hijo de Dios

El Hijo de Dios hecho carne nunca puede ser separado de Su Madre, que también es nuestra Madre

El Hijo de Dios se ha hecho carne en el seno de la Virgen Santa, por tanto, no hay redención para el hombre sin la maternidad de María.

El Hijo de Dios hecho carne nunca puede ser separado de Su Madre, que también es nuestra Madre, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews

A través de la concepción milagrosa del Hijo de Dios en el útero de la Virgen – “lo máximo”, el milagro de los milagros, que Él el Todopoderoso ha hecho por ella – Dios ha dado un nuevo comienzo a todas las mujeres. Reflexionar sobre María es la mejor manera de dar sentido a la celebración del Día de la Madre.

“En la plenitud de los tiempos, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer” (Gálatas 4, 4). Para San Pablo, estos dos aspectos son inseparables: el envío del Hijo Unigénito del Padre y el nacimiento del mismo Hijo en el tiempo, en la naturaleza humana que Él tomó de Su Madre. Él, que tiene un solo Padre en Su divinidad, tiene solo una Madre en Su humanidad. La persona de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre tiene un Padre celestial y una Madre terrenal. Cristo trae la gracia y la verdad de Dios a la humanidad. En la persona de María, primer creyente, el género humano lo recibe y responde con un rotundo ¡Sí! Que se haga en mí Su voluntad, en la tierra, en Belén, en Egipto, en Nazaret, como en el cielo, en la gloriosa comunión del Hijo con el Padre en el Espíritu Santo.

Aquellos que se adhieren a Cristo están hacen suyo el solemne fiat de María, que a su vez se hizo eco de otros fiat miles de años antes: el Fiat lux de Dios, “Hagamos la luz”, en el primer día de la creación. Fue al principio del tiempo que Dios dijo Fiat lux, y ahora “en la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo”, y ¿Cómo lo envió? ¿Cómo Dios, por cuyo mandato el cosmos entero vino a ser de la nada, eligió recrear el mundo en gracia? “Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer.” El sol de justicia, el amanecer de la redención siempre es precedido por la estrella de la mañana de Israel, Miriam de Nazaret.

No hay redención para el hombre sin la maternidad de María, y esto significa también que la divina imagen en el hombre, empañada por el pecado, es restaurada a su pureza original solo a través de sus manos maternales y debe portar la semejanza de su rostro y corazón, su fe y su espíritu de oración, su amor, sus dolores y sus alegrías.

En la medida que uno llega a ser cada vez más parecido a Cristo, también se asemeja más a María.

El Hijo no debe separarse más de Su Madre que de Su Padre. Solo si Su naturaleza humana pudiera ser separada de Su divinidad y relegada al olvido, podría significar que María cesara de interpretar su singular rol en la economía de la salvación. Así como siempre ha sido y siempre será el Hijo único que descansa en el seno del Padre, así desde el momento de la Encarnación, Él siempre será el Hijo de la Virgen, y ella la mujer “llena de gracia.”

En la Anunciación, María recibe a su Hijo no solo en calidad de mujer individual, sino también como representante de la humanidad, observa Santo Tomás (Suma Teológica III, 30, 1). Su ecce ancilla Domini, “He aquí la esclava del Señor,” es la respuesta humana definitiva al orgulloso non serviam el cual se ha hecho eco por siglos desde la Caída de Lucifer y de Adán. Cuando el Padre envió a Su Hijo a la humilde doncella, Él confió el sublime misterio de la Trinidad, el por largo tiempo oculto misterio de Su Divino Ser, a Su Inmaculado Corazón. Cuando Gabriel explica cómo se va a llevar a cabo la concepción, el misterio de la Trinidad en Uno se revela por primera vez abiertamente. En su humildad, nacida del hambre de Dios y de la conciencia de Su grandeza, María está lista para beber del conocimiento de Su ser y para recibir abundantemente el amor, que es Su vida interior.  Dios se revela a Sí mismo a María como Amor, ya sea en forma próxima – dentro de la eterna comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo – como hacia el mundo, ad extra: amor en Tres Personas, Una de las cuales es enviada a salvar al mundo del sufrimiento eterno.

El “sígueme” de Cristo es el llamado a despojarse de los grilletes de la muerte; a participar en la vida divina del amor; a lograr la unión de amistad con Dios, en la cual la dignidad del hombre es encontrada, y sin la cual nada es bueno, nada es santo. Este llamado, y el mandamiento a amar como Cristo lo hizo, es exclusivo del cristianismo: “por este amor sabrán los hombres que son mis discípulos.” Es el fiat de María que le entrega a la humanidad caída la oportunidad de participar de todas estas gracias, de beber hondamente de este “nuevo vino” dado por Cristo “en la plenitud de los tiempos” (Cf. Juan 2, 1-11)

Es más, “María —la mujer de la Biblia— es la expresión más completa de esta dignidad y de esta vocación” (Mulieris Dignitatem [MD] 5). María es por excelencia “bendita entre las mujeres”, no solo en el singular privilegio de su divina maternidad, sino también siguiendo con perfecta singularidad a su Hijo. Ella es el ejemplo de discípulo, que sigue y se le enseña. Así como el Verbo es la imagen perfecta del Padre, así María es la imagen perfecta del Hijo. Y así como Jesús da a la humanidad accedo al Padre, así María nos conduce siempre y solo a su Hijo, a quien ella ama con un ardor que encandila hasta a los Serafines.

Si bien es cierto que Dios envía a Su Hijo al mundo entero (Cf. Juan 3, 16), Cristo fue dado primero y más interiormente en la irrepetible relación de madre e hijo.

“Aquí no se trata solamente de palabras reveladas por Dios a través de los Profetas, sino que con la respuesta de María realmente «el Verbo se hace carne»

MD, 3

Este don es único a la única mujer que es verdaderamente Madre de Jesús y, por tanto, la Madre de Dios (Theotokos). Sin embargo, el don tiene repercusiones en toda la humanidad femenina. Desde entonces las mujeres son capaces de seguir a María ya sea como vírgenes consagradas o como dedicadas madres, ellas comparten la gloria con la que Dios ha bendecido a aquellos estados a través de su perfección en la Virgen María.

El Hijo de Dios pudo haber venido a nosotros de muchas maneras, porque el poder de Dios no es menos infinito que Su creatividad. Él pudo haber formado un cuerpo para Sí a partir del limo de la tierra, como cuando Él creó a Adán. Pudo haber simplemente decretado que un cuerpo completamente desarrollado llegara a ser ex nihilo. Él eligió, en Su sabiduría y amor, convertirse en hombre a través del camino del nacimiento humano. Él eligió ser el Hijo de María, Filius Mariae.

 Esta no fue, sin embargo, una concepción y nacimiento ordinario, sino uno milagroso, llevado a cabo en y desde una virgen. En la única persona de María, maternidad y virginidad son unificadas, cada una en su máxima gloria, indicando la convergencia de estas dos extraordinarias formas de servicio femenino (Cf. MD, 17) Cada una de estas vocaciones son esencialmente un don de sí mismo y la entrega de otros al cuidado de la mujer, a través de la maternidad física o espiritual (o ambas). María, como mujer arquetipo, nos muestra el verdadero sentido de la vocación de la mujer a dar a luz, a nutrir y a proteger la vida.

María, la Madre de Dios, trajo a Cristo al mundo: ella es la única que nos lo dio. Llevar a Cristo al mundo es la vocación de todo cristiano según su vocación en particular, pero para las mujeres esto toma la especial forma de concebir, dar a luz, nutrir y proteger la vida, e interceder por los otros, esforzándose por hacer surgir “al hombre oculto del corazón” (Cf. 1 Pedro 3, 4).

¿No podemos decir que este misterio y milagro de Cristo viniendo al mundo se refleja distantemente en cada nuevo niño creado por Dios? ¿En cada nacimiento, ya sea físico o espiritual; en cada lección en la rodilla de una madre o en la oración de intercesión? Porque no solo cada alma está confiada a una madre que de esta manera replica el amor de María (y así expresa el amor de Dios por el hijo), sino que alma lleva en sí una semejanza actual o potencial de Cristo. “Quien recibe a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe” (Marcos 9, 37)

Peter Kwasniewski

*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad

Puedes leer este artículo en su sitio original en inglés aquí: https://www.lifesitenews.com/blogs/the-son-of-god-made-flesh-can-never-be-separated-from-his-mother-who-is-our-mother-too

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Profesor Peter Kwasniewski: (Chicago, 1971) Teólogo y filósofo católico, compositor de música sacra, escritor, bloguero, editor y conferencista. Escribe regularmente para New LiturgicalMovement, OnePeterFive, LifeSiteNews, yRorateCaeli. Desde el año 2018 dejó el Wyoming CatholicCollegeen Lander, Wyoming, donde hacía clases y ocupaba un cargo directivo para seguir su carrera como autor freelance, orador, compositor y editor, y dedicar su vida a la defensa y articulación de la Tradición Católica en todas sus dimensiones. En su página personal podrán encontrar parte de su obra escrita y musical: https://www.peterkwasniewski.com/