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De Saulo de Tarso a Pablo

D. Vicente hoy nos habla de la conversión de Saulo de Tarso a Pablo, ¿Quién era Pablo y cuales son su orígenes?

De Saulo de Tarso a Pablo, un artículo de D. Vicente Ramón Escandell Abad

PALABRA DE VIDA

El rechazo de los judíos y la apertura a los gentiles (Hch 13, 46-49)

<<Los gentiles que oían esto se alegraban y daban gloria a la palabra del Señor creyendo cuantos estaban destinados para la vida eterna.>> (v. 48)

El paso de los judíos a los gentiles se repetirá en todo el ministerio de Pablo. Predica primero a los judíos; cuando estos lo rechazan, se va a los gentiles, que acogerán mejor siempre su palabra.

Por la reacción de los gentiles al discurso de Pablo en la sinagoga de Antioquia de Pisidia vemos que el creer a las palabras del Evangelio nos llena de gozo y es una feliz señal de predestinación, pues ‘el Evangelio es una fuerza divina’ de salvación que se encarga de transformar las almas de los que creen en él.

Vemos también que no hemos de inquietarnos si no todos creen a nuestra predicación. Así le ocurrió al mismo Señor Jesús y así lo mostró Él en la gran parábola del Sembrador (Mt 13)

Mons. Juan Straubinger

Un libro sobre los inicios

            Cuando nos acercamos a los inicios de la Iglesia, es obligo poner nuestros ojos sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles, la gran obra lucana, donde nos habla de la expansión del Cristianismo desde Jerusalén hasta Roma. Algunos autores, teniendo en cuenta que san Lucas no nos habla de todas las hazañas apostólicas, prefieren referirse a él como “Hechos de Apóstoles”, lo cual, si leemos con atención el libro, parece adecuarse más a su contenido. En estricto sentido, sólo se habla de Pedro, Juan, Santiago y Pablo, y de sus más inmediatos colaboradores como los diáconos Esteban y Felipe, y Bernabé, al que la Iglesia también le aplica el término “apóstol”; del resto de Apóstoles nada nos dice san Lucas, dejando a autores posteriores rellenar este vacío con los llamados “Hechos apócrifos” donde se nos relata la vida y milagros de algunos de ellos, como Tomás, y se completan las informaciones que san Lucas nos da sobre las vidas de san Pedro y san Pablo.

            Ciertamente, como en el caso de los Evangelios apócrifos, estos hechos carecen de la más mínima rigurosidad histórica y son un compendio de hechos milagrosos, leyendas y, en algunos casos, doctrinas gnósticas. Con todo, han servido de fuente de inspiración para el arte y la religiosidad, como, por ejemplo, el enfrentamiento en Roma entre San Pedro y Simón el Mago, personaje este que sí que aparece en Hechos de los Apóstoles; o la leyenda de Quo vadis?, el encuentro entre Jesús y san Pedro en Roma, cuando esté pretendía huir de la ciudad en plena persecución neroniana. Otros textos pretenden establecer puentes entre el mundo cultural romano y el Cristianismo, como la supuesta correspondencia entre san Pablo y Séneca, estoico y preceptor de Nerón.

            Y es que Hechos de los Apóstoles termina abruptamente con la estancia de Pablo en Roma, dejando en el aire los últimos acontecimientos de su vida, como también los de san Pedro, a quien perdemos el rastro tras el Concilio de Jerusalén en el año 50. Sólo sabemos de la vida de ambos por noticias complementarias, como las que proporciona el propio san Pablo acerca de su deseo de viajar a España o san Clemente Romano quien informa sobre el martirio de ambos apóstoles en la Ciudad Eterna. Más allá de estos datos, poco sabemos y es más que probable que san Lucas dejase a Pablo preso en Roma para ir recopilando información para la composición de su libro.

            El mismo san Lucas se convierte en protagonista de su obra, al presentarse acompañando a Pablo en algunos de sus viajes, a través del recurso de la tercera persona. De esta manera sabemos que Lucas acompaño a Pablo en algunos de sus últimos viajes y que fue testigo directo de una parte destaca de los hechos que narraba. Esta presencia de san Lucas en el ministerio paulino, lo confirma el mismo san Pablo en algunas de sus cartas, donde nombra, entre sus colaboradores y compañeros de cautiverio a san Lucas. De este modo, sabemos de su participación en los mismos sufrimientos del Apóstol de los Gentiles por el Evangelio de Cristo, y cuya predicación, opinan algunos expertos, conforma el corazón del relato evangélico de san Lucas.

            Hechos de los Apóstoles se presenta, pues, como una gran obra que intenta preservar la memoria de los apóstoles de Cristo y sus padecimientos por el Evangelio, pero también, como la “gran aventura de san Pablo” que, siguiendo los modelos clásicos, se convierte en el protagonista de un gran viaje épico, como el de los grandes héroes clásico como Ulises o Hércules. Y es que, de hecho, parece que el verdadero protagonista es san Pablo, aunque se hable de otros apóstoles que, en cierto sentido, van como preparando el advenimiento del Apóstol de los Gentiles. La misma división de la obra parece confirmar esta idea: si hasta el capítulo 15 San Pedro ocupa un lugar destacado, y donde se menciona muy por encima a san Pablo; a partir del mismo, san Pedro desaparece para dejar paso a san Pablo como protagonista indiscutible de la obra. Hechos es una obra paulina, si bien, algunas de sus informaciones chocan con las que en sus cartas nos aporta el propio Apóstol, especialmente, sobre su conversión, sin que esto suponga que Lucas se ha inventado o falseado la narración de los hechos. San Lucas narra una historia, un viaje, una aventura, mientras que Pablo habla de su interioridad, de su experiencia personal de conversión, en definitiva, de la experiencia mística.

            Por otra parte, la lectura de Hechos de los apóstoles puede hacernos correr el riesgo de construirnos una imagen idealizada de la Iglesia primitiva. No pocos pretenciosos reformadores de la Iglesia han predicado la vuelta a los orígenes, a la sencillez lucana, cuando la realidad que nos retrata san Lucas no es la de una Arcadia eclesial. Si ya los mismos evangelios nos hacen un retrato poco idealizado de los apóstoles, Hechos nos presenta las virtudes y defectos de la Iglesia primitiva, lógicos, al fin y al cabo, en toda obra humana, a pesar de su origen divino. Episodios como los se Ananías y Safira, que pretendían engañar a los discípulos quedándose con parte de lo conseguido por la venta de sus bienes, o el de Simón el Mago que quiso comprar el poder el Espíritu Santo a san Pedro y san Juan; ponen de manifiesto que no todo era perseverancia en la oración, ejercicio de la caridad y participación en la fracción del pan en la Iglesia primitiva. El bien y el mal, el pecado y la gracia, lo humano y lo divino se daban la mano entonces como ahora en el seno de la Iglesia.

            Por otra parte, las disputas doctrinales también estaban al orden del día en esa Iglesia naciente. La amenaza de la división siempre estuvo muy presente en Jerusalén por motivo de las disputas en torno a la Ley de Moisés y su aplicación a los convertidos al Cristianismo. Esto, que no suponía problema alguno mientras este se difundiese entre los judíos, sí que lo empezó a ser cuando se abrió a los gentiles, muchos de los cuales mostraban simpatías hacia el judaísmo, pero no hacia ciertas prácticas del mismo, como la circuncisión. Esta disputa, que se percibe en el discurso de san Pedro tras la conversión de Cornelio, se torna abierta con la llegada de san Pablo y su misión entre los gentiles. De ahí que, como apunta en no pocos lugares de sus cartas, especialmente en los Gálatas, que muchos de los miembros de las comunidades cristianas de ascendencia judía lo mirasen con malos ojos, casi como a un enemigo, provocando persecuciones dentro de las misma Iglesia. Las tensiones entre partidarios y detractores de la circuncisión, de la Ley de Moisés y de la Ley de la Gracia, marcan los primeros compases de la Iglesia, hasta el punto de que, en Palestina, no pocas comunidades cristianas terminaron por adoptar un cristianismo judaizado donde Jesús aparecía como un hombre adoptado por Dios y la Ley de Moisés seguía rigiendo sus vidas.

            Finalmente, algunos autores, fundamentalmente protestantes, han querido ver en Hechos una confrontación entre dos Iglesias: la petrina y la paulina. La primera estaría caracterizada por la Jerarquía y las obras como medio de salvación; mientras que la segunda seria carismática y fundaría la salvación en la justificación por la fe. En el marco de la polémica entre luteranos y católicos esta lectura viciada de la obra lucana serviría para justificar la escisión de los primeros, que se arroparían el derecho de apelar a la autoridad de san Pablo para declararse verdadera Iglesia, mientras que los segundos se situarían bajo la autoridad de san Pedro, es decir, del Papa, definido por Lutero como “anticristo” y, por lo tanto, representante de la falsa Iglesia o <<Ramera de Babilonia>>. La corrección de Pablo a Pedro en Antioquia, que relata el primero en Gálatas, manifestaría esta confrontación entre dos visiones del Cristianismo, y evidenciaría la fidelidad del Apóstol de los Gentiles al mensaje de Cristo y la traición al mismo por parte del segundo.

De Saulo de Tarso a Pablo

            El discurso de Pablo en Antioquia de Pisidia es la culminación del proceso de conversión y aprendizaje de la fe cristiana, por parte del primer perseguidor de esta. Hasta entonces, Pablo había sido un mero discípulo, un converso, que había alcanzado milagrosamente la conversión y que era instruido por Bernabé, a quien acompañó en sus andanzas apostólicas por tierras de Chipre y Siria. A pesar de haber predicado en la Sinagoga de Damasco tras su conversión, san Pablo no alcanza la madurez “apostólica” hasta su gran discurso de Antioquia de Pisidia.

            Pero, quien era Saulo de Tarso, conocido universalmente como Pablo. Sobre san Pablo tenemos bastantes datos acerca de su formación y sus orígenes: miembro de la tribu de Benjamín, natural de Tarso, era hijo de un tejedor de tiendas que, por los servicios prestados al Imperio Romano, había adquirido la ciudadanía romana. Esto sería de una gran ayuda para la futura misión evangélica de Pablo, pues, como leemos en Hechos, ello le permitió apelar al César tras su encarcelamiento en Jerusalén y evitar ser azotado por la guarnición romana en la Torre Antonia, castigo reservado a los criminales no romanos. De momento, la ciudadanía romana aseguraba a Saulo un puesto privilegiado en la sociedad de Tarso y el acceso a todos los beneficios sociales y culturales reservados a tales nativos romanizados. De su discurso en el Areópago, podemos deducir que conocía a los autores paganos, tanto filósofos como literarios, y el genio inquisitivo de los griegos. En este aspecto, Saulo se benefició de la herencia de Alejandro Magno que, desde Macedonia, exporto la lengua y la cultura griega al Oriente Medio, y que impregnaba el ambiente en el que vivieron tanto Saulo como Jesús.

            Sin embargo, no podemos olvidar que, junto a su ascendiente romano, Saulo era judío y como tal fiel devoto de la Ley de Moisés. Sobre su condición de ferviente judío da testimonio el mismo Pablo en diversos pasajes de Hechos y en sus cartas, sin obviar su condición de perseguidor de la fe cristiana y su pertenencia a la secta de los fariseos. Estos tenían su origen en el tiempo de la persecución de Antíoco Epifanes, durante la cual se opusieron fervientemente a la supresión del culto y las tradiciones judías, y que, en tiempos de los Macabeos se opusieron vehementemente a la autoridad de los mismos, en especial, de sus últimos representantes que habían usurpado el Sumo Sacerdocio. Apegados a la Ley y la Tradición, los fariseos se oponían ferozmente a los saduceos, mucho más laxos religiosamente hablando, y que rechazaban, entre otras cosas, la resurrección de los muertos. De esto último se aprovecharía san Pablo en su juicio en Jerusalén, donde ante fariseos y escribas, proclamaría la verdad de la resurrección de los muertos, provocando una violenta disputa entre ellosque llevó al gobernador romano a suspender el juicio.

            Dentro de la secta de los fariseos, existían diversas escuelas, siendo la de Gamaliel la más importante, y a la cual Saulo estaba adscrito. Sin embargo, como narra Hechos, el primero se mostró mucho más cauto a la hora de enjuiciar a los apóstoles, mientras que el discípulo se manifestó prontamente opuesto a los mismos. Su participación en la muerte de Esteban y su posterior liderazgo en la persecución contra los cristianos, manifiestan desde muy pronto el choque religioso que se produce en el alma de Saulo entre las viejas doctrinas del Judaísmo y las nuevas del Cristianismo. Sin embargo, sin saberlo, Saulo estaba llevando a cabo el mandato de Jesús de extender la buena nueva de la Salvación más allá de las fronteras de Israel: hasta la muerte de Esteban, lo más lejos que habían llegado los apóstoles y sus ayudantes había sido Samaría, mostrándose reticentes a la predicación a los gentiles, salvo alguna que otra excepción, como la del centurión Cornelio. La persecución de Saulo obligo a los apóstoles a salir de Jerusalén y extender el evangelio a otras zonas de Palestina y Siria, siendo la ciudad de Antioquia el primer gran núcleo cristiano fuera de Jerusalén, y, donde según la tradición, tendría san Pedro su primera catedra.

            Sin embargo, parece ser que el excesivo celo de Saulo provoco ciertas reticencias entre las autoridades religiosas de Jerusalén, y, con la excusa de librar la ciudad de Damasco, en Siria, de toda presencia cristiana, estos lograron sacarlo de la Ciudad Santa y calmar los ánimos. Y con ello cumplían, de nuevo, la voluntad de Dios de llevar la Salvación a los Gentiles, por medio de ese instrumento, tan imperfecto como él mismo se definiría, pero que tanta gloria habría que darle. Y es que la conversión de Saulo de Tarso dio la vuelta a todo en un instante: el antiguo fariseo celoso de la Ley, perseguidor de los cristianos y hombre de letras mundanas, paso a convertirse en el pregonero de Cristo, en el maestro de la Gracia y en el fundador, junto a san Pedro, de la Iglesia de Roma, centro del mundo y corazón de la cristiandad.

            El encuentro de Saulo de Tarso con Cristo en el camino a Damasco es relatado por san Lucas, como hemos dicho, en su libro de Hechos, conformando el relato clásico de este episodio trascendente de la vida de Pablo y de la Iglesia. Pero también aparece, como igualmente hemos dicho, relatado en otros pasajes de la obra lucana y en la Carta a los Gálatas, en los cuales varían algunos datos, pero lo esencial, el encuentro trasformador con Cristo resucitado permanece como el núcleo inalterable del relato. Y es que no se puede comprender a Pablo sin el encuentro con Cristo en Damasco, un encuentro que le servirá como núcleo de comprensión de toda su doctrina sobre la gracia, la justificación y la regeneración del hombre por Cristo. Del mismo modo que él, un pecador, ha sido renovado por la gracia de Cristo y justificado sin mérito alguno, sino por puro don, igualmente todo hombre que se abra al misterio del Resucitado volverá a nacer por gracia de Dios.

            Al contrario que el resto de los Apóstoles y discípulos que configuraban la primitiva comunidad de Jerusalén, Pablo no tuvo un contacto directo con Jesús a lo largo de su ministerio publico. No se puede afirmar con rotundidad este punto, pues, es difícil creer que, al menos, de lejos o a través de las noticias que corrían por Jerusalén, Saulo no tuviera conocimiento de la persona y doctrina de Jesús. Sin embargo, y a pesar de que algunos autores pretenden identificar al “Joven Rico” con Saulo de Tarso, no consta, ni por sus escritos, ni por otras fuentes, que ambos se conociesen personalmente. En sus escritos, san Pablo centrara toda su atención en el Señor Resucitado, en Aquel del que tuvo una experiencia directa y transformadora, lo que no significa que hable en su predicación del Jesús histórico, cuyo advenimiento según la carne menciona en su predicación en las sinagogas, como culminación de la Historia de la Salvación.

            A partir del encuentro de Saulo con el Resucitado en el camino de Damasco, todo en su vida cambia: el perseguidor se convierte en apóstol, y el maestro de la Ley se transforma en el predicador del Evangelio de la Gracia. Es en Damasco donde Saulo es bautizado y adquiere el nombre romano de Pablo, y es donde por primera vez se dirige a la comunidad judía para anunciar la Buena Nueva de la Salvación. De Damasco, Pablo sube a Jerusalén para buscar el beneplácito de los Apóstoles, quienes lo reciben, no sin reticencias, por mediación de Bernabé, judío oriundo de Chipre, que lo presenta a los jefes de la comunidad. Confirmada la veracidad de su conversión, Pablo permanece en Jerusalén predicando el nombre del Señor, pero, ante las amenazas de muerte por parte de los helenistas, judíos oriundos de Asia Menor y Grecia, los cristianos de Jerusalén decidieron sacarlo de la ciudad y enviarlo a Cesárea y después a Tarso.

            Y de Tarso perdemos la pista de Pablo hasta que Hechos vuelve a citarlo tras hablar de la muerte del Rey Herodes. En Tarso permaneció Pablo hasta la muerte de Herodes Agripa, momento en que, uniéndose a Bernabé, marchó a la ciudad de Antioquia para asentar la comunidad cristiana que allí había ido floreciendo. Esta tuvo sus orígenes en la diáspora provocada por la persecución de Saulo, que había obligado a muchos cristianos a marchar a Fenicia, Chipre y Antioquia, ciudad está en la que fue predicada la Buena Nueva a los judíos, pero también a los gentiles, gracias a la audacia de algunos cristianos procedentes de Chipre y Cilicia. Para confirmar estos avances y asentar la comunidad allí fundada, fue enviado Bernabé que, pasando por Tarso, unió a su misión a Pablo que, hasta entonces había trabajado como tejedor de tiendas, profesión está que ejercía su familia. Allí trabajaron durante un año consolidando la tarea realizada por los predicadores anónimos, y, también fue allí donde por primera vez los seguidores de Jesús fueron llamados “cristianos”, es decir, “ungidos”. Sobre esto hay que decir que más que un halago era una forma despectiva de llamar a los seguidores de Jesús, que también eran conocidos como los “nazarenos”, pero, paradojas de la vida, el termino que nació como burla se terminaría convirtiendo en el signo honorifico de los seguidores de Jesús.

Antioquia de Pisidia: de la Iglesia de los judíos a la Iglesia de los gentiles

            El discurso de Pablo en Antioquia de Pisidia marca un punto de inflexión en las relaciones de la comunidad cristiana con la judía. Hasta entonces la táctica pastoral era que sólo había que predicar a los judíos, porque, Cristo había sido enviado para restaurar a Israel, y, por lo tanto, no a los gentiles. Como mucho, y porque se encontraban presentes en las sinagogas, se podía anunciar la Buena Nueva a los prosélitos, es decir, gentiles que simpatizaban con el judaísmo, pero que no habían dado el paso a la conversión al mismo.

            Ya hemos dicho, al hablar de los problemas doctrinales en la comunidad cristiana de Jerusalén, como la predicación a los gentiles era un tema espinoso. El relato de Lucas del retorno de Pedro a Jerusalén tras el bautizo del centurión Cornelio y su familia, nos hace ver lo conflictivo del tema: a su llegada a la Ciudad Santa, los más fieles a las tradiciones judías recriminan a Pedro su actitud acerca de los gentiles, y le piden explicaciones; este les relata como Dios había hecho descender sobre Cornelio y su familia el Espíritu Santo, como ellos mismos lo habían recibido en Pentecostés. Esta revelación pareció tranquilizar a los presentes y confirmó la actuación de Pedro. Sin embargo, la cuestión de la predicación y bautizo de los gentiles seguía abierta y debatida, y no se resolvería hasta la llegada de Pablo y su apostolado entre los gentiles.

            Y es que, el Espíritu Santo, para quien san Lucas es el que va guiando la misión de la Iglesia, iba ya manifestando la necesidad de una apertura universal del mensaje salvador de Cristo. Si bien Jesús en su vida pública no predico a los gentiles, tampoco cerró del todo el acceso de estos a la salvación: los encuentros con la mujer sirio-fenicia o con el centurión, ponían de manifiesto que, si bien Dios le había enviado para reunir a las ovejas dispersas de Israel, también le había enviado para reunir en el rebaño del Padre a aquellas ovejas dispersas que, no siendo de su rebaño, habían de formar parte de él. La misma parábola del “Hijo prodigo” puede leerse en este sentido: el hijo joven que se aparta del padre y vive pecaminosamente y que, arrepentido vuelve a su hogar, representa a la gentilidad que, como apunta san Pablo, apartándose del Dios verdadero había elevado a la categoría divina a los seres y cosas de la Creación; y el hijo mayor, aparentemente fiel y obediente, representa al Israel celoso de la misericordia de Dios, e incapaz de acoger a sus hermanos extraviados. Este acercamiento de Jesús a la gentilidad, se pone de manifiesto también en la Iglesia en Hechos, en la acogida de la Buena Nueva de los samaritanos, a quienes Dios bendice con una efusión del Espíritu Santo similar a la de Pentecostés, o en el bautizo del Eunuco de la reina Candaces, un extranjero conocedor de las Escrituras, a quien el diacono Felipe le revela el sentido cristológico de las mismas.

            Pero es Pablo quien da el salto cuantitativo del mundo judío al mundo gentil, en Antioquia de Pisidia. Esta ciudad, situada en la Península de Anatolia (actual Turquía), poseía una importante y floreciente comunidad judía a la que habría de dirigirse Bernabé y Pablo. A ella son enviados estos dos mensajeros del Evangelio por designación divina, tal y como narra san Lucas en Hechos, para llevar a cabo una misión evangelizadora por Asia Menor, ampliando así los horizontes de la naciente Iglesia. Y es precisamente desde Antioquia desde donde parten ambos, haciendo primeramente escala en Chipre, la patria de Bernabé, para pasar al continente y alcanzar Perge de Panfilia, y de allí partir hacia Antioquia de Pisidia. Fue aquí, en Perge, donde se produce el primer conflicto entre Pablo y Bernabé a causa de Juan Marcos, el evangelista, quien les abandona y regresa a Jerusalén; cuando Pablo inicie su segundo viaje apostólico, rechazara la incorporación de Marcos al equipo evangelizador, provocando su ruptura con Bernabé.

            Como era costumbre, los predicadores se dirigen, en primera instancia, a la sinagoga de la ciudad, para anunciar la Buena Nueva a los allí reunidos, tanto judíos como gentiles. Tomando la palabra Pablo y Bernabé, después de la lectura de la Torah, inician su exposición de la Buena Nueva, conservándose sólo el discurso de Pablo. En este discurso Pablo hace una síntesis de la Historia de la Salvación que, partiendo del Éxodo y finalizando con Jesús, manifiesta el pleno cumplimiento en este ultimo de las promesas hechas a los padres. Hay que reconocer que, como hemos apuntado, Lucas manifiesta un gran gusto por los discursos que, por otra parte, son un medio para la exposición de la doctrina tanto para los que lo escuchaban como para los que lo leían. No en vano, Lucas nos ofrece varios discursos a lo largo de su obra, puestos en boca de Pedro, Esteban y Pablo, que manifiestan, al margen de las fuentes con que contara Lucas para su transcripción, un conocimiento profundo de las Escrituras por parte del autor sagrado. En todos ellos, especialmente los dirigidos a los judíos, el autor pone en el centro el misterio de la Resurrección de Cristo, clave del kerigma cristiano en Hechos, leído a la luz del Antiguo Testamento.

            Sobre esto cabria señalar un hecho curioso: la versatilidad de los predicadores y su conocimiento del auditorio al que se dirigen. Teniendo como centro del discurso el misterio pascual de Cristo, su presentación a los oyentes se adapta a ellos, de manera, que puedan comprenderlo. Así, cuando Pedro y Pablo hablan a los judíos recurren a las Escrituras, a la Torah y los Profetas, para argumentar la veracidad del cumplimiento en Cristo de las promesas en ellos contenidos; y cuando Pablo habla en el Areópago, no recurre a las Escrituras, desconocidas o ininteligibles para su auditorio gentil, sino que, como buen conocedor de la cultura clásica, argumenta el misterio de Dios, el hombre y de Cristo a la luz de la filosofía y la poesía clásica, concluyendo con la resurrección de Jesús, piedra de escándalo tanto para judíos como para gentiles.

            El resultado de la predicación de Pablo y Bernabé no se hizo esperar: finalizada la asamblea un grupo nutrido de judíos y prosélitos se unieron a los dos apóstoles. El sábado siguiente, reunidos de nuevo en la sinagoga, el efecto fue el mismo para sorpresa de los judíos más celosos y opuestos al mensaje cristiano. Estos, llenos de envidia, interrumpieron las palabras de Pablo con toda suerte de improperios, que no amilanaron al predicador, quien les dijo: Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: <<Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra.>> (Hch 13, 46-47). Con estas palabras, Pablo confirmaba su deseo de dedicarse en plenitud al apostolado entre los gentiles, manifestando el rechazo voluntario al mensaje salvador del que eran portadores, y la acogida alegre y esperanzada del mismo por parte de los gentiles. A partir de entonces, Pablo abandona la predicación entre los judíos para dedicarse en cuerpo y alma al anuncio del evangelio entre los gentiles.

            Sin embargo, no puede decirse que Pablo abandonara a su suerte a sus hermanos de raza y antiguos correligionarios. En más de una ocasión, manifestara su pena por este rechazo y su deseo de ofrecer sus sacrificios apostólicos por su conversión, hasta el punto de manifestar que, una de las señales de la llegada del final de los tiempos, junto a la extensión universal del Evangelio, sería la incorporación del pueblo de Israel, de su pueblo, a la Iglesia de Cristo. No anidaba, pues, en su corazón odio o rencor, sino un profundo amor por su pueblo, no correspondido como el que ofreciera Cristo por Israel, pero si la conciencia de que Dios lo había enviado para evangelizar a los gentiles.

            Antioquia de Pisidia marca un punto de inflexión en la misión encomendada a la Iglesia por Cristo, a partir de ahí, fundamentalmente a través de la figura de San Pablo, ira extendiendo su mensaje salvador a través de los gentiles. Esta misión se verá confirmada por los mismos apóstoles en el Concilio de Jerusalén, donde Pedro y Pablo establecerán que mientras el príncipe de los Apóstoles enfocara su misión a los judíos, el Apóstol de los Gentiles lo haría entre los gentiles.

Dios que has instruido muchedumbres de pueblo gentiles por la predicación del apóstol san Pablo; haz que sintamos en nosotros la protección de aquel cuya entrada en la gloria celebramos. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina, en la unidad del Espíritu Santo y es Dios. Por los siglos de los siglos. Amén.

Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad

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Author: Rev. D. Vicente Ramon Escandell
Rev. D. Vicente Ramón Escandell Abad: Nacido en 1978 y ordenado sacerdote en el año 2014, es Licenciado y Doctor en Historia; Diplomado en Ciencias Religiosas y Bachiller en Teología. Especializado en Historia Moderna, es autor de una tesis doctoral sobre la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús en la Edad Moderna