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La Navidad en la Suma Teológica

Nuestro compañero Miguel, experto en Santo Tomás de Aquino y en la Suma Teológica, profundiza en este artículo en algunos aspectos que nos quedaron pendientes en el debate televisado

La Navidad en la Suma Teológica. Un artículo de Miguel Toledano

Marchando Religión ha ofrecido a sus seguidores un video sobre la Navidad en uno de sus más recientes coloquios. Al final del mismo, tuve ocasión de apuntar el tratamiento que de este misterio hace santo Tomás de Aquino en su obra más importante. Sin embargo, no pude acometer los detalles, debido a la limitación de tiempo de aquel espacio.

Eso es lo que me propongo hacer en estas líneas que siguen.

Fundamentalmente, el Doctor Común enfoca el asunto desde dos ángulos, a saber, la conveniencia de la Encarnación y el nacimiento de Cristo.

En efecto, en la tercera parte de su Suma de Teología, el gran pensador católico trata de Cristo y de los Sacramentos.

Pues bien, precisamente la primera cuestión que se plantea el padre de la teología de la Iglesia en torno a Nuestro Señor es si cabe deducir que la Encarnación fue conveniente y por qué.

El tema, por consiguiente, goza de una importancia muy señalada en nuestra doctrina, ocupando la primera línea del estudio sobre el Hijo del Hombre.

Siguiendo a san Juan Damasceno, el aquinatense afirma, en el primero de los artículos en que desarrolla la cuestión, que por la Encarnación se muestran la bondad, la sabiduría, la justicia y el poder de Dios. Luego, ya desde estos cuatro puntos de vista, la asunción de la naturaleza humana por parte de la segunda persona de la Santísima Trinidad fue convenientísima.

Con su habitual profundidad filosófica, santo Tomás explica que a la naturaleza del bien pertenece comunicarse a los demás. Como Dios es el bien sumo, le corresponde comunicarse a sus criaturas en grado superlativo, es decir, haciéndose como ellas.

Se trata de un silogismo, que por tanto no precisaría de la fe para poder comprenderlo y asumirlo. Es decir, que lo que nos enseña la Divina Revelación resulta perfectamente razonable, por el motivo citado, a nuestro entendimiento natural.

Y, sin embargo, todavía muchos no aceptan que Dios se hiciera como sus criaturas hace algo más de dos milenios…

En matemáticas habitualmente discutimos si una condición es necesaria y/o suficiente. Eso es lo que hace santo Tomas en el artículo segundo de la cuestión. En el primero ha demostrado que la Encarnación de Nuestro Señor en el seno de María Santísima fue conveniente. Ahora se propone confirmar si fue también necesaria.

La respuesta es positiva, con el fin de salvar al hombre de la manera más perfecta y conveniente posible. De manera abrumadora, como siempre, el Doctor Angélico exhibe más de diez razones para esta conclusión, que dejamos al disfrute del lector en esta ocasión, por no alargarnos aquí. Se podría, naturalmente, dedicar un monográfico a tales argumentos, a cuál más interesante.

Ahora bien, la pregunta que cabe hacerse es si Dios habría venido en carne y hueso a este mundo si el hombre no hubiera pecado – si Adán y Eva no hubiesen comido del fruto del árbol del bien y del mal, transmitiendo a su descendencia el pecado original y los múltiples pecados y desprecios de Dios cometidos por los hombres antes y después de la Redención.

A dicha pregunta consagra nuestro autor el tercero de los artículos de la cuestión. Lo cierto es que santo Tomas no se atreve a dar una respuesta cien por cien segura. Afirma que la opinión más probable en teología es que Dios no se habría encarnado si nuestros primeros padres no hubiesen caído en la trampa tendida por Satán.

Nuestros lectores más racionales pueden estar tentados de pensar que, por no ser necesaria la Encarnación en dicho supuesto, Dios no la habría llevado a cabo, en su insuperable perfección relativa a la economía de la salvación.

No van por ahí los tiros en el análisis tomista. Lo que hace el maestro de los filósofos es revisar la Sagrada Escritura y comprobar que, en la mayoría de los casos, la Encarnación está aparejada a la caída del hombre; por lo que, siendo la Escritura inspirada directamente por Dios, cabe concluir -insistimos, no con seguridad plena, sino como solución más probable en teología para nuestro autor- que el Verbo no se habría hecho carne de haberle sido fiel su criatura terrestre.

El artículo 4 se centra en acreditar que el objeto de la Encarnación está constituido por todos los pecados de los hombres, aunque de forma principal por el pecado original. Y los artículos 5 y 6 examinan las motivaciones por las que la primera venida del Logos se produce en medio de los tiempos, y no inmediatamente después de la catástrofe en el paraíso o bien hacia el final de la historia.

Pero pasemos, para no extendernos en demasía, a la segunda de las materias relacionadas con la Navidad, esto es, el nacimiento de Cristo. A ello destina santo Tomas nada menos que diez cuestiones, de la 10 a la 36, siempre en su tercera parte de la Suma.

Nos vamos a concentrar en la número 35, artículos 7 y 8. En los mismos se indaga, respectivamente, si Cristo debió nacer en Belén y por qué eligió la Trinidad el momento preciso en que lo hizo, durante el principado del emperador Augusto.

Para el primer interrogante presenta el aquinate tres fundamentos: En Belén había nacido también su antepasado, el rey David; y Belén significa “casa de pan”, siendo Cristo, como luego proclamaría Él mismo, el pan vivo bajado del Cielo. En la respuesta a la primera de las objeciones del artículo, cierra este razonamiento magistralmente – para confundir la vanidad de los hombres, Dios habría de nacer en una localidad desconocida como era Belén y ser agraviado, durante su Pasión y Muerte, en la ciudad ilustre que era entonces Jerusalén.

Por lo que respecta al tiempo exacto del nacimiento de Cristo, son nada menos que cuatro las causas por las que Dios, en su infinita sabiduría, prefirió aquella circunstancia y no otra.

La primera es de naturaleza política. Prácticamente todo el mundo civilizado se hallaba bajo el gobierno del César, luego debido a esa unidad administrativa sería más fácil que el nuevo mensaje de salvación pudiese expandirse.

La segunda es histórica y se refiere al Antiguo Testamento. En éste, eran los profetas los que anunciaban el mensaje de Dios a la nación judía, el pueblo elegido. Pues bien, para que se cumpliesen aquellas profecías frente a todos, era preciso que la venida de Cristo se efectuase bajo un gobierno extranjero y, en ese caso, ya no bastaba un profeta, sino más que ello, Dios mismo hablando a judíos y gentiles.

En tercer lugar, resulta conveniente que el alumbramiento del Divino Infante se diese de noche, para que refulgiese como es debido la luz del Salvador.

Finalmente, santo Tomas añade una consideración de carácter meteorológico. La Encarnación se realiza en invierno, pudiéndolo haber sido en estación más templada o cálida, para que ya desde bebé sufriese el Hijo por nosotros las penalidades temporales que más tarde habría de padecer en grado sumo.

No nos vamos a ocupar hoy de la Epifanía, que de por sí es área bien merecedora de examen. Únicamente queremos introducir que la cuestión 36 versa justamente sobre la manifestación del nacimiento de Cristo.

Posiblemente, de ese segundo misterio lo más notorio y relacionado con la Navidad es la discreción con la que la Encarnación se materializó, escondida no de todos, pero sí mostrada sólo a unos pocos.

Triple es la argumentación escolástica de esta realidad. Ante todo, el nacimiento de Cristo tenía como misión propia la Cruz; pero los hombres no hubiesen crucificado a Jesús de Nazaret apenas tres décadas más tarde si hubiera sido evidente, desde su infancia, que era Dios mismo.

Además, y en línea con lo anterior, el mérito de la fe en nuestra salvación hubiese quedado disminuido, puesto que la fe consiste precisamente en creer lo que no se ve. La manifestación del nacimiento de Cristo no podía ser evidente sin menoscabar la fe.

Por último, una venida clarísima de Dios con nosotros podía poner en tela de juicio la humanidad de Nuestro Señor, que los papas y los concilios definirían posteriormente con toda precisión. En un primer momento, era necesario y conveniente subrayar la presencia de un pequeño niño de carne y hueso en el portal de Belén.

Terminamos este texto con la famosa estrella que todavía adorna los hogares de muchas familias y las calles de muchas ciudades y pueblos, invadidos como estamos por una decoración cada vez más neopagana al cierre del año civil. Siguiendo en este caso a otro doctor de la Iglesia, san Juan Crisóstomo, el teólogo de Aquino niega que fuera una de las estrellas del firmamento, puesto que lucía también al mediodía y se aparecía y ocultaba alternativamente.

Las opciones para explicar tal fenómeno astronómico son varias, sin que nuestro prudente santo Tomás se decante por una en particular: O bien era un ángel transformado en cuerpo celeste; o bien el mismo Espíritu Santo brillaba con forma estrellada ante la admiración de pastores y Reyes Magos; o quizás fuera, simple y llanamente, una nueva esfera luminosa creada al efecto por Dios omnipotente.

¡Feliz Navidad!

Miguel Toledano Lanza

Domingo infraoctavo de Navidad, 2020

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.