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Guíame, oh Tú, gran Redentor

Esta semana, Miguel viene musical y lo hace con un himno a nuestro Dios al que, con esta bella música, se le suplica su ayuda en este caminar por el mundo

«Guíame, oh Tú, gran Redentor», Miguel Toledano

En la liturgia de hoy, la súplica de la oración contiene un doble vocativo, “te rectore, te duce”, que podríamos traducir como “tú guía, tú jefe”, referido naturalmente a Dios, protector al que imploramos nos ayude a transitar por los bienes temporales sin perder los eternos.

En la cultura anglosajona, esta idea inspiradora del guía divino que asegura el tránsito a través de este mundo queda inmejorablemente reflejada en el himno “Guide me, O Thougreat Redeemer”, que da título a este artículo.

El texto es obra de dos autores galeses, respectivamente, William Williams y Peter Williams, contemporáneos ambos del siglo XVIII pero no familiares a pesar de la coincidencia de sus apellidos.  Compartieron, eso sí, el credo metodista, salido a su vez de la reforma anglicana.

La letra está estructurada en tres estrofas, con una métrica semejante a la ya comentada en esta serie para el himno “God is Love”, Dios es amor.  Se trata de versos alternativos de ocho y siete sílabas, forma como vemos frecuente en la poesía religiosa en idioma inglés.  Pero aquí, en lugar de duplicarse serventesios, se utiliza un total de seis versos por estrofa, rimando sólo el segundo y el cuarto; según podremos comprobar, los dos últimos versos aumentan la potencia y elegancia que han permitido a esta obra mantener su popularidad hasta nuestros días.

La primera de las estrofas remite inconfundiblemente al Libro de Isaías, “et te ducet Dominus semper”, el Señor te guía siempre (Is, 58:11).  Jehová, que envía a su hijo Redentor en la historia neotestamentaria, nos conduce a través de este mundo árido, aquel desierto del Sinaí que los judíos debieron atravesar, gracias al poder divino y a pesar de nuestras muchas debilidades.  El pan del cielo, del que hablan el capítulo 16 del Exodo e igualmente San Juan con ocasión del milagro de los panes y los peces, alimenta nuestra alma hasta el hartazgo, como el maná sirvió a los levitas.

La segunda estrofa sigue también de cerca la historia del pueblo elegido, en concreto, el capítulo siguiente del Exodo de los hebreos hacia la tierra prometida:  la “fuente de cristal” de Williams es la piedra de la que fluye la corriente cuando la golpea Moisés con su cayado (Ex, 17:6); las columnas de fuego y nubes, asimismo, habían mostrado noche y día el camino a los hijos de Israel desde que éstos salieron de Sucot y Etam, en Egipto (Ex, 13:21-22). 

En la tercera estrofa nos encontramos ya en las orillas del Jordán, entonces como ahora la frontera de Canaán, el objetivo final del éxodo.  Nuestros miedos ceden merced a la intervención de Yahvé, que secó el lecho del río para que el caudillo Josué y sus seguidores pudieran cruzar con seguridad, portando el arca de la alianza (Js, 3:13).  Williams utiliza en esta última sección el mismo recurso brillante de combinar la narración semítica con el Nuevo Testamento; concretamente, en este caso, el libro de la Revelación, cuando el Hijo de hombre con vestido talar manifiesta tener las llaves de la muerte y del infierno (Ap, 1:18).

La música ha proporcionado a este himno la brillantez que precisaba para garantizar su inmortalidad.  Es obra del compositor amateur baptista John Hughes, que la estrenó al órgano en el valle minero del río Rhondda en 1907.  Desde entonces, no ha dejado de ser utilizada incluso en acontecimientos de estado, como el funeral de Diana Señora de Spencer o las bodas de Guillermo y Enrique Sajonia-Coburgo y Gotha con las plebeyas Catalina Isabel Middleton y Raquel Margarita Markle.

El lector de Marchando Religión puede disfrutar de una versión relativamente canónica en https://www.youtube.com/watch?v=JBialmYF2I4.  Demostrando una vez más, al contrario de la creencia popular, que el genio galés no se limita a las composiciones en tonalidades menores, la armadura de sol mayor le confiere a la pieza el aire de festividad y claridad asociados a esa clave; el ritmo cuaternario de subdivisión binaria le otorga su carácter solemne y vigoroso, cuadrando perfectamente con los pies troqueos del poema.

Catorce compases, dos por verso, bastan para obrar el efecto deseado de alabanza y de confianza en la Providencia; la economía de medios no puede ser más genial.  Los dos primeros compases, repetidos en el tercer verso, recuerdan a la entrada del citado “Dios es amor”, con una melodía ascendente desde re hasta la.  El clímax no se alcanza hasta el décimo compás, después de que la dominante aparezca al cabo de tres frases escalonadas con intervalos sucesivos de tercera, que la congregación puede acometer con la deseada robustez. 

Dicho clímax coincide con los tres mensajes principales del himno:  Alimento espiritual, fortaleza de la gracia y adoración por siempre, que harían de esta composición una pieza suficientemente apta para ser interpretada, en las ceremonias católicas, como canto de comunión, himno latréutico durante la procesión de entrada o eucarístico para acompañar la de salida por los beneficios recibidos durante la Misa.

Miguel Toledano Lanza

Domingo tercero después de Pentecostés, 2019

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.