San Francisco de Sales y todos los Santos-MarchandoReligion.es

San Francisco de Sales y todos los Santos

Una vez más, Miguel Toledano, se adentra en la figura de San Francisco de Sales para hacernos una buena propuesta espiritual

San Francisco de Sales y todos los Santos. Un artículo de Miguel Toledano

El 1 de noviembre de 1617, el obispo de Ginebra (expulsado de la diócesis suiza) dedicó a sus fieles un sermón que nos ha llegado hasta hoy, más de cuatrocientos años después.

En él comienza comparando el gozo de los santos en el cielo con el banquete de Asuero en el libro sagrado de Ester.

Aquel ágape regio y grandioso, que duró la friolera de ciento ochenta días en el siglo VI antes de Cristo, prefigura en el Antiguo Testamento las bodas del Cordero de que habla san Juan en el Apocalipsis, cuyos invitados están llenos de felicidad.

Siguiendo a santo Tomas de Aquino (aunque sin citarle expresamente), san Francisco de Sales resume el júbilo de los justificados en el acto de “la visión de Dios”. En el cielo, los santos ven a Dios.

Santo Tomás, en efecto, había explicado magistralmente en su Suma Teológica que la bienaventuranza del hombre está en la visión de la misma esencia divina (I-II, q. 3, a. 8).

Tanto santo Tomás como san Francisco siguen en esto a san Juan, que anuncia en su evangelio que la gloria esencial consiste en ver claramente “a Dios tal cual es”.

A esta gloria esencial consagra el doctor de Sales la primera parte de su sermón. A su vez, la visión de Dios comporta tres aspectos: La divinidad (Dios mismo), la maternidad de la Santísima Virgen y la gloria de Dios.

Y esa visión de los bienaventurados se produce con tal fulgor que en el Credo de Nicea decimos “luz de luz”, visión doblemente luminosa como lo son el Padre y el Hijo y asimismo el Espíritu Santo.

Recuerda el señor de Annecy que a san Ignacio de Loyola le fue revelado en vida, unas décadas antes, el misterio de la Trinidad, que los demás hombres admiran tras su muerte y admisión al cielo.

Con la visión de Dios comprenden también los santos el misterio de la encarnación, que une a los hombres con Dios a través del seno virginal de María Santísima.

Igualmente adquieren el conocimiento profundo de la gracia conferida por los Sacramentos.

A mayor abundamiento, no se reducen los santos a ver a Dios, pues además le oyen hablar y hablan con Él, a través de un lenguaje maravillosamente repleto de amor.

Por último, siguiendo a santa Teresa, san Francisco de Sales destaca que dicha visión de Dios no es sólo magnifica, mas también eterna, propia de un reino que “no tendrá fin”, como recitamos una vez más en el símbolo de nuestra fe.

La segunda parte del sermón de Todos los Santos se refiere a la parte no esencial, sino accidental de la gloria de los justificados, a saber, la contemplación de todos los habitantes del cielo, que lo son en grados diferentes según sus méritos.

Contemplan igualmente la hermosura del lugar donde se encuentran, el cielo, acompañados con visión igualmente clara de los nueves coros de ángeles.

Finalmente, tras la resurrección de la carne, a los santos se les otorga la restitución de sus mismos cuerpos, pero ahora en estado glorioso; es decir, poseyendo los mismos cuatro dones de las almas salvadas: La sutileza, la agilidad, la impasibilidad y la claridad.

La sutileza le permitirá al cuerpo humano penetrar a través de cualquier otro cuerpo, sin que éste le suponga obstáculo alguno.

Por la agilidad, el cuerpo del santo resucitado se podrá trasladar de un lugar a otro de forma instantánea, por grande que sea la distancia entre los dos puntos.

El don de la impasibilidad del justo le conferirá ausencia de padecimiento alguno, ni ofensa, ni alteración, ni enfermedad, ni incomodidad de ninguna clase.

En cuarto lugar, el cuerpo de los bienaventurados gozará de la misma claridad que su alma, cualidad sobrenatural que consiste en la emisión de resplandor y luz “más bella que la del sol”, según el doctor saboyano.

Estos cuatro dones asemejan a todos los santos a Dios, Nuestro Señor; que tanto nos ama que semejantes tesoros nos tiene reservados si morimos en gracia.

Por eso, concluye nuestro autor, resulta insensato dirigir nuestros afectos hacia las cosas creadas y transitorias.

Si san Francisco de Sales, en lugar de la suiza calvinista de su época, hubiese vivido en la Unión Europea de nuestros días, cabe pensar que habría advertido a sus hijos contra el excesivo culto al cuerpo, la servidumbre del dinero y de los bienes materiales y el “amor sui”, término agustiniano difícilmente superable por su economía y profundidad de significado.

También creo que hubiese advertido de la insensatez de dirigir nuestros desvelos al planeta tierra, que como el resto de las cosas creadas pasarán; son aquéllos dignos de mejor causa, sin perjuicio lógicamente de nuestro deber de custodiar como buenos paterfamilias el depósito de la Creación, que no es libre propiedad al estilo liberal capitalista.

A pesar de que en la actualidad, el secularismo haya logrado obsesionar a los hombres con los bienes caducos y consigo mismo, el amor de Dios y de nuestro prójimo es lo que nos permite emular a “quienes ya se alborozan en el Señor”, según los proclama la segunda de las oraciones de la Misa de hoy, en la liturgia tradicional e imperecedera de la Iglesia.

Miguel Toledano Lanza

Festividad de Todos los Santos, 2020

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.