Las misas en línea pueden ayudarnos a ver la diferencia entre una adoración digna y el culto al hombre.
La transmisión de la Misa en vivo durante la pandemia resalta la desventaja de la liturgia del Vaticano II, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
Walter Hoeres lamenta que hoy muchos liturgistas: “entienden la Misa no tanto como un culto, como sacrificio, sino más bien como la obra de Dios para el hombre. Simplemente como si, contrario a todos los grandes teólogos y concilios, a nosotros no nos interesara mucho la adoración y la glorificación al Todopoderoso y conforme a esto, un sacrificio expiatorio, sino por sobre todo el bienestar humano.”
¿Con cuanta frecuencia nos hemos tropezado con esta mentalidad: la liturgia como taller de afirmación; como una muestra de talento comunitario; como un escenario para que los pollitos calienten el corazón de sus abuelas; como un ordinario comentario sobre acontecimientos actuales (pienso especialmente en las intervenciones estilo Thunberg) y cualquier otra cosa más, ¿¿excepto el asombroso misterio del sacrificio de la Cruz a través del cual adoramos al Padre en el espíritu y en la verdad??
En un artículo publicado el 13 de abril en New Liturgical Movement, “Las transmisiones en vivo: de lo absurdo del Versus Populum y la necesidad de la oración Ad Orientem”, describo cómo este muy extraño momento en nuestra historia, cuando la vasta mayoría de los católicos son limitados a rezar bajo sus propios techos ya sea leyendo de sus misales o reunidos alrededor de una pantalla de video, ha llevado a casa de una manera vívida precisamente el contraste que Hoeres describe.
El reverendo Sr. Rogers con una amplia sonrisa acaricia la fría cámara mientras conduce al rebaño a los pastos sentimentalistas de color de pastel. Este episodio es sobre el bienestar humano (aunque entendido en un sentido reducido).
Por otro lado, unos pocos clics del mouse me conducen a un sacerdote del Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote en la Misa de Presantificados del Viernes Santo. El Reverendo Padre, asistido por un diácono con una estola ancha, ignora la cámara mientras está hacia el altar, que es su foco y el nuestro. Nosotros apenas podemos dar un vistazo a su rostro, no hacemos contacto visual, nos sentimos ¡benditamente! excluidos de su grabada atención. Nos consuela y nos inspira saber que él nos tiene, al menos en general, en mente, porque él está rezando fervientemente a Dios para que nos conceda su misericordia y su gracia, que es justo lo que necesitamos para nuestro real bienestar humano.
Una liturgia como esta conduce al rebaño en la dirección de la oración contemplativa
“Señor, bueno es que nos quedemos aquí.” (Mateo 17, 4). Esta cita de San Pedro en el Monte Tabor tiene un gusto melancólico si lo saboreamos en este momento. Alguien que ve una transmisión de la Misa en vivo está en realidad aquí, en su sala de estar o en su espacio de oficina más o menos ordenada, y no allí, donde en la Misa (o cualquier otro servicio de la Iglesia) se está llevando a cabo la Presencia Real de Dios. Nos da una idea de lo que es estar afuera mirando hacia dentro: un converso que espera el bautismo por un tiempo está esperando sentir el agua fría escurrir por su cabeza o sentir el aceite untarse en su frente. Un hombre famélico que ha tenido suficiente de comidas imaginarias y quiere cavar en un trozo de carne y en una pinta de cerveza negra. “Señor, es bueno que nos quedemos aquí…más o menos…aquí, quiero decir, allí…”
Todo lo que el Señor en Su Providencia desea o permite es por el bien de aquellos que lo aman (cf. Romanos 8, 28). ¿Cuáles son algunas de las lecciones preciosas y valiosas que podemos extraer de este momento?
Primero, es muy diferente estar realmente presente en la Misa ya que Nuestro Señor se hace presente realmente a nosotros. La Iglesia repudió la temprana herejía del Docetismo, que sostiene que la humanidad de Jesús era meramente aparente, una especie de ilusión holográfica producida por el poder divino. Dada la radical elección entre uno y otro, arrojaríamos nuestra pantalla al canasto de la basura con el fin de ir a Misa en persona y poner a nuestros cuerpos en contacto con el Cuerpo glorificado de Cristo. Porque “la carne de Cristo es eje de la salvación”, como dice Tertuliano. Si Él no ha resucitado en la carne, vana es nuestra fe (cf. 1 Corintios 15, 14).
Segundo, este tiempo de separación nos recuerda que nosotros, los fieles, somos también parte del signo Eucarístico. ¿Qué quiero decir con esto? Cristo instituyó la Eucaristía no solo como un objeto de adoración, ¡qué ciertamente lo es!, sino también como un medio de unificarnos con Él en un Cuerpo Místico, la Iglesia. Por eso Santo Tomás de Aquino dice que la res tantum o la realidad significada por la Eucaristía es la unidad de este Cuerpo Místico: somos conducidos a través del sacramento a nuestra comunión final con Cristo y los santos en el cielo. Así que es por esto por lo que es simbólicamente importante para nosotros estar en Misa: cuando estamos físicamente en un lugar adorando bajo el liderazgo de un sacerdote que simboliza y actúa en representación de Cristo el Sumo Sacerdote, estamos formando una imagen visible del Cuerpo Místico, somos llamados a ser Cabeza y miembros. Cuando las personas están dispersas a los cuatro vientos, no están, en ese momento, mostrando externamente en sus personas la unidad final que Cristo vino a traernos y nos trae. La Misa es en verdad un acto social o comunitario incluso si nunca es reducido a una función horizontal en su manera de celebración.
Tercero, nuestra tradición informa la manera en la que ofrecemos la Misa, precisamente para mantener los muchos aspectos del misterio de fe “en juego” y correctamente relacionados unos con otros. Por tanto, una celebración de la Misa en la cual los fieles parecen estar ordenados hacia el individuo que Él ha designado usar como Su sirviente más que hacia Cristo el Sumo Sacerdote sería errada y puede ser considerada un sacrilegio en cuanto esto resta valor a la soberanía y centralidad de Cristo. Esa es la razón de porqué la liturgia versus populum es un gran problema, magnificado mil veces en la pantalla, que hace del ministro el centro de la atención.
La Misa es donde nuestra pertenencia a otro, y no a nosotros mismos, se realiza ritualmente y se representa en forma real en esta tierra de exilio.
“No os pertenecéis. Habéis sido comprados a precio” (1 Corintios 6, 19-20). La única manera que tiene el hombre de ser curado, elevado, salvado, es a través de la adoración desinteresada y de la glorificación de Dios. El único camino a la plenitud, a la adquisición de un yo digno de ese nombre, es el sacrificio expiatorio de Cristo, el cual hace de un pecador alguien capaz de estar unido a Dios en la amistad. Estamos llamados a ser como Él en todas esas formas, a ser re-creados en Él. “para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado” (Efesios 1, 6). La Misa pertenece al Amado, al Novio, no al amigo del novio (cf. Juan 3, 29)
Para aquellos que se adentran en el misterio de la unidad, simbolizado y realmente contenido en la Eucaristía, la liturgia promete un rehacer de nosotros mismos en la imagen de Cristo, perfecta imagen del Padre. Con la práctica de la liturgia tradicional, somos quebrados por las demandas ascéticas y rituales que van más allá de nuestra zona de confort, para así poder ser rediseñados, recreados, no según nuestras propias concepciones acerca de una forma apropiada y de materia adecuada para el “Hombre Moderno”, sino de acuerdo con las del Señor, según la cual somos como arcilla en manos del alfarero. A lo largo de la historia de la Iglesia, el Señor nos ha guiado, por Su Espíritu Santo, a desear y a llevar a cabo la correcta adoración.
Sin un foco teocéntrico, la liturgia hará poco más que validar una vanidad colectiva de la comunidad, reemplazando la zarza ardiente por cálidas pelusas. Mientras las circunstancias nos fuercen a seguir la liturgia “desde la distancia”, debiéramos tomar los misales tradicionales o libros de oración y, si consideramos que es rentable meditar y rezar con los servicios de transmisión en directo, debiéramos observar aquellas liturgias que son totalmente tradicionales en sus textos, en su espíritu y en su belleza y, por sobre todo, en su orientación en sentido literal: frente al oriente, hacia el este. Tal como proclama la Antífona del Benedictus de la Vigilia de Pascua: “Y muy de mañana, un día después del sábado, vienen al sepulcro, salido ya el sol [orto jam sole], aleluya.”
Pueda el Sol de Justicia, aquel que vendrá llegando “del este” al fin de los tiempos (Mateo 24, 27), tenga misericordia de nosotros y conduzca a su pueblo de regreso al puerto de la tradición.
Peter Kwasniewski
*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por lifesitenews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad

Puedes leer este artículo sobre la transmisión de la misa en vivo en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/live-streaming-mass-during-pandemic-highlightsweakness-of-vatican-ii-liturgy
En nuestra página encontrarás otro interesante artículo sobre el tema de la transmisión de la misa aquí.
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