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Marta y María

MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO

«MARTA Y MARÍA», Rev. D. Vicente Ramón Escandell

Relato evangélico (Lc 10, 38-42)

Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Comentario evangélico

En su camino hacia Jerusalén, seguramente para la celebración de Pentecostés, Jesús es recibido por Marta y María en su casa, situada en Betania, cerca de la Ciudad Santa. Ambas hermanas aparecen con personalidades distintas: Marta es activa y María contemplativa, lo cual, parece disgustar a su hermana, que no recibe de ella ayuda alguna en la casa. Al contemplarla absorta a los pies de Jesús, Marta le pide al Señor que obligue a María a ayudarla; sin embargo, el Maestro alaba la actitud de María, que es la propia del discípulo, mientras corrige a Marta por su activismo desmesurado: Marta, Marta – le dice – te angustias y turbas por muchas cosas. Basta una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada. Esta respuesta a Marta corre paralela a la enseñanza de Jesús en el Sermón de la Montaña donde anima a sus oyentes a buscar el Reino de Dios y su Justicia, esperando todo lo demás de Dios, Padre providente. Para Jesús sólo hay una cosa importante: la unión del discípulo con el Maestro a través de la escucha y meditación de su Palabra, que lo va configurando con Él; lo demás, aquello que sustenta la vida temporal del hombre y que lo realiza como persona, se hará a su tiempo, saldrá adelante con el auxilio divino, sin necesidad de agobios y ansiedades.

Reflexión

Es exigencia de nuestra mente una cierta quietud. Dios se deja ver en la soledad interior[1], nos aconseja hoy san Agustín.

El mundo en el que nos movemos es una realidad ruidosa, que valora poco o nada el silencio y la quietud, lo que dificulta la búsqueda de la soledad interior, que facilita el encuentro del alma con Dios. El silencio parece ser enemigo declarado del hombre moderno, como también del cristiano contemporáneo, demasiado familiarizado con el ruido, como para apreciar el valor del silencio. Y, sin embargo, el silencio, la quietud, el recogimiento es el ámbito más propicio para el encuentro del hombre con Dios, tal y como pone de manifiesto la Historia de la Salvación, como también la vida de los santos y de los justos de todos los tiempos. Él es el marco propicio para la oración y el dialogo personal con el Señor, que exige la elevación de nuestra mente hacia Él, liberada de todo contenido superfluo que pueda dificultar ese dialogo de amistad y amor, tan necesario para el bien de nuestra alma. Es el medio por el que entramos en el misterio divino, al que accedemos por la Liturgia, especialmente la Santa Misa, donde el silencio, más que un obstáculo, es un momento para presentar nuestras peticiones al Señor y unirnos al sacrifico ofrecido por Cristo; es el reposo para el alma ajetreada por tantos ruidos, mensajes, noticias…, que la turban y la desorientan, apartándola de la senda segura y de la Salvación. El silencio es, en definitiva, un alto en el camino, una parada de refresco, en nuestra peregrinación por este mundo hacia el encuentro con Dios, que nos permite disfrutar, de forma anticipada, de esa paz y quietud, que será nuestra vida en la eternidad.

Testimonio de los Santos Padres

San Gregorio Magno (c. 540-604)

Todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de este amor [por encontrarla] {…} el mismo a quien ella [María Magdalena] buscaba exteriormente era el que interiormente la instruía para que lo buscase.

Homilías sobre los Evangelios (Homilía 25, 1-2. 4-5)

Oración

Señor y Dios nuestro, que te manifiesta en el silencio y no en el ruido, concédenos aprender a buscarlo en nuestras vidas; que, en medio de los ruidos y tentaciones de este mundo, podamos recogernos en nuestro interior para escuchar tu voz. Te lo pedimos por Jesucristo, Nuestro Señor. Amen.

Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad


[1]Tratado del Evangelio según san Juan XVII.

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Author: Rev. D. Vicente Ramon Escandell
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad: Nacido en 1978 y ordenado sacerdote en el año 2014, es Licenciado y Doctor en Historia; Diplomado en Ciencias Religiosas y Bachiller en Teología. Especializado en Historia Moderna, es autor de una tesis doctoral sobre la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús en la Edad Moderna