de los Arpad, monja dominica, reconocida por su castidad y rigurosa penitencia” (18 de enero). “En Florencia, en la Toscana, Santa Teresa Margarita Redi, virgen, de la Orden de las Carmelitas Descalzas, admirable por la pureza y la simplicidad” (7 de marzo). “En Iona, en la Isla de Escocia, San Egberto, sacerdote y monje, un hombre de maravillosa humildad y castidad” (24 de abril). “En Roma, San Felipe Neri, sacerdote y confesor, Fundador de la Congregación de los Oratorianos, notable por su virginidad, sus dones de profecía y obrador de milagros” (26 de mayo). “En Roma, Santa Práxedes, virgen, muy versada en todo lo que concierne a la castidad y a la ley divina, que después de pasar su vida asiduamente en la observancia, oración y ayuno, descansa en Cristo” (21 de julio).
¡Qué lecciones nos enseñan estas simples entradas del Martirologio! Que un rey, un gobernante político pueda, en verdad, ser casto es prácticamente un milagro en sí mismo. Solo si la castidad es una virtud difícil tendría sentido renombrar a alguien por ella. En realidad, es una virtud obtenida únicamente a través de una “rigurosa penitencia”, algo que la Iglesia Católica olvidó en el post-Vaticano II, desmantelando la práctica penitencial. Se dice de otra virgen que es admirable en pureza y simplicidad, lo que nos recuerda que una vida demasiado atrapada en las externalidades y enraizada inadecuadamente en la oración siempre caerá en la impureza. Un monje de Iona era maravilloso por su caridad porque él era maravilloso por su humildad también. Solo el hombre humilde conoce su flaqueza y su dependencia de la gracia para conquistar al mundo, a la carne y al demonio. San Felipe Neri, otro gran fundador de una orden religiosa, brilló por su don de virginidad. Esto fue posible solo porque él consistentemente usaba todos los medios de santificación que la Iglesia le ofrecía. Santa Práxedes fue “muy versada en todo lo que concierne a la castidad y a la ley divina”, en otras palabras, ella hacía su estudio diario para conocer lo que Dios mandaba y fijaba su mente con firmeza para vivirlo pase lo que pase. Y, ¿cómo ella tuvo éxito donde los demás habían fallado? Ella pasó “su vida asiduamente en la observancia, oración y ayuno.” No existe otra manera.
Si uno reúne la mentalidad libertina de la Revolución Sexual, la carrera general hacia el hedonismo y el confort en el mundo Occidental, la soberana tontería de Pablo VI de abolir la seria disciplina penitencial en la Iglesia Católica y el vuelco colectivo de las órdenes religiosas en contra de la sabiduría ascética de los santos, se termina viviendo en un ambiente de incubación para los pecados contra la templanza, castidad y pureza. Ahora estamos cosechando las frutas podridas en una abundancia sofocante.
El Papa Francisco ha dicho que los pecados de la carne no son los peores pecados.
Él está en lo correcto. Santo Tomás argumenta lo mismo. El pecado del orgullo es el peor pecado, es el pecado de Satán por excelencia. Pero los pecados de la carne son los pecados más fáciles de caer para los seres humanos, y los más comunes, ya que llevamos con nosotros las heridas de la concupiscencia desordenada, la lex fomitis o “la ley del instinto” lista para encenderse a la más pequeña chispa. Además, a pesar de cuán comunes sean o cuán fáciles sea caer en ellos, aquellos pecados fácilmente combinados con otros pecados conducen a vicios peores (esto es, la avaricia en la industria pornográfica, el asesinato del aborto, el arrogante rechazo al llamado del Señor a la conversión) En este sentido, los pecados de la carne son como una droga de entrada.
Los grandes santos nos mostraron cuán seriamente ellos se tomaban la castidad. San Francisco de Asís solía rodar en la nieve o se arrojaba él mismo en una planta de espinas cuando experimentaba tentaciones contra la castidad. En sus primeros años como un ermitaño, el demonio una vez elevó la imaginación de San Benito hacia una poderosa tentación de la carne. El hombre se sacó su ropa y rodó en zarzas y ortigas hasta sangrar. Después de esto, él nunca más tuvo problemas de esta misma especie. San Bernardo saltó en un estanque de hielo por la misma razón.
Encontramos este tipo de escena una y otra vez en la vida de los santos: ellos, que no eran débiles, sabían que tenían que pelear contra el pecado, por así decirlo, con armas nucleares. Sin paz, sin tratado de reducción de armas, nunca puede ser hecha con las fuerzas del mal dentro o fuera de nosotros. Si abandonamos nuestras armas, sucumbiéremos al pecado.
Esto no significa, no necesariamente, que todos tengan que ir a herirse en plantas de espinas. Sin embargo, significa, eso sí, que debemos tomarnos muy en serio la necesidad de una auto-disciplina física y un combate espiritual si no queremos llegar a convertirnos en el próximo escándalo esparcido a través de internet.
Tal como el padre Dwight Longenecker dijo en una excelente columna el 22 de febrero, no debemos hacernos ilusiones acerca de profundidad de la maldad humana cuando el hombre es dejado a su propia suerte, o cuando, trágicamente vive de acuerdo con sus propias inclinaciones. Podemos predecir cuáles serán los resultados, las páginas de la historia están llenas de estos. La única manera en la que un santo es hecho es por Dios, por la gracia que Él da a través de los sacramentos de la Iglesia, por nuestra oración diaria a Él, por la penitencia hecha por Él. Esto es lo que el Martirologio nos recuerda. Esto es lo que la Cuaresma, cada año, nos da la saludable oportunidad de hacer.
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por lifesitenews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad
Puedes encontrar este artículo, «El «misterio de la iniquidad” en nuestro mundo caído» en inglés en su original aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/larche-founder-jean-vaniers-abuse-of-women-shows-the-mystery-of-iniquity-in-our-fallen-world
En nuestra página el profesor Kwasniewski nos ha hablando sobre la virtud de la pureza y cómo conservarla. Aquí puedes encontrar este excelente artículo
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