¿El alquiler de vientres tiene implicaciones sobre la mujer? ¿Es lícito en pleno siglo XXI utilizar el cuerpo de la mujer como si fuera una mula de carga? Lean este artículo de Miguel Toledano y resolverán muchas dudas.
«Consecuencias de la maternidad subrogada sobre la mujer», Miguel Toledano
En su ponencia de abril a los seminaristas toledanos que venimos glosando y terminamos hoy, la doctora López Barahona, después de enumerar las implicaciones éticas para toda la sociedad del alquiler de útero, se detiene en las consecuencias de la maternidad subrogada sobre la mujer.
En las sociedades occidentales posteriores a la revolución sexual de 1968, es ésta una práctica dialéctica corriente: La televisión pública nos bombardea con anuncios del deporte femenino, con noticias de maltratos domésticos (que en España alcanzaron la astronómica cifra de 19 homicidios anuales a la altura del mes de mayo), con soflamas que protestan sueldos inferiores a los masculinos; las subvenciones científicas persiguen la incorporación de jóvenes alumnas a los proyectos de investigación; la llamada industria cinematográfica promueve las películas hechas por, para y sobre hembras. Y no digamos nada de las candidatas electorales en cualquier partido político que se precie…
Por otra parte, este recurso de llamar a filas por las supuestas consecuencias nefastas para las mujeres fue utilizado también contra la píldora, el aborto y, más recientemente, los anticonceptivos de emergencia.
¿Cuál es el fundamento cierto y el éxito de este favor al feminismo?
Efectivamente, el alquiler de vientres tiene implicaciones sobre la mujer; estas implicaciones pueden ser éticas y pueden centrarse más sobre la madre gestante que sobre la madre intencional, cuando la hay (piénsese en el caso de dos padres invertidos, uno genético y el otro intencional).
En realidad, las limitaciones puramente éticas en una sociedad liberal son ilusorias. Cuando la Iglesia docente ha sido dejada de lado y no existen referencias morales a la voluntad de la mayoría o a los caprichos de las minorías, como es el caso de la democracia presidida por el sedicente rey como jefe del Estado, todo recurso dialéctico en este sentido está destinado al fracaso. No quiere decirse con esto que no deban ser señaladas tales implicaciones; pero sobra, por higiene mental, elegancia íntegra y economía de medios, cualquier guiño a la cultura dominante. Dígase la verdad a secas, máxime si está revestida con la autoridad del conocimiento científico, y Dios proveerá.
Comienza la gran investigadora madrileña con una importante consideración jurídica del alquiler de vientres: “Se vulnera el principio por el cual el cuerpo humano no debe ser objeto de comercio”. Jurídicamente, preferimos decir que el cuerpo humano no “puede” ser objeto de comercio; nos interesa más este verbo modal que aquella distinción kantiana entre el ser y el deber ser, que tantos beneficios ha producido a los maestros de las conveniencias fácticas. Desde los romanos, el cuerpo está fuera del comercio, no puede ser objeto legítimo ni legal de comercio.
¿Cabe alquilar el cuerpo humano? Se pregunta la doctora López.
Por supuesto que no, decimos nosotros con rotundidad, en alineación con la Santa Iglesia y con el orden natural de las cosas. Pero, una vez más, esta implicación no es, en el régimen de 1978, en el europeísmo de la Unión Europea y del Consejo de Europa, en el mundialismo de las Naciones Unidas, un obstáculo de carácter jurídico, sino una simple implicación de carácter ético, que se puede circunvalar sin mayores dificultades. También la cirugía plástica, la prostitución o los bancos de esperma suponen el comercio del cuerpo y ahí están, bien legalizados en nuestras sociedades occidentales. Hasta ahora, el único caso en el que esta implicación ha tenido efectividad es el del tráfico de órganos, existente de hecho como puede serlo el crimen organizado pero contrarrestado por la extendida práctica de su donación.
Reducidas al mínimo las referencias morales, la científica española acomete las consecuencias físicas y psicológicas para la madre gestante. Insistimos en que ni en el caso de la píldora desde la subversión sexual, ni en el del aborto de las sociedades capitalistas, ni en el de la cirugía plástica que empezó con las suripantas y termina con las reinas constitucionales, este valladar ha probado más restricción que la consulta al especialista y la firma de la correspondiente exclusión de responsabilidad civil del galeno practicante, con perdón del uso del término clásico para esta aberración.
“Alteración hormonal, cesárea, asistencia psicológica en el diez por ciento de los casos…” Desagradable, ma non troppo. Poco les importan estas menudencias a las partes contratantes. En una comunidad política que proclamara el Reinado de Nuestro Señor, como ocurría en el pasado, la implicación ética que bloquearía estos atropellos sería, sencillamente, la institucionalización del pecado; en una sociedad pagana, pero al menos decente (v. gr. la república romana), la referencia a la naturaleza en la aplicación del derecho serviría para señalar los límites que no pueden sobrepasarse. En una sociedad, por el contrario, donde los derechos humanos de 1789 son proclamados, no cabe oponer barrera ética alguna al despliegue de éstos en el tiempo. Y en cuanto a las inconveniencias físicas, ya se encargará la tecnología de reducirlas poco a poco.
De hecho, es ésta una motivación para habilitar la subrogación en la gestación; su extensión hoy permitirá los avances científicos mañana y la eliminación de los riesgos para la mujer pasado mañana. Voilà; ya está cerrado el círculo. La pobre mujer gestante no será más objeto de explotación, sino que resultará de este “trabajo” como quien sale de la peluquería. Ya no habrá vulnerabilidad, sino retribución. Como defendía la inefable Esperanza Aguirre para implantar los casinos de Las Vegas en la comunidad autónoma de Madrid, se tratará de una oportunidad económica que, lejos de causar la estabulación de mujeres, generará la riqueza de las menos favorecidas. Una vía, de hecho, hacia el desarrollo y la igualación. Una bienaventuranza laica.
No nos engañemos: El derecho penal, aunque tenga mala fama, es justo. La despenalización del adulterio produjo su multiplicación. La del aborto, ídem. La del auxilio al suicidio comportará la extensión de la eutanasia. Es justo que una sociedad se proteja contra las prácticas que la destruyen con la vía disuasoria de las penas impuestas por esa misma sociedad. Pero, para eso, es necesario que sus gobernantes sean justos y conveniente que lo sean también sus gobernados. Esto último no es fácil, máxime si están dejados a su soberana voluntad, sin ninguna guía de razón ni de Fe. Impensable es que, en esas condiciones, no caigan en las pasiones aún las más depravadas, como es prestar el propio vientre a cambio de dinero o despedir a la esposa en pos de una jovencita. A tales sujetos soberanos, poco han de importarles pequeñas razones éticas o paliativos físicos o psicológicos. Sólo la esclusa de la sanción criminal podría frenar la ejecución de sus deseos. Eliminada ésta, se antojan infantiles los argumentos de consecuencias éticas o conflictuales.
Pueden existir “conflictos”, desde luego, como apunta la doctora química, y “asimetría” en la resolución de los mismos, donde una parte (la madre gestante), por su categoría social, intelectual o económica, es menos favorecida. Bueno, pero ¿qué son los conflictos sino una mera circunstancia, ni aun un obstáculo, en el progreso de nuestras sociedades? También hubo conflicto en la disolución del matrimonio; pero éste es bueno para liberar a la mujer. También hay conflicto en las relaciones laborales; pero éste es positivo para avanzar en los derechos de los trabajadores. Los conflictos hay que gestionarlos y ya está: Pagar bien a la madre arrendadora, asegurarse de que su voluntad no está viciada, darle todas las garantías médicas y de salubridad, garantizar al nasciturus unos padres que se quieren muchísimo -con barba los dos, ¿por qué no?- y que han formalizado su estado “con todos los sacramentos”. Ya está. Benditos conflictos. La sociedad avanza y los derechos humanos con ella. Obama, Schuman, Soros y los reyes Bilderberg sonríen complacidos.
Finalmente, la académica pontificia y cofrade de la Santa Caridad de Toledo denuncia que la maternidad subrogada supone convertir el embarazo en algo funcional y que no implica todo el ser de la madre. Tiene, por supuesto, razón, pero otra vez hay un tufillo feminista y, lo que es peor (porque esto probablemente muchos seminaristas de hoy ya no lo detectan), personalista, que oculta implicaciones más graves. En realidad, hay que decir que el embarazo es, de hecho, algo funcional, como lo es el funcionamiento neurológico, la actividad cardíaca, el período menstrual o la paralización de las funciones vitales en el momento de la muerte. Dura lo que dura y sirve a la función que sirve, que además puede ser una altísima función. Todo en el cuerpo humano es funcional y, al mismo tiempo, todo implica el ser de la madre. Y no sólo el ser de la madre, sino también del padre, que, aunque no portador físico del niño durante los primeros meses de su deseablemente larga vida, se juega mucho igualmente.
Mas lo que está en juego no es el ser de la madre ni del padre ni siquiera el ser del hijo, con ser los tres importantísimos, pues su alma las ha creado Dios y están destinadas deseablemente al Cielo. Lo que verdaderamente está en juego es la afrenta a Dios, el Ser por antonomasia, el Ipsum Esse Subsistens, y también a su Iglesia por parte de toda la sociedad, que desciende en su ser hasta su propia anulación. La peripecia vital de una madre que no lo es o que no lo quiere ser, de un padre caprichoso o de un hijo desarraigado no son, si se me permite la expresión, nada comparada con la destrucción del orden de las cosas, creado y querido por Dios, proclamado por su Iglesia Santa y recibido y transmitido por las sociedades católicas. Ése es el ser más directamente implicado y destruido por el individualismo democrático de causa eficiente, formal, material y final luciferinas.
Miguel Toledano Lanza
Domingo de Pentecostés, 2019
Esperamos que se paren a pensar sobre las consecuencias de la maternidad subrogada sobre la mujer y les invitamos a leer este otro artículo de Miguel Toledano en el que continuamos profundizando sobre el mismo tema:
La maternidad subrogada es pecado
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