Si queremos agradar a Dios y llegar el Cielo, debemos cumplir lo que Él nos manda y alejarnos de las ocasiones de pecado. Muchas veces los medios de entretención nos seducen con sus atractivos y es por eso que los cristianos deben ser cuidadosos y evitar el mal en películas y en la televisión.
«Los cristianos debemos evitar el mal en películas y en la televisión», Peter Kwasniewski para LifeSiteNews
El Papa Juan Pablo II escribió, en su carta de 1994 a las familias Gratissimam Sane, lo siguiente:
Conociendo el vasto y poderoso impacto de los medios, [la Iglesia] nunca se cansará de recordar a los trabajadores de las comunicaciones los peligros que se levantan desde la manipulación de la verdad. De hecho, ¿qué verdad puede existir en las películas, espectáculos, programas de radio y televisión dominados por la pornografía y la violencia? ¿realmente sirven estas a la verdad sobre el hombre?
Este es un asunto muy importante. ¿No debieran nuestras actividades recreativas restaurarnos? ¿no debieran nuestras actividades de ocio conducirnos más profundamente hacia la verdad de las cosas? Sería muy malo si los medios a los cuales prestamos nuestra atención, de manera obvia o sutil, nos alejaran de la virtud moral e intelectual, del amor, la belleza o de la verdad última para la cual estamos hechos.
El R.P Dominic Legge, O.P., explica por qué:
Cuando observamos actos de lujuria o crueldad, tendemos a ser más lujuriosos y crueles. Lo que ves con tus ojos, lo invitas a tu alma. ¿Cuánto del denominado “entretenimiento” de nuestra época cae en esta categoría?
El R.P Legge está siguiendo al Doctor Angélico, que escribe en la Summa:
La asistencia a espectáculos resulta viciosa en cuanto que el hombre se hace propenso a la lujuria o crueldad por fuerza de la imitación. Por eso escribió San Crisóstomo que “dichos espectáculos hacen a los hombres adúlteros y desvergonzados”.
Suma Teológica II-II 167 a.2 ad.2
Otra consecuencia de observar lujuria y crueldad enseñada gráficamente es que se llega a ser indiferente e incluso insensible en esto, llegando a adormecerse con respecto al mal moral objetivo y a ser lentos en reaccionar con el apropiado disgusto y arrepentimiento. Si yo observo a estrellas de película fornicando o asesinando, obtendré una de estas tres respuestas: me sentiré conmovido con simpatía por lo que están haciendo, lo cual para mí es pecado; o me será indiferente, lo cual también es pecado; o me sentiré disgustado.
Sentirse disgustado por el mal está bien, pero no se supone que debemos salir de nuestro camino para buscar voluntariamente cosas desagradables.
Para empezar, además, ya existe una razón para la precaución y auto-control en cuánto a lo que observamos, y que tiene que ver con la naturaleza de los medios modernos. Las películas en particular, hacen uso de una especie de “mágica fuerte”, ya que ellos llenan el alma con una hiper-definida imaginería, con imágenes demasiados potentes (llamadas “fantasmas” por Aristóteles y Santo Tomás). El alma no puede resistirse al influjo y es moldeada en concordancia con ellas. El medio tiende hacia una excesiva estimulación de las facultades del animal racional: da demasiado para el animal, muy poco para el racional. Aparece primariamente para los sentidos de la carne, y de este modo induce a una primacía pragmática de la materia sobre la mente. Nuestras memorias y sueños llegan a saturarse con lo que vemos y escuchamos.
Sertillanges en la Vida Intelectual, comenta acertadamente diciendo que debemos valorar y proteger nuestra quietud y pureza interior. Es difícil para las criaturas caídas como nosotros permanecer sin mancha en medio de esta generación corrupta y de mantener nuestras mentes firmes por sobre estas cosas, tal como las Escrituras nos dice que hagamos. Es incluso más difícil para lograr el silencio interior y para recogerse para la oración.
Uno se pregunta entonces, qué dirían los grandes místicos sobre la televisión y las películas.
Pensando en Santa Teresa de Jesús, en San Juan de la Cruz, en Teresa del Niño Jesús, en Isabel de la Trinidad, acaso ¿no considerarían ellos que lo que la mayoría de la gente ve hoy es, en el mejor de los casos, una colosal pérdida de tiempo y, en el peor de los casos, una contaminación del alma?
“Al proponerme esto ¿acaso usé de ligereza? ¿O es que lo que resuelvo, lo resuelvo según la carne, de modo que haya en mí (al mismo tiempo) el sí, sí y el no, no? (2 Corintios 1, 17-18). “Fornicación y cualquier impureza o avaricia, ni siquiera se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni torpeza, ni vana palabrería, ni bufonerías, cosas que no convienen, antes bien acciones de gracia.” (Efesios 5, 3-4)
Si necesitamos argumentos sofisticados y elípticos para justificar algo que estamos escuchando o mirando (o, para el caso, leyendo), probablemente somos culpables estar tratando de decir sí y no a Cristo. Cómo vive un cristiano su vida, en qué gasta su tiempo, dónde tiene puesta su mente y su corazón deben ser totalmente consistentes con la Fe que él profesa.
La más conmovedora exhortación en este sentido se encuentra en la Carta a los Filipenses:
Por lo demás, hermanos, cuantas cosas sean conformes a la verdad, cuantas serias, cuantas justas, cuantas puras, cuantas amables, cuantas de buena conversación, si hay virtud alguna, si alguna alabanza, a tales cosas atended.
Filipenses 4, 8
La advertencia está implícita: no pienses, por no decir que te quedes y te empapes en eso, en lo contrario de estas cosas porque eso hará a tu alma menos cristiana y menos plenamente humana. No vemos aquí la falsa creencia de que, para llegar a ser una persona “plena” hay que estar “expuesta” a un montón de males, aunque solo sea indirectamente, así uno podrá entenderlos mejor y combatirlos. Un débil argumento que a menudo proponen los defensores de los medios modernos.
Este argumento tiene cierta fuerza en relación con las representaciones literarias del mal, si ellos están hechos con gusto, porque la potencia del contenido es filtrada por el intelecto del lector quien debe primero entender las palabras y los conceptos antes de que él pueda, hasta cierto punto, re-crear la escena en su imaginación. El medio permite que el impacto visceral del mal sea moderado por proceso espiritual. Sin embargo, con las películas la imagen es llevada directamente a través de los ojos, incluso mientras el diálogo y la banda sonora son recibidos por los oídos. Hay una inmediatez que no filtra ni interpreta el contenido en el acto de la recepción.
Las consecuencias no se limitan a la esfera moral, también se extienden a la intelectual.
Uno mira una película “sin esfuerzo” y eso es exactamente lo que está mal. ¿Cuánta gente hoy sabe cómo entretenerse por sí mismo usando su propio intelecto e imaginación? ¿Por qué somos tan pasivos, dependientes de una gigante industria hacedora de dinero que homogeneiza la cultura en vez de estar produciendo localmente cosas hermosas hechas por nosotros mismos, o por último, de estar activamente asimilando una obra de arte?
Las películas hacen que lo irreal parezca real, con el efecto gradual quizás, de hacer que la realidad parezca como irreal. Las películas y la vida combinadas en un fantasmagórico parpadeo sin consecuencias morales o eternas. En las películas a decenas, a cientos y a miles de personas se les dispara en las pantallas frente a nosotros. La vida es no cuesta nada y la violencia un buen entretenimiento. ¿Deberíamos estar sorprendidos de que los modernos estén listos para descartar las vidas de los niños no nacidos o de los ancianos? El contenido de sexo explícito es una excitación no negociable y, en general, el mal es tratado como una especia en una receta. ¿Deberíamos estar sorprendidos con la promiscuidad, bajeza y rareza del comportamiento sexual moderno, cuando las imágenes del mismo son impresas de continuo en la imaginación de millones de personas? En compañía de nuestro entretenimiento estamos descendiendo hacia un barbarismo peor que el de los antiguos paganos, porque ellos, por último, no habían sido beneficiados con el cristianismo para que los sanara y elevara.
¿Diría que nunca debiéramos ver películas o televisión?
No. Hay de hecho algunas buenas películas artísticas que no caen en el mal gratuito. Pero la Palabra de Dios nos exhorta a vigilar, a ser cuidadosos, a discriminar y a una santa crueldad con nuestra propia tendencia a buscar atajos, dar excusas y relajar los estándares. Debiéramos adoptar, para todos los medios, la sabia actitud de San Basilio el Grande hacia los autores paganos. Dice:
Cuando ellos recogen las palabras y obras de los hombres buenos, tú debes amarlos e imitarlos, emulando con seriedad tal conducta. Pero cuando ellos representan una conducta inferior, tú debes volar lejos de ellos y detener los oídos, como se dice en la Odisea que ha huido de la canción de las sirenas, porque la familiaridad con los malos escritos allana el camino a las malas obras. Por lo tanto, el alma debe ser resguardada con gran cuidado, no sea que a través de nuestro amor por las letras reciba cierta inconsciente contaminación, como los hombres que beben veneno con miel.
Si esto es dicho con verdad de las “letras”, esto es, de la literatura, ¿no es mil veces más cierto de las películas y la televisión y de muchas otras formas de entretenimiento popular de hoy?
Como cristianos debemos estar comprometidos en el esfuerzo de unir nuestras energías dispersas y en enfocar facultades para que la Santísima Trinidad more en nuestra alma y que se muestra externamente en la belleza de la creación de Dios. La modernidad en general y el entretenimiento en particular, libran una guerra en el orden creado y en nuestra interioridad, en nuestro “castillo interior”. El constante zumbido de imágenes mundanas y ruidos nos distraen de la búsqueda del unum necessarium, de “la única cosa necesaria”.
Peter Kwasniewski
Puedes encontrar este artículo original en inglés en este sitio: https://www.lifesitenews.com/blogs/christians-must-be-careful-to-avoid-evil-in-movies-and-tv
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