MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO. El misterio Trinitario. Rev. D. Vicente Ramón Escandell
MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
El misterio Trinitario
1. RELATO EVANGELICO (Mt 28, 16-20)
<<Y los once discípulos se fueron a la Galilea al monte, a donde Jesús les había mandado. Y cuando lo vieron, le adoraron: más algunos dudaron. Y llegando Jesús les habló diciendo: «Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: enseñándolas a observar todas las cosas que os he mandado: y mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo.>>
2. COMENTARIO EXEGETICO
Los <<Once>> discípulos, cumpliendo la orden del Señor que les transmitió mediante el ángel y las mujeres, van a Galilea. No se indica el tiempo. Pero, sin duda, fue después de las apariciones en Jerusalén. Seguramente que se hicieron indicaciones más precisas, pues los discípulos se dirigieron, en Galilea, <<a la montaña que Jesús les había mandado>>. Acoso estas indicaciones precisas, con la reiteración de la orden de ir a Galilea, les hubiesen sido hechas por el mismo Cristo en algunas apariciones jerosolimitanas, si no fue en el Cenáculo, al decirles que les <<precedería>> a Galilea.
3. REFLEXION
El primer Domingo después de Pentecostés celebra la Iglesia esta fiesta particular de la Santísima Trinidad, para darnos a entender que el fin de los misterios de Jesucristo y de la venida del Espíritu Santo ha sido llevarnos a la Santísima Trinidad y a su adoración en espíritu y en verdad.1
De este modo tan sencillo, explica el Papa San Pío X en su Catecismo Mayor, el sentido y significado de esta fiesta, que tiene por objeto el misterio de Dios uno y trino, centro de nuestra fe y de toda la Liturgia de la Iglesia.
El año litúrgico está constituido por dos grandes periodos: Adviento – Pentecostés y Pentecostés – Adviento, que conmemoran las dos misiones divinas: la del Verbo y la del Espíritu Santo. La primera está consagrada al misterio de Cristo; la segunda, al misterio de la Iglesia. Pero, así como no hay división en la Trinidad beatísima ni oposición en las dos misiones divinas, así tampoco hay en estos dos periodos división ni oposición; y como la misión del Hijo prepara la misión del Espíritu (más aún, en la misión del Espíritu el Hijo continua y extiende su obra en el mundo), del mismo modo el primer periodo del año litúrgico prepara al segundo y continua en él.
El misterio de Cristo no es otra cosa que el misterio de la Iglesia; o, si se quiere, este misterio de la Iglesia es el mismo misterio de Cristo, que se hace continuamente presente y que en cierto modo llega a ser también el misterio del hombre. Precisamente la participación del hombre, nuestra participación, en el misterio cristiano se realiza mediante el don del Espíritu.
Esto nos hace ver como la primera parte del año litúrgico tiene un carácter principalmente dogmático, y la segunda preferentemente moral.
Ahora bien, los Domingo posteriores a Pentecostés es el periodo más largo del año litúrgico y, aparentemente el más pobre. En realidad, debería ser el tiempo de la gran cosecha espiritual. Toda la semilla caída en el alma desde el Adviento hasta Pentecostés habría de crecer exuberantemente y madurar en este periodo tranquilo, en el que la Iglesia nos da cada domingo un formulario nuevo muy rico y profundo.
Por otra parte, toda la Liturgia, y por lo tanto también el año litúrgico, es un homenaje a la Santísima Trinidad. En ella sus fórmulas y sus ritos evocan multitud de veces que todo nos viene del Padre por el Hijo en presencia del Espíritu Santo. Esto podemos percibirlo en formulas tan familiares para el cristiano como la bautismal o de la absolución sacramental, como también en las conclusiones de la oración colecta de la Eucaristia o en las diversas doxologías litúrgicas como el Gloria, Gloria Patri o el Te Deum, que acompañan la celebración eucarística, la conclusión de los salmos en el Oficio Divino o la acción de gracias en los momentos más solemnes de la vida de la Iglesia o de los hombres.
En este sentido, es digno de notarse que casi todas las oraciones de la Misa se dirigen al Padre o al Hijo, al Padre por el Hijo; sin embargo, en la oración Suscipe, sancta Trinitas (<<Recibe, Trinidad santa…>>), la Santísima Trinidad es designada por su nombre. Como prueba de la importancia de esta plegaria, diremos que es una ofrenda profundamente consciente del sacrificio que va a realizarse, supremo acto religioso consagrado a Dios en la plenitud de su Trinidad: Recibe, Trinidad santa, esta ofrenda, que te ofrecemos en memoria de la Pasión, resurrección y ascensión de Jesucristo, nuestro Señor… sea (…) para nosotros [causa] de salvación.
Pero de un modo más concreto y solemne, es en la Doxología que cierra la Plegaria Eucarística, donde se pone manifiesto como la Liturgia tiene como fin y meta el homenaje a la Santísima Trinidad: Por Cristo, con Él y en Él a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo; todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén. Esta doxología que cierra la plegaria eucarística tiene un sentido especial. No se trata únicamente de una alabanza subjetiva a Dios. No se muestra el deseo de que Dios sea glorificado, sino que se afirma que Dios Trino recibe un honor y gloria perfectos.
El gesto que acompaña estas palabras nos indica bien de donde procede esa alabanza objetiva: el sacerdote toma la hostia y el cáliz y lo eleva. La Eucaristia es en sí misma, independientemente de nuestro deseo, una alabanza perfectísima.
Muchos más ejemplos podríamos poner de esta dimensión trinitaria de la Liturgia católica. Pero basten estos para darnos cuenta de que el centro de la misma, y muy especialmente de la Eucaristia, no es el ministro o la asamblea, ni su finalidad es la exaltación individual o comunitaria de uno o de otra. Su centro es la Santísima Trinidad y su finalidad la alabanza perfecta de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Fuera de ello, fuera de este fin supremo y natural de la Liturgia católica, todo es vanidad, soberbia y orgullo; un intento de colocar al hombre o a la comunidad en un lugar que, por la naturaleza del culto cristiano, no les corresponde.
4. ENSEÑANZA DE LOS DOCTORES DE LA IGLESIA
SAN JERONIMO, presbítero y doctor (331/347-419)
<<El que promete estar con sus discípulos hasta el fin de los tiempos, manifiesta que ellos habrán de vencer siempre y que Él nunca se habrá de separar de los que crean.>>
Catena Aurea
5. ORACION
Oh Dios Todopoderoso y eterno, que te has dignado revelar al hombre el misterio de unidad y gloria encerrado en la Trinidad eterna; ayúdanos, con la luz de tu gracia, a ser dignos huéspedes de tan divinas personas que viven y reinan por los siglos de los siglos. Amén.
LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad
1 CATECISMO MAYOR: Instrucción sobre las fiestas del Señor… (I, XIII)
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