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Doctor Fausto de Christopher Marlowe (I)

¿Un rato de buena lectura? Preparen el sillón y tomen el libro en sus manos, hoy la propuesta es Doctor Fausto de Christopher Marlowe y nos trae la crónica, nuestro querido Miguel

Doctor Fausto de Christopher Marlowe (I), Miguel Toledano

Todavía no sabemos si Christopher Marlowe era católico. En la oscurisima epoca isabelina de la oscura Inglaterra no hay modo de aclararse. Forma parte de su caracter proteico.

De Cambridge lo expulsaron por sospechar de su fidelidad a Roma. Pero entonces el gobierno de la usurpadora acreditó los favores del joven y éste fue rehabilitado. Vaya Ud. a saber en qué consistirían dichos favores, eufemística y descaradamente considerados « servicios a su país ». Hay una cierta constancia de que, mientras estudiaba en la universidad, ya convenientemente purgada con la Reforma, espiaba a favor de la bastarda. No mucho después, a la edad de veintinueve anos, murió durante una reyerta en Londres, probablemente asesinado por aquel mismo gobierno del que procede el actual.

Sea como fuere, le dio tiempo un año antes a escribir su Doctor Fausto, que con los de Goethe, Berlioz, Gounod y Boito ha pasado a la posteridad por sus muchos valores.

De entrada, el orgulloso protagonista desprecia a Aristóteles aunque está relativamente obsesionado con él. Es éste un posible rasgo cripto-católico o filo-tradicional del autor, toda vez que la práctica moderna de Bodino, Descartes, Spinoza y Kant consiste precisamente en desviar a la filosofía de la línea clásica de Aristóteles, Cicerón, Agustín y Tomas de Aquino, lo que se ha logrado hasta la actualidad.

Desdeña también el doctor de Wittenberg el Derecho Romano, otro signo del clasicismo hoy peligrosamente postergado. La misma elección de Wittenberg para situar la acción no puede ser completamente inocente, si recordamos que el padre de la Reforma clavó sus 95 tesis en la puerta de la Schlosskirche.

Como en una suerte de predicción impresionante, Marlowe identifica con lo diabólico « la sangre caliente de bebés recién nacidos ». Imposible es soslayar una lectura de esta secuencia (escena 7) al hilo del problema del aborto. Fausto afirma construir una iglesia a Lucifer en la que se le ofrezca el sacrificio de estos neonatos.

Los milagros, como signo de salvación, están presentes en la obra. He aquí otro gesto catolizante y lejano al racionalismo de la interpretación protestante. A punto de firmar el contrato con Lucifer, Fausto ve con sorpresa que sobre su brazo aparece escrito con sangre el siguiente mensaje: « ¡Huye, hombre! ». La misma sangre que está preparada para formalizar su perdición le sirve a Dios, de forma sobrenatural, a fin de advertir por enésima vez a su criatura que todavía tiene tiempo de arrepentirse (escena 8).

En la escena 9 ataca Mefistófeles la institución del matrimonio. Elevado por Fausto nada menos que a la segunda posición en sus deseos (la primera corresponde a conocer la naturaleza del infierno), el criado de Lucifer se muestra contrario a que el universitario encuentre una compañera y se despose. Es éste un rasgo de dignidad cristiana en la posición de la mujer. Lejanos tanto del feminismo hoy dominante como de la postergación de la hembra en la sociedad musulmana, la presencia de la esposa junto al marido le sirve de fiel consejera, de apoyo necesario, de instrumento preciso para su salvación. Desgraciadamente, también en el catolicismo existen corrientes ideológicas que menosprecian el papel femenino, unas veces por ignorancia y otras por complejo.

La escena 11 a punto está de presenciar la conversión de Fausto. La caridad casi obra la proeza. El contrato con el infierno ya ha sido firmado, pero el protagonista consulta su corazón. Sin embargo, tristemente se reconoce a sí mismo: « Mi corazón es tan duro que no me puedo arrepentir ». Nos encontramos ante un momento terrible en la obra, como en la obra de muchas personas. La dureza del corazón, la incapacidad para establecer una relación cordial con nuestro prójimo, la crueldad y la violencia son el signo determinante de la derrota moral y del desastre último. « ¿Por qué sentirme culpable de lo que he hecho? Prometo que Fausto nunca se arrepentirá ». La dureza del corazón lleva al universitario a no querer arrepentirse de su craso error y a ni siquiera sentirse culpable de lo que ha hecho.

Esa misma escena contiene otro punto digno de reseña. Considerando Fausto su curso de acción, el criado de Lucifer trata de influirle utilizando el miedo. « Los demonios te destrozarán », si no obras como yo espero. A años luz está esta amenaza del temor de Dios. No hay aquí una advertencia de la autoridad en aras de la salvación; sino un deseo de inspirar terror hacia una situación materialmente inconveniente, para vencer la resistencia de quien se estima más débil. Afortunadamente, nuestro carácter hispánico nos ha dado desde niños armas bastantes para vencer esta suerte de tentación. Pero eso no quiere decir que no vayamos a padecerla.

El personaje de Mefistófeles, criado de Lucifer, es probablemente el más interesante de toda la obra. Por algo le dio Boito un papel preponderante en su ópera hasta el punto de elegirlo para el título. En el ámbito físico, su descripción como una « forma fea con ojos de color rojo brillante » es ya suficientemente inquietante. Pero de entre sus rasgos etopéyicos yo destacaría su capacidad cambiante para decir la verdad o su contrario, la mentira. Constituye ésta una característica habitual en la cultura de la nación del autor; cuando uno trata de negocios -y no sólo de negocios- con un británico, sabe que su interlocutor no se basa sobre la realidad de las cosas, sino en el mejor de los casos sobre la revelación parcial de la verdad y las expectativas de las partes.

El Mefistófeles de Marlowe dice la verdad cuando afirma que « él sólo puede realizar lo que el Demonio le permite ». También expresa sus sentimientos al reconocer miedo por su condición de caído. Y está en lo cierto cuando se vuelve al público para confiarnos que « hará lo que sea » con tal de poseer el alma del académico alemán. O cuando reconoce que « los infelices disfrutan de la compañía de otros infelices ». Yo mismo, recientemente, he comprobado en el ámbito educativo cómo hay quien disfruta cuando los jóvenes no son felices y, viceversa, se preocupa cuando lo son, sospechando que algo no marcha bien. « Los niños deben pasar hambre », le escuché no hace mucho decir a una mujer británica, bautizada en la Iglesia católica, como máxima docente – aunque ya hemos dicho que con la Pérfida Albión, la mefistofélica Albión, nunca se sabe.

Naturalmente, el criado de Satanás es igualmente capaz de mentir. Miente cuando le dice a Fausto que el Diablo no sabe que se ha desplazado a la universidad alemana. O cuando define a Lucifer como « el comandante en jefe de todos los espíritus ». O cuando promete a Fausto que será « tan poderoso como el Demonio » por el plazo estipulado de veinticuatro años.

Incluso hay ocasiones en las que uno ya no sabe si Mefistófeles está mintiendo o no. Como, por ejemplo, cuando explica que el alma de Fausto « incrementará el poder » del príncipe de las tinieblas. ¿Realmente puede aumentar el poder de Satán con cada hombre que se pierde? ¿Acaso no se trata únicamente del objetivo de rencor contra Dios de quien se sabe eternamente alejado, después de haber sido el más bello de los espíritus puros?

En los personajes menores se observan también elementos merecedores de alguna mención. El humilde Robin representa a las clases socialmente inferiores cuando están dispuestas a perder su dignidad -su alma- a cambio de un plato de lentejas, de un « trozo de carne no cocinada », en el original inglés. Como los pueblos que se dejan pervertir por las imposiciones del mundialismo, Robin y Wagner, criado de Fausto, están dispuestos a negociar su alma a cambio del bienestar material que se les ofrece por una temporadita (« siete años », en el caso de Robin). Aunque la batalla de las costumbres se libre ahora en África, no tenemos que ir muy lejos para comprobar esta realidad; antes, el carácter español la evitaba, pero hace ya algún tiempo que hemos sido colonizados culturalmente por europeos y anglosajones.

El telón cae por primera vez al finalizar la escena duodécima; presentados por orden cronológico, desde la soberbia hasta la lujuria, los siete pecados capitales como desfile de personajes con el que Satán entretiene, más que ilustra, al teólogo Fausto, éste se deja agradar como si de una sesión de Historia de nuestro cine se tratara. Dejamos la segunda parte, querido y fiel lector de Marchando Religión, para una posterior ocasión a través de estas mismas ondas radiolécticas.

Miguel Toledano Lanza

Tercer domingo de Adviento, 2019

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Author: Miguel Toledano
Miguel Toledano Lanza es natural de Toledo. Recibió su primera Comunión en el Colegio Nuestra Señora de las Maravillas y la Confirmación en ICADE. De cosmovisión carlista, está casado y es padre de una hija. Es abogado y economista de profesión. Ha desempeñado distintas funciones en el mundo jurídico y empresarial. Ha publicado más de cien artículos en Marchando Religión. Es fiel asistente a la Misa tradicional desde marzo de 2000. Actualmente reside en Bruselas. Es miembro fundador de la Unión de Juristas Católicos de Bélgica.