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La santa Misa levanta la Cruz entre el cielo y la tierra

A través de la lectura de los libros de Monseñor Schneider nos acercamos a nuestro gran tesoro, la Santa Misa

La santa Misa levanta la Cruz entre el cielo y la tierra. Extractos de los libros Dominus est y Christus Vincit de M. A. Schneider

*Con el permiso de Mons. Schneider (Extractos de los libros Dominus est y Christus Vincit de M. A. Schneider).

Preparación de los textos: Grupo Hijos de María.

Todas las buenas obras del mundo reunidas no son comparables al Santo Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras que la Santa Misa es obra de Dios.

¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría. Dios le obedece: pronuncia dos palabras, y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia. Dios mira el altar y dice: «Ahí está mi Hijo amado en quien me complazco»”. San Juan María Vianney.

La Santa Misa, nuestro divino tesoro.

Durante el régimen comunista soviético, que duró entre 1917 y 1991, cualquier signo que pudiera traer la memoria de los hombres a Dios, era arrancado de la vida pública y de la vista de los hombres. Sin embargo, existía una realidad que continuamente recordaba a los hombres la presencia de Dios: el sacerdote. Por esta razón, el sacerdote no debía ser visible; es más, no debía existir, porque Dios sólo podía ser dado a los hombres por el sacerdote a través de la Eucaristía y de la Sagrada Comunión.

Por ello, se prohibía la celebración de la santa Misa. Durante aquellos años sombríos, la Iglesia estaba obligada a vivir en la clandestinidad.

Nos cuenta Monseñor en el primer capítulo de su libro Christus Vincit, su experiencia profunda, siendo niño, en esos tiempos:

Viví en Kirguistán hasta los ocho años y lo recuerdo muy bien. Los domingos cerrábamos todas las puertas y las cortinas, nos poníamos de rodillas toda la familia y santificábamos el día del Señor, porque no teníamos sacerdote, no había Misa. Por la mañana rezábamos el rosario, una letanía y luego hacíamos nuestra Comunión espiritual, para unirnos espiritualmente a la Misa que se estaba celebrando en algún lugar en ese momento, y a la que no podíamos asistir salvo en espíritu. Hacíamos un acto de contricción e invitábamos al Señor a visitarnos. Ese era nuestro culto dominical como familia, en el hogar, en la iglesia doméstica.

En ocasiones, venía un sacerdote a escondidas, y eso nos producía una profunda alegría. A veces venía cada seis meses, otras, una vez al año. Eran tiempos muy duros. A veces los sacerdotes estaban en la cárcel, otras veces bajo arresto domiciliario. Venían cuando podían. (…)

Recuerdo de niño, que cuando venía el sacerdote, todos teníamos que hablar en voz baja. Nos confesábamos, asistíamos a la Santa Misa, y luego el sacerdote tenía que huir. Vivíamos de los frutos de esa Misa hasta que otro sacerdote volviese de nuevo (…). Entre los sacerdotes que venían más frecuentemente estaba el beato Alexis Saritski, muerto mártir el 30 de octubre de 1963. Los fieles lo llamaban afectuosamente “el vagabundo de Dios”. El padre Alexis se las ingeniaba para que el mayor número posible de fieles estuviera preparado para recibir la Sagrada Comunión. Por ello, se disponía a escuchar las confesiones de los fieles literalmente día y noche (…). Todo esto sucedía ante mis ojos de niño…esas misas escondidas con el sacerdote, celebradas con una solemnidad muy silenciosa, nos daban fuerza para permanecer fieles a la fe católica en medio de la propaganda atea del comunismo (…)

La Iglesia entera tiene que arrodillarse de nuevo ante Nuestro Señor Eucarístico.

Monseñor nos recuerda que la Sagrada Liturgia es en primer lugar, la glorificación de la Santísima Trinidad, que el Hijo encarnado de Dios ofreció en nombre de toda la humanidad y de toda la creación a su Padre Divino en el Espíritu Santo a través de su sacrificio en la Cruz.

Dondequiera que se celebre la Santa Misa, el Cielo se abre y Jesucristo, eterno Sumo Sacerdote nuestro, se halla presente con su Cuerpo inmolado, con su Sangre vertida, con su misericordioso Corazón que arde sin interrupción con la llama del acto de su entrega total al Padre para la salvación de los hombres. De ahí que la Sagrada Liturgia sea primariamente y especialmente la glorificación de Dios Trino.

Nos recuerda Monseñor, que ya desde el momento en que entramos en una iglesia para participar de la Santa Misa, tenemos que tratar de elevar la mente y el corazón al Gólgota y a la liturgia celestial. En el momento de la consagración y elevación del Cuerpo vivo inmolado de Cristo, los cielos ciertamente se abren. Y nosotros, en estos sublimes momentos, debemos arrodillarnos y ofrecer a Nuestro Salvador actos de amor, contrición y gratitud.

Después, las manos consagradas del sacerdote llevan a las almas como divino alimento este Cuerpo eucarístico de Cristo, colmado de la inmensa gloria de Dios y sus radiantes llagas en el momento de la Sagrada Comunión.

Cada uno de los fieles, cuando se acerca al divino Cuerpo de Cristo en el momento de la Sagrada Comunión, no sólo debe manifestar al Señor la pureza interior del alma, sino también la adoración externa del cuerpo, y saludarlo de rodillas, con actitud de humildad y de infancia espiritual, abriendo la boca y dejando que Cristo, por la mano del sacerdote que actúa en su lugar, in persona Christi, le dé de comer.

La Iglesia entera tiene que arrodillarse de nuevo ante Nuestro Señor Eucarístico, para amarle y para venerarle.

Monseñor Schneider concluye su libro Dominus Est con las siguientes palabras:

“Quiera Dios que los Pastores de la Iglesia puedan renovar la casa de Dios que es la Iglesia poniendo a Jesús Eucarístico en el centro, dándole el primer lugar, haciendo que Él reciba gestos de honor y adoración también en el momento de la Sagrada Comunión. «¡La Iglesia ha de enmendarse a partir de la Eucaristía! En la Sagrada Hostia no hay algo, sino Alguien. ¡Él está ahí!», así sintetizó el Misterio Eucarístico San Juan María Vianney, el santo cura de Ars. Ya que aquí no se trata de ninguna otra cosa ni de nada menos que del mismo Señor: Es el Señor.¡ Dominus est!”

Grupo Hijos de María.

*Con el permiso de Monseñor Scheider

Pueden visitar la página de Monseñor Schneider: Gloria Dei

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Author: Mons. Athanasius Schneider
Su Ordenación sacerdotal fue en 1990. En 1997, obtuvo en Roma el doctorado en Patrología. A partir de 1999 enseñó teología en el seminario inter-diocesano de Karaganda, en Kazakhstan. En el 2006, fui nombrado obispo auxiliar de Karaganda y, en el 2011, obispo auxiliar de la archidiócesis de Santa María en Astana, la capital de Kazakhstan. Nació en Tokmok, (Kirghiz, Antigua Unión Soviética). En 1973, poco después de recibir su primera comunión de la mano del Beato Oleksa Zaryckyj, presbítero y mártir, marchó con su familia a Alemania. Cuando se unió a los Canónigos Regulares de la Santa Cruz de Coimbra, una orden religiosa católica, adoptó el nombre de Athanasius (Atanasio). En 2011 fue destinado como obispo auxiliar de la Archidiócesis de María Santísima en Astana (Kazajistán), que cuenta con cerca de cien mil católicos de una población total de cuatro millones de habitantes. Mons. Athanasius Schneider es el actual Secretario General de la Conferencia Episcopal de Kazajistán. (Fuente Página Web Oficial es:https://gloriadei.io/