¿Conocen al escritor Joseph Conrad? Miguel nos trae hoy una de sus grandes obras, el corazón de las tinieblas, ¿les apetece adentrarse en una buena lectura?
«El corazón de las tinieblas», Miguel Toledano
En el colegio en el que yo antes trabajaba hay un extraordinario profesor canadiense de educación secundaria. Sus alumnos lo atestiguan. Enseña historia e inglés y en todo momento, desde el comienzo hasta el final, demostró un gran aprecio por toda mi familia, lo que naturalmente yo le agradeceré siempre. Además de nuestra respectiva nacionalidad, nos diferencia la religión, puesto que él es protestante, sin perjuicio de que la escuela pertenece a una orden católica de signo tradicionalista. No es el único caso, sino que son un significativo grupo los docentes reformados que constan entre el personal del centro. Pero repito que eso para mí no ha sido obstáculo alguno en la consideración que le tengo y, en un cierto sentido, de él pudiera predicarse lo que del publicano en la parábola: demostró la Caridad que a ciertos relevantes católicos, como el fariseo en aquel relato, les falta. Este artículo es un homenaje a dicho querido maestro.
Entre los libros que sugiere a sus alumnos más aventajados se encuentra “El corazón de las tinieblas”, considerada una de las más importantes obras del escritor ateo Joseph Conrad.
En su momento yo expresé mis dudas sobre la conveniencia del texto, pero lo cierto es que la sección académica correspondiente siguió recomendándolo hasta supongo que estos mismos momentos en los que escribo estas líneas, cuando probablemente un ejemplar se encuentra todavía en la sala de profesores de la primera planta. Y la verdad es que, con la perspectiva que da el paso del tiempo, tengo que decir que su lectura entonces descubre ahora horizontes insospechados originalmente, en algún caso sorprendentes e interesantísimos, razón por la que lo traigo a colación de nuestros lectores.
En parte, continúa la serie de artículos que englobados bajo el epígrafe de “Lecturas desde Walsingham”, vengo dedicando a la literatura anglosajona; se trataría del sexto de ese grupo, pero como verán, en esta ocasión, las consideraciones morales y psicológicas son mucho más relevantes que las puramente narrativas. Mi padre, cuya principal frustración consistía en no conocer la lengua inglesa para poder disfrutar de su literatura directamente, sin necesidad de traducción, en varias ocasiones me habló cuando niño de Conrad y puso en mis manos un ejemplar de “Lord Jim”, que yo leí en aquella época en español. Cuando, años después, ya fallecido él, completé “El corazón de las tinieblas”, le hubiera dicho que el estilo del escritor a mí se me hace farragoso y apelmazado, como si se notase que el autor no escribía en su idioma materno, perdiendo con ello la naturalidad que caracteriza a los creadores más prodigiosos.
Para quienes no lo conozcan, diremos únicamente sobre el argumento que esta breve novela cuenta el viaje a través del río Congo a cargo del marinero Charlie Marlow, contratado por su compañía belga para localizar y reemplazar al capitán Kurtz, quien a pesar de haber contribuido considerablemente al éxito corporativo estaba empezando a dar más que hablar por los abundantes aspectos negativos de su gestión.
Kurtz resulta así ser el personaje central de la trama, que ha sido valorada como una crítica del potencial de maldad que subyace en eso que con expresión ambigua se llama comúnmente civilización occidental y viene a ser una especie de herencia de la Paz de Westfalia despojada ya de los últimos vestigios de moral cristiana. También se ha discutido enormemente sobre el posible carácter racista de la novela, pero aunque esto subyacía igualmente en mis dudas sobre su idoneidad para los adolescentes en el ámbito educativo católico, extendernos aquí sobre la cuestión excedería con mucho los límites de esta intervención.
Por supuesto, Kurtz odiaba a los nativos. La verja perimetral de su campamento estaba decorada con las cabezas desfiguradas de africanos que, convenientemente empaladas, inspiraban el terror apetecido por el tirano. “¡Exterminad a todos los brutos!“, es la máxima de Kurtz que, para referirse a sus subordinados, expresa la consideración que les tiene y se ha convertido en la cita más conocida de toda la obra.
La irascibilidad del capitán raya en la locura, hasta el punto de que su territorio irradia una atmósfera peligrosa y él mismo inspira inquietud y ansiedad, imaginando sus distintos interlocutores las monstruosidades que cometía para el logro de sus diferentes fines.
Poseía “un alma que no conocía ni control ni fe ni miedo y sin embargo luchaba ciegamente consigo misma”.
En su día aprendió un orden de valores digno, “él tenía fe”, le dijo un periodista a Marlow en su progreso hacia el infame Kurtz. Pero la “estéril oscuridad de su corazón” produjo la decadencia ética y hasta física del exitoso comerciante de marfil. Un allegado del déspota comentaba a cuantos lo conocían que se encontraba muy mal.
Conrad nos explica “su degradación increíble”, la corrupción de una mente que un día fue grande, “la miseria, el tormento, la angustia tempestuosa de su alma”, su “oscuridad moral”, la “escala colosal de sus viles deseos”; pero, de entre la abundante descripción etopéyica que se destila a lo largo de las setenta páginas del relato, yo me quedaría con un simple adjetivo para definir la personalidad del sátrapa: “vacío”, y la cita es literal, como todas las entrecomilladas.
Sin embargo, a pesar de cuanto se ha dicho, el reyezuelo de Taifas es, hasta cierto punto, un líder carismático que logra atraer a sus seguidores, eso sí, a una realidad distorsionada. Por todo el pequeño grupo que le rodea, halagando sus ocurrencias y tolerando sus desmanes, un criado ruso, a modo de bufoncillo, le idolatra entusiasmado; se trata de su único y verdadero devoto, “su último discípulo”.
Evidentemente, llega un momento que su propia organización, la AIC, cuyos logros genocidas ya están en la historia, no puede seguir mirando hacia otro lado. Kurtz, operando con independencia de la burocracia de Bruselas, ha enviado durante todos estos años cuantiosas contribuciones a la sede central desde los confines en que se encuentra. Incluso se ha desembarazado recientemente del asistente que sus superiores le remitieron para ayudarle en sus propósitos.
Pero no decimos más…
Como avanzaba arriba, a la vista de esta relectura de la obra tengo que asentir con mi querido colega en que las vías que “El corazón de las tinieblas” abre a la crítica hermenéutica escolar son múltiples y a cuál más interesante. Pero lo cierto es que no me explico que a él le hayan seguido permitiendo escogerla, puesto que el capitán Kurtz es clavado a un personaje de todos conocido en el colegio; por parecer, se parece hasta físicamente al Marlon Brando madurito que escogió Coppola para su famosísima adaptación en “Apocalipsis Now”, aunque por la laca y el tupé se asemeje más propiamente a la etapa ligeramente anterior, correspondiente por ejemplo al padre de Supermán.
En la situación real que conocemos, los atropellos son de todo tipo, aunque aquí, por el momento, mencionaremos fundamentalmente los litúrgicos, dentro del modo tradicional: La presencia habitual de monaguillos no cristianos en el presbiterio; la interpretación contumaz de música instrumental durante el Adviento y la Cuaresma, a pesar de las admoniciones de los propios fieles, hasta el punto de tener que recurrir a sus hermanos en las órdenes sagradas para lograr el fin del abuso en el rito; la distribución de la Comunión a cristianos no católicos, etc. La “miseria” y la “oscuridad moral” conradianas alcanzan en ése a otros ámbitos no estrictamente litúrgicos, como por ejemplo el cobro de una renta de alquiler a la señora que limpia el priorato, cuando el interfecto está ingresando, literalmente, millones cada año. Pero, de momento, la situación se justifica porque el marfil sigue arribando cuantioso a la casa madre.
En todo caso, como en la disparatada Bélgica de Leopoldo II, no es de excluir que sus superiores deseen anticipar el reemplazo; pues de lo contrario tampoco sería de excluir que de Roma llegase más pronto que después un Marlow auditor. Claro, que para el clero tradicionalista siempre queda la figura semi-honrosa del electrón libre, que salva a la institución sin cortar las alas del intrépido capitán.
Miguel Toledano Lanza
Domingo vigesimoprimero después de Pentecostés, 2019
Les invitamos a leer todos los artículos de: Miguel Toledano
Nuestro artículo recomendado:
Les recordamos que Marchando Religión está en las siguientes redes sociales:
*Se prohíbe la reproducción de todo contenido de esta revista, salvo que se cite la fuente de procedencia y se nos enlace.
NO SE MARCHE SIN RECORRER NUESTRA WEB
Marchandoreligión no se hace responsable ni puede ser hecha responsable de:
- Los contenidos de cualquier tipo de sus articulistas y colaboradores y de sus posibles efectos o consecuencias. Su publicación en esta revista no supone que www.marchandoreligion.es se identifique necesariamente con tales contenidos.
- La responsabilidad del contenido de los artículos, colaboraciones, textos y escritos publicados en esta web es exclusivamente de su respectivo autor