Luciana Días inicia su andadura en Marchando Religión con el incomparable artista Antoni Gaudí y nos acerca a su gran obra, la Sagrada Familia de Barcelona
Cuando la belleza es una vía
Aquí me referiré a la belleza como una vía, un camino como muchos otros, totalmente elegible, considerando que un camino es siempre un hacia donde, un hacia qué, como es definido “una comunicación entre dos lugares”. Me atrevo a decir que, no siempre el que emprende un camino va en busca de algo concreto, definido, pero sabe que un camino consiste precisamente en una búsqueda de algo, de algo que llene, quizás, un vacío, una respuesta que falta, etc. Si logra a encontrar ese “algo”, habrá encontrado su fin, habrá entendido esa comunicación entre dos lugares y su camino cobrará sentido.
Podría hablar aquí de inúmeros conceptos y definiciones sobre la estética y la belleza desde los filósofos antiguos, pasando por la pregunta provocativa de Marcel Duchamp ¿Qué es el arte? hasta nuestros días, teniendo en cuenta, como no, a Roger Scruton, mi autor favorito en este tema, pero habrá otro momento.
Pero este escrito estará direccionado más bien a lo teológico y a un personaje catalán, que, aunque, no fue un teólogo recibido, sino un arquitecto, habría que investigar cómo llegó a los conceptos trascendentales con un doble trabajo: haberlos comprendidos y haberlos puestos por obra, nada más, nada menos que tallados en piedras y forjados en metales, muy seguramente no será difícil entenderlo, sus conocimientos más técnicos interpretarán mejor los arquitectos, pero Gaudí como persona es mucho más.
Empezaré por la conocida definición de Santo Tomás que lo bello es “aquello cuya sola percepción agrada”, es la capacidad de asombro, el que ha estado alguna vez en la cima de una montaña lo sabrá. A mí en lo personal, y no creo ser la única, las grandes construcciones, las proporciones de la naturaleza asombran, asustan, justamente por lo grande que es, por escapar de nuestras miradas y hacernos sentir pequeños. Si la capacidad de asombro es tan natural en los niños -como dijo el mismo Chesterton- a nosotros muchas veces esta capacidad debe ser trabajada, pues el asombro suscita interés, ilusión; suscita sentido en la vida, por ende, suscita esperanza.
Volviendo a la belleza hablaré de ella no como el camino, sino como un camino, aunque hablar en primera persona no es mi fuerte o no me gusta.
Mi primer contacto con Gaudí
Mas concretamente con la Basílica de la Sagrada Familia. Ya tenía conocimientos teológicos, por lo tanto, reconocer las esculturas y toda aquella simbología allí puesta no fue difícil, pero recuerdo haber dicho en voz alta: “no entiendo nada”, era mucha información, era imposible pensar que había sido pensado y puestos por acaso, sin relación alguna entre lo que estaba a mi derecha y a mi izquierda. La pregunta: ¿Quién fue Gaudí? es inevitable, si se quiere ir más allá, la pregunta de ¿por qué lo ha hecho? puede ser también inevitable. Respondiendo a mí misma pregunta hecha más arriba de ¿cómo llegó Gaudí a esos conceptos trascendentales? para los que conocen mínimamente las obras de Gaudí, especialmente la Sagrada Familia, sabrán que sus tres fuentes han sido: la naturaleza, las Sagradas Escrituras y la liturgia, leerlos lógicamente no bastan; comprenderlos, interiorizarlos y vivirlos son necesarios.
¿En qué momento puse más atención a esa belleza creada por Gaudí? En un momento en que la fe parecía fallar y empiezas a comprender a los que pierden la fe y a juzgarlos menos, víctimas de esas tormentas que descuajan el alma y rompe sus raíces, según escribe Castellani. ¿Y por qué a Gaudí? ¡No lo sé! Este segundo contacto con él ha sido por sorpresa, sin buscarlo, sin el asombro de la primera vez, pero distinto. Para quién ha tenido contacto con la teología, la Sagrada Familia no puede ser interpretada de otra manera, esta obra en concreto no solo hace referencia a la naturaleza, en aquel momento no solo hablaba de una arquitectura grandiosa o de la genialidad de su autor; hablaba de lo transcendental y, sin embargo, no me causaba rechazo. El rechazo es algo inquietante, rechazar una comida o una bebida es algo meramente secundario, sentir rechazo a aquello a que se consideraba algo esencial en la vida puede provocar una ruptura existencial; es como perder la noción del tiempo, es como perder una brújula cuando más la necesitas. Hay quienes deciden por la negación, pero hay otros que prefieren el silencio, aunque sea temporal, tampoco te planteas si existen dos caminos o más, sencillamente decides porqué sigues viviendo e inconscientemente tomas una posición, a semejanza de quien pierde una brújula, de repente todo sucede muy rápido y en medio de esa tormenta no hay tiempo para planteamientos, tomas la mejor posición y cuando te ves en ella empiezas a pensar cómo actuar.
¿Podría negar la fe y lo trascendente? ¡Podría! Está también dentro de mi libertad, comúnmente los que optan por esto sienten la necesidad de ser activistas, sienten la necesidad de explicar las causas; los hay también los que optan por guardar silencio ante un cambio de pensamiento o de creencia, no es una crítica, pues creo que, un cambio de pensamiento, de creencia que antes se consideraba como fundamental en la vida puede haber sido provocado por una crisis, por una transición no sana y debemos recordar que toda tormenta deja consecuencias, todas grandes heridas dejan grandes cicatrices y, quizá, huecos que deberán ser llenados.
Negar en silencio o no, no eran opciones para mí, guardar silencio, sí. No me parecía razonable negar hechos que existen y que se me escapan, tampoco incluirme en un colectivo cualquiera para reforzar una nueva postura, muchas veces el problema no está en el qué, sino en el cómo. Pero bien, y ¿esa belleza con minúscula? Puede ser más sensible a unos y a otros no, como he dicho es un camino, no el camino y lo armónico en todos los sentidos, descansa, resulta agradable a los ojos; y en lo que se refiere a las obras de arte, naturalmente me resultan agradables y curiosas, algunas pueden resultar un fin en si mismas, otras un medio, ya que, las preguntas muchas veces son inevitables y cuando surgen preguntas es que de un cierto modo hay una voluntad de conocer, de avanzar en ese camino. Cabe decir que no fue un camino pensado de antemano, pero como suelo decir, es ir por el borde, es bordear el camino, infelizmente esto sucede cuando otros te ponen obstáculos o destruyen los puentes ya construidos.
En fin, el tema de lo que es o no bello, si es objetivo o subjetivo, es un tema largo, interesante y necesario, si he dejado pinceladas de lo personal afirmo que, por lo menos, no es indiferente y tiene su importancia y deslumbrarse ante algo que consideremos bello es natural porque el asombro es natural, así como cualquier reacción a lo grotesco. Lo expresa mejor Roger Scruton en oposición a la afirmación radical de un discípulo del filósofo Benedetto Croce que decía: “ante una verdadera obra de arte, no me interesa mis reacciones, sino el contenido de la obra”. Sí que importa las reacciones del que aprecia una obra arte, pues “nos conmueve porqué es bello y es bello porqué significa algo por lo que la belleza y su significado son inseparable”, afirma Scruton.
Luciana Dias
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