MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
La promesa del Paráclito
Relato evangélico (Jn 14, 23-29)
Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo.
Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.
Comentario al Evangelio
Tradicionalmente la Liturgia de la Iglesia acude al Discurso de Despedida de la Ultima Cena como preparación para la celebración de la Solemnidad de la Ascensión del Señor y Pentecostés. En él, la Iglesia ha visto el anuncio del Señor de su despedida definitiva tras la Resurrección y el del envío del Espíritu Santo que impulsara de modo definitivo la obra misionera de la Iglesia. San Juan destaca en estas páginas dos ideas: la de Jesús como enviado del Padre y la del Espíritu Santo como enviado del Hijo para actualizar su misión en el tiempo de la Iglesia. Todo el Evangelio según san Juan destaca la dimensión “misionera” de Jesús como enviado del Padre, que ha venido al mundo para realizar su obra de salvación por el camino de la humillación, presentada por el Discípulo amado como la glorificación paradójica del Hijo por parte de los hombres; a su vez, presenta al Espíritu Santo como el representante invisible del Padre y del Hijo en el tiempo nuevo de la Iglesia, que iluminara las mentes y los corazones de los Apóstoles, que hallaran el sentido profundo de las palabras y obras del Maestro, tan oscuras e ininteligibles para ellos durante su vida terrena. Es ese mismo Espíritu, el Espíritu de la Verdad, el que guiará a la Iglesia en sus primeras disputas internas, actuando a través de sus legítimos representantes en los cuales Cristo realiza su obra de salvación orientando doctrinal, moral, disciplinaria y espiritualmente a los miembros de la misma.
Reflexión
El Nuevo Testamento nos presenta a Cristo como misionero del Padre. Especialmente en el Evangelio de san Juan, Jesús habla muchas veces de sí mismo en relación con el Padre que lo envió al mundo. (…) En este momento, queridos amigos, somos invitados a fijar nuestra mirada en Él, porque la misión de la Iglesia subsiste solamente en cuanto prolongación de la de Cristo: «Como el Padre me envió, también yo os envío.» (Jn 20, 21)[1], nos recuerda el Papa emérito Benedicto XVI.
La dimensión misionera de la Iglesia forma parte de su esencia más íntima y a la cual no puede renunciar por ningún motivo. El mismo Señor, antes de su ascensión, envía a sus discípulos a todos los rincones del mundo para anunciar y bautizar a todas las gentes, con la finalidad de que todos los hombres se salven y alcancen el conocimiento de la verdad. No hay mayor obra de caridad, que manifieste la fe que profesa la Iglesia, que llevar la salvación de Cristo a todos los hombres, invitándoles a abrazarla y unirse a Ella, sacramento universal de Salvación, y medio ordinario para alcanzar la misma. Esta labor, que prolonga la obra “misionera” de Cristo, compete a todos y cada uno de nosotros, porque, no nos engañemos, vivimos en “tierra de misión”: Occidente, de un modo u otro, ha abandonado la fe de Cristo y se ha instalado en una cultura neopagana o postcristiana. No sólo sigue siendo necesaria la evangelización en aquellas tierras lejanas que no conocen a Cristo, sino que también se hace necesaria esta labor en nuestros propios ambientes, antaño cristianos, y que ahora viven como si nunca hubieran oído hablar de su Santo Nombre. Todos y cada uno de los ambientes en que nos movemos son espacio de evangelización, como también las personas que en ellos se encuentra; pero paso necesario para ello es que nosotros mismos vivamos comprometidos con la fe de Cristo, que seamos coherentes con aquello que decimos profesar y, si llegara el caso, por lo que daríamos nuestras vidas. La Iglesia es, pues, también un espacio de evangelización, de conversión y apostolado, pues no puede darse por supuesto que sus miembros, que viven en ese ambiente neopagano, estén libres de esa mentalidad mundana, cuando, por desgracia, vemos y oímos comportamientos e ideas que poco o nada tienen que ver con Cristo y su Iglesia. Ser objeto de evangelización y agente evangelizador es la misión del cristiano del siglo XXI, que no puede ni debe olvidar, en ambos casos, que es el Espíritu Santo y la gracia que Él dispensa los que hacen avanzar la obra salvadora de Cristo, por encima de cualquier iniciativa personal o comunitaria.
Testimonio de la Tradición
San Cirilo de Alejandría (376-444)
Si tal es la condición de Aquel que se convirtió para nosotros en abanderado y precursor de la vida, es necesario que nosotros, siguiendo sus huellas, formemos parte de los que viven por encima de la carne, y no en la carne.
Sobre la Segunda Carta a los Corintios (cap. 5,5-6,2)
Oración
Señor y Dios nuestro, que enviaste a tu Hijo para
anunciarnos la Buena Nueva de la Salvación, haz que este avance por todos y
cada uno de los rincones de la Creación; que el Espíritu de la Verdad suscite
nuevos apóstoles que, impulsado por Él, manifiestes, con sus palabras y obras,
el esplendor de la Verdad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.
Rev. D. Vicente Ramón Escandell
[1] Homilía del VI Domingo de Pascua (13-V-2007)
Esperamos que esta meditación sobre el Paráclito del Rev. D. Vicente les ayude en su vida de Gracia. Les proponemos que conozcan nuestra sección de:
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