PALABRA DE VIDA
Las bodas de Caná. Rev. D. Vicente Ramón Escandell
A los tres días había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Allí tuvo lugar el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. (cf Jn 2, 1.11)
Un comienzo sencillo
San Juan sitúa el inicio del ministerio público de Jesús en un marco totalmente distinto que el de los Sinópticos: estos inician la obra salvadora de un modo espectacular, presentando a Jesús proclamando su programa rodeado por sus discípulos y por una gran expectación. El anuncio del Reino de Dios se convierte en el preámbulo de toda la vida pública del Salvador que se inicia tras la captura y prisión del Bautista.
Sin embargo, San Juan nos presenta este inicio de un modo distinto, más simple, menos ampuloso y más familiar. Jesús inicia su vida pública en el marco de una celebración festiva, rodeado, no por las masas aparentemente enfervorizadas, sino de su Madre y sus discípulos. Un dato curioso este: María aparece ya ligada en San Juan con el grupo de los Doce, tal y como la presenta san Lucas en los primeros compases de los Hechos de los Apóstoles. Se intuye ya la importancia que María tiene en la teología joánica, que se prolonga en los compases finales de su Evangelio, pero sobre todo en el Apocalipsis donde María, la “Mujer”, aparecer como imagen de la Iglesia perseguida y triunfante, en medio del caos de los últimos tiempos.
Por otra parte, esta presentación tiene también un fuerte sabor eucarístico. La Eucaristia ocupa un lugar destacado en el IV Evangelio, donde san Juan, al contrario que los demás evangelistas, dada por supuesta la institución, centra su atención en el significado profundo del misterio eucarístico. La celebración de la Boda es imagen mística de la unión de Cristo con su Iglesia, pero también del banquete sacrificial que la Iglesia ofrece desde la salida del sol hasta su ocaso, para alabanza, gloria, expiación y acción de gracias de Dios todopoderoso. La Eucaristia es esa mística celebración nupcial donde el Esposo entrega a su Esposa y a sus hijos su palabra y su vida, de un modo sacramental. La misma transformación del agua en vino, podría ser una alusión al misterio de la Transubstanciación, por el cual el Pan y el Vino, por la acción del Espíritu Santo a través de las palabras de Jesús en la Consagración se convierten en su Cuerpo y su Sangre, de un modo real y sustancial.
No sabemos a ciencia cierta en que momento cronológico tiene lugar esta primera manifestación del poder de Cristo. Es muy probable que fuera ya cerca de sus treinta años, pues no se menciona la presencia de san José, lo que significa que este habría ya fallecido. Jesús ya tiene consolidado su grupo apostólico, heredado en parte del que acompañaba al Bautista, a quien san Juan concede una especial presencia en el inicio de su Evangelio, lo que puede significar que el autor perteneció a él. A pesar del tiempo transcurrido, la figura del Bautista seguía siendo especial para muchos judíos, que creían que él era el Mesías, de ahí, que en su Prologo Juan dejara claro que Juan no era el Mesías, sino un enviado por Dios; esto mismo declara el Bautista en diversas ocasiones, hasta el punto de reconocer, ya en el ocaso de su vida, que era necesario que él desapareciera para dejar paso al que había preparado el camino.
San Juan, en última instancia, inicia el ministerio público con un acto sencillo, con un signo, que es el término que él utiliza para designar a los milagros. En su Evangelio Jesús realiza siete signos que manifiestan la presencia de Dios en medio de los hombres, en la debilidad de su carne, algo que provoca escándalo y rechazo. Y es que san Juan escribe su Evangelio en un momento clave en la historia del Cristianismo: la infiltración de las ideas gnósticas. El Gnosticismo, una mezcla religiosa y filosófica, rechazaba todo lo carnal, hasta el punto de que, en el seno del Cristianismo, llegó a negar la encarnación misma y la realidad de la Humanidad de Cristo. Por ello, en san Juan el termino sarx es clave: la sarx es la “carne”, expresión mucho más dura que “humanidad”, pues remite a la realidad carnal, palpable, sensible y visible de Cristo. Es este el término que provoca escándalo en el discurso de Cafarnaúm, al proclamar la necesidad de comer y beber su carne y su sangre para alcanzar la vida eterna. Juan defenderá a ultranza la verdad de la Encarnación confrontándola con la oposición y repulsa que provoca entre judíos y gentiles por diferentes motivos.
Nos amó con corazón de hombre
Habiendo venido Nuestro Señor para la salvación de todos, se hizo todo para todos a fin de ganar a todos.
Una luz alegre y agradable infunde calor y animación por todas partes. Tal fue Cristo, la luz del mundo; tal fue su vida, que mostraba a todos amor, alegría y gozo de Corazón.
Registrad todo el Evangelio y nunca lo encontrareis tétrico, nunca huyendo con acritud de la conversación de los hombres, antes alegre en todo lugar y tratando gozoso con los mortales según el beneplácito divino, animándolo y santificándolo todo con su Espíritu.
Aún invitado a unas bodas, no rehusó asistir con su Madre y discípulos, y de congratularse en ellas santamente, aprovechando toda ocasión para ganar almas y enseñar la virtud y alegría verdadera del corazón.
Del ejemplo de su Corazón aprendieron los santos a fomentar la alegría espiritual y a edificar con ella al prójimo y a servirle con espíritu gozoso.
Conocieron que Él era buen Padre y que quería que sus hijos viviesen alegres, participando contentos y felices de sus bienes.
¡Oh Jesús, cuyo Corazón es manantial inagotable de dulzura, del cual beben los cielos y la tierra! ¿Dónde, sino en Ti, encontraré la alegría del espíritu?
¡Oh dulcísimo Jesús, que te compadeces en medio de tu gozo; compadécete de mí, indigno hijo tuyo, y llena mi corazón de santo regocijo!
Sin Ti mi alma como tierra sin agua, árida e inútil; tú solo eres mi verdadero y eficaz consuelo.
Cuando tu consolación no me recrea por dentro, de poco me sabe cuánto me puedan dar las criaturas; mas cuanto Tú regocijas mi corazón, se llena de gozo mi alma y todo lo soporta fácilmente, todo lo encuentra sabroso, la misma amargura encuentra dulce.
Alegra siempre de esa manera mi alma; dame tan sólida humildad que nunca quede abatido, tanto amor y fervor que siempre viva alegre en el espíritu.
¡Oh Jesús, amado de mi alma, único y entero gozo mío! Sírvate yo con alegre corazón a fin de honrar tu servicio, edificar al prójimo y santificarme para gozo sempiterno de tu Corazón.
Epilogo
Las Bodas de Caná han quedado como el inicio de la vida pública de Jesús y como el inicio del matrimonio como sacramento cristiano. Lo que Dios bendijo en el Paraíso terrenal, instituyendo el matrimonio como “sacramento natural”, Cristo lo elevo a signo sensible de la gracia invisible en Caná de Galilea.
Pero también las Bodas de Caná son una alegoría de la Eucaristia, del banquete de bodas del Cordero, que san Juan describe en el Apocalipsis. Allí, en presencia de María y los Apóstoles, realizo la milagrosa transformación del agua en vino; así también, en la Eucaristia, en la presencia de María, los ángeles, los santos, los justos y los vivos, Cristo realiza de nuevo tan prodigioso portento, pero de un modo más sublime: ya no es un alimento transitorio y que sacia momentáneamente la sed del hombre, sino que se trata del alimento que colma toda ansia humana y espiritual, que contiene al mismo que hace posible tal conversión.
Recordar este episodio es, finalmente, tener presente que Jesús, que Dios, da inicio a su obra de un modo siempre sencillo, cordial, extrañamente humano pero sobrenatural. No buscó el bullicio del ágora ateniense ni el esplendor del foro romano, ni mucho menos la suntuosidad de la explanada del Templo. No, quiso dar inicio a sus signos en un sencillo acto humano que elevó a una dignidad sobrenatural, acompañado de su Madre, su compañera y colaboradora, por cuya mediación alegró la jornada a aquellos novios, como lo hace constantemente por cada uno de nosotros que por Ella llegamos a Él.
Vicente Ramón Escandell Abad, pbro.
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