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María Santísima es nuestra corredentora

Sobre María, abogada y corredentora, un bellísimo artículo para recordar los títulos que adornan a Nuestra Señora y Madre

María Santísima es nuestra corredentora. Un artículo de Alberto Mensi

En este Viernes Santo contemplamos a Nuestro Señor Jesucristo que después de una despiadada y sangrienta Pasión es clavado en la Cruz, elevado y muere después de tres horas de dolorosa agonía.

¡Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu santa Cruz redimiste al mundo!!

Y al pie de la Cruz se encuentra María Santísima, Su Madre y nuestra Madre, nuestra Abogada, nuestra Corredentora.

Al pie de la Cruz María Santísima ofrece el sacrificio en cruz del Hijo de Dios, de Su Hijo, sobre la patena de Su Corazón Inmaculado.

Esa cruz se clava como espada flamígera en el cráneo de la infernal serpiente que es aplastada bajo las plantas de la Inmaculada Madre de Dios.

En estos tiempos de piedad flaca, de impiedad triunfante, de heterodoxia reinante aún en los altos círculos administrativos de la Iglesia, esa infernal serpiente se retuerce y procura a través de sus seguidores, de los idiotas útiles y de los idiotas inútiles, o de aquellos que tienen tanto orgullo mundano y modernista que están ciegos, procura minimizar todo lo que pueda exaltar a la vencedora, a la Triunfadora de todas las herejías.

Pero debemos estar tranquilos que nunca logrará su cometido. Más aún, cuanto más se retuerza y revuelque en su furia, más claro queda que está muy cerca el fin de su triste y negro principado y el comienzo del Triunfo del Corazón Inmaculado de María.

Y ¿cuál es el título mayor que tiene nuestra Madre?

Es la MADRE DE DIOS.

Todos los otros títulos que podamos darle surgen de esta primera y fundamental verdad.

Es Virgen antes, durante y después del parto porque estaba preservada para ser Madre de Dios que, en el momento de su nacimiento, va a atravesar su seno purísimo como los rayos de luz atraviesan un cristal transparente.

Es Concebida sin mancha del pecado original, porque Dios la preserva para ser el Sagrario viviente de Dios que ha de gestar en su naturaleza humana.

Es Asunta en Cuerpo y Alma a los cielos, porque aquella que le dio cuerpo al Hijo de Dios encarnado, no podía conocer la corrupción del cuerpo mortal como los demás hijos de Eva castigados por el pecado original, que Ella no conoció.

Es la MADRE DE DIOS y por ello tiene esa llegada al Sagrado Corazón de Jesús que nada le niega a Su Madre porque la ama, porque Ella sólo quiere y pide lo que es conforme a la voluntad de Dios.

En Cana de Galilea, cuando Ella atenta a la necesidad de los novios le pide a Jesús que los ayude, Jesús medio como que se desentiende, y Ella con esa perspicacia propia de las madres y sabiendo que Su Hijo no se lo ha de negar, directamente ordena a los sirvientes “Hagan lo que Él les diga1 y Jesús hace el primero de sus milagros.

La historia de la Iglesia está llena de miles y miles de hechos concretos en que vemos que María Santísima es verdaderamente la mediadora Universal de todas las gracias.

Como dice San Luis María Grignion de Montfort: “Por la Santísima Virgen Jesucristo vino al mundo y también por Ella debe reinar en él”2

Y más adelante: “Dios no ha hecho ni formado nunca sino una enemistad, pero irreconciliable, que durará y aumentará aún hasta el fin: es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen, y los hijos y secuaces de Lucifer; de suerte que la más terrible de las enemigas que Dios ha hecho contra el diablo es María, su santa Madre. Él le ha dado, aun desde el paraíso terrenal, aunque no fuese todavía sino en su idea, tanto odio contra ese maldito enemigo de Dios, tanta industria para descubrir la malicia de esta antigua serpiente, tanta fuerza para vencer, abatir y aplastar a ese orgulloso impío, que éste la teme más, no sólo que a todos los ángeles y a los hombres, sino, en un sentido, más que a Dios mismo3

En estos tiempos terribles que nos toca vivir en la Santa Madre Iglesia, la piedra de toque es María, la divisoria de aguas es María, la que nos ha de lograr un nuevo triunfo como Lepanto, Viena o tantos otros, es María.

Ella en Fátima nos advirtió todo esto que está sucediendo y, desgraciadamente, lo que pidió que se haga: la Consagración de Rusia, el Papa y todos los Obispos del mundo unidos a él no se hizo. Inclusive se perdió esa tremenda oportunidad cuando todos estaban reunidos en la Basílica de San Pedro en el Concilio Vaticano II. Pero a pesar de nuestras miserias, debilidades y traiciones, Ella que es nuestra Corredentora ha prometido: “por fin mi Corazón Inmaculado triunfará”.

Que Jesucristo es nuestro Redentor nadie lo pone en duda, que Él ha querido asociar a su obra a Su misma Madre, sólo lo pueden negar quienes estén enceguecidos por las tinieblas del modernismo, de la soberbia, del racionalismo o vaya uno a saber por qué tentación del diablo.

Mientras, desde todos los rincones del mundo se elevan innumerables voces de cristianos que con sus Ave Marías actualizan la profecía: “todos los pueblos me llamarán Bienaventurada4.

Renovemos con fervor nuestra consagración a ella diciéndole con todo fervor: “Somos todo tuyo Reina nuestra y Madre nuestra, y todo lo que tenemos Tuyo es; sé Tú nuestra Luz y Guía en todo”

Alberto Mensi

1 San Juan 2, 5

2 Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen 1

3 Ibid. 52

4 San Lucas 1, 48

Nuestra recomendación: El mal menor es un mal

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Author: Alberto Mensi
Alberto Antonio Mensi (13 julio 1955) Egresado del Liceo Militar Gral. San Martín Profesor de Filosofía Profesor de Ciencias Sagradas Diplomado Universitario en Pensamiento Tomista (Universidad FASTA) Recibió el espaldarazo caballeresco como Caballero de María Reina el 15 de agosto de 1975 Maestro Scout y Formador Scout Católico Casado con María Pía Sernani Padre de cuatro hijos Abuelo de cinco nietos (por ahora)