En este artículo el profesor Peter Kwasniewski nos habla acerca de los elementos humanos que, cuando se enfatizan, rebajan y permiten la degradación de la Misa haciendo que sus objetivos primarios pasen a segundo plano.
La degradación de la Misa: ¿Por qué la Misa se degrada cuando los elementos humanos se enfatizan?por Peter Kwasnieswki.
La liturgia de la Iglesia tiene por objetivo primario el honor y la gloria de Dios y, al hacerlo, santifica nuestras almas conduciéndonos cada vez más a una profunda intimidad con Jesucristo. Para cumplir con esos objetivos la liturgia promueve la fraternidad entre los hombres. Permite que haya camaradería, y solo hay fraternidad común en la adoración común al Padre a través de Su Hijo.
El problema con la noción de “fraternidad” no es que sea completamente falso, pero ha sido sacado del único contexto en el cual tiene algún sentido, la única fuente de la cual puede realmente venir.
A veces las personas que tienen opiniones “liberales” o “progresivas” acusan a los católicos de mentalidad tradicionalista que, al poner demasiado énfasis en los aspectos trascendentes o divinos del culto, descuidamos los aspectos inmanentes y humanos; y que Dios nos dio la liturgia para nuestro beneficio (“el sábado es para el hombre, y no el hombre para el sábado”) y que esto es una actividad comunitaria que expresa y construye un vínculo social entre nosotros.
Ahora bien, no se cuestiona que la liturgia sea una acción pública y comunitaria y que redunda en nuestro beneficio. Dios es ya absolutamente perfecto e inmutablemente bueno en todos los sentidos y no puede ser perfeccionado en nada por lo que nosotros hagamos por Él. Es bueno y conveniente para nosotros rezar a Dios como pueblo y estar conscientes de nuestro prójimo como conciudadanos de la casa de Dios. A pesar de todo, el carácter público de la liturgia no consiste en el número de personas que está presente, sino en la acción de Cristo Sumo Sacerdote como cabeza de su Cuerpo Místico que se extiende a través del tiempo y del espacio. Esta es la razón de porqué incluso la “misa privada” ofrecida por el sacerdote solo es aún un acto público y corporativo.
Habiendo dicho esto, debemos estar seguros de que nuestra comprensión acerca del significado de comunidad está en suficiente sintonía con la naturaleza real de la Iglesia.
Lo primero, ante todo, cuando nosotros adoramos estamos en la presencia de Dios y de sus ángeles y santos.
Reverencia, solemnidad y majestad pertenecen a la adoración precisamente porque no es una mera reunión humana, sino una momentánea apertura de nuestro mundo a la vida y a la gracia de la Jerusalén Celestial . Nos unimos a todos los salvados que han adorado en el pasado, con todos los que adoran en el presente (si están cerca de nosotros en la banca de la iglesia o en cualquier otra parte del mundo) y, de una manera escondida en el pre-conocimiento y predilección de Dios, con todos aquellos que adorarán en los siglos por venir. No es solo “nuestro” culto, la acción de esta comunidad particular local. Siempre tiene una dimensión cósmica, universal y trans-temporal.
La realidad gloriosa de la Comunión de los Santos debe dar forma decisiva a la manera en que nosotros damos culto públicamente. La liturgia en sí misma no es – y solo se rebajaría si lo llegara a ser – una reunión para saludar a tu próximo, intercambiar noticias, estrechar las manos, “estar dialogando” con un sacerdote que improvisa o algo semejante.
Esta clase de cosas puede tener su lugar justo antes o después de la Misa y fuera del lugar de culto, aunque ciertamente no es esencial, y la mayoría de las veces es un serio impedimento para la participación en los misterios de la liturgia y la consecución de aquellos fines a los que ella apunta.
La experiencia de comunidad adecuada a la liturgia es una experiencia de adoración común.
Todos los rostros, todos los corazones hacia el santuario, focalizado en las divinas verdades anunciadas y en el renovado sacrificio divino. En una paradoja bien conocida en las vidas de los santos que cuanto más nos olvidamos de nosotros mismos y de nuestro prójimo en nuestra intensa concentración en la misa, más profundamente se siembran en nuestras almas las semillas de la verdadera caridad hacia nuestro prójimo y hacia nosotros mismos.
Una observación similar puede ser hecha acerca del rol del discurso y de la canción. Nuestras almas pueden ser sin dudas agitadas y nuestra conciencia fortalecida de unidad en la iglesia cuando respondemos dignamente con una sola voz, o cuando nos unimos a cantar canciones con palabras reverentes y doctrinalmente ricas, como el Canto Gregoriano recomendado continuamente por la Iglesia para nuestro uso. Todo esto puede ser una manera apropiada de nutrir y de expresar la fe.
El ideal de una participación plena, actual y consciente en la liturgia tiene como objetivo la formación del alma católica, la configuración del carácter cristiano. Esto sugiere qué discurso y canción no deberían estar en la liturgia, teniendo siempre un enfoque sobre que decir o cantar, que termina siendo una especie de trabajo pesado, distrayendo y contra-espiritual, como un ejercicio de aritmética que se da a un alumno intratable que no puede quedarse quieto.
“Discurso” no significa estar impregnando el aire con palabras, lo mismo que “canción” significa un coro entusiasta en el cual todas las voces se deban proyectar. Las palabras que se dicen deben ser una respuesta a algo que ha tenido la oportunidad de ser escuchado en el silencio del alma. La canción que uno canta debe enriquecer e instruir más que llenar huecos en el tiempo o dar a uno “algo que hacer”.
Desde esta perspectiva, uno solo puede anhelar el día en el que los sacerdotes y las demás personas a cargo de los ministerios litúrgicos adviertan que debe haber mucho espacio para el silencio, para la meditación reflexiva, para meditar los antiguos textos sagrados que nuestra santa fe pone en nuestras manos, para escuchar las edificantes melodías del Canto Gregoriano. Sería tan fácil y provechoso reemplazar las canciones banales con melodías Gregorianas que tienen un dulce tono en los labios y que influye más duraderamente nuestra mente. Sería una mejora tan fácil y vasta si pudiéramos tener una iglesia silenciosa antes de la Misa, una santa quietud durante el Canon y una atmósfera de paz después de la Misa para aquellos que desean permanecer en su acción de gracias (con el celebrante dando el ejemplo).
Permanecer sentados tranquilos por unos cinco minutos con la mente en Dios requiere y favorece una mayor madurez espiritual que estar cantando por una hora.
Nuestros antepasados, que rendían culto con el rito tradicional romano, comprendían bien el valor de la tranquilidad: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra. El Señor de los ejércitos está con nosotros; Nuestro refugio es el Dios de Jacob.” (Salmo 46, 10-11) Los silencios de la antigua liturgia dan al alma el tiempo para absorber los misterios; para reflexionar sobre lo que Dios nos está hablando en su Palabra revelada y sobre nuestro Señor que llega a nosotros en la Eucaristía. Al alma se le da la oportunidad de llegar a estar profundamente consciente de Su misericordia, de Su gloria y de Su presencia. “El Señor de los ejércitos está con nosotros. Nuestro refugio es el Dios de Jakob”.
Peter Kwasniewski, para LifeSiteNews
Puedes leer el artículo original en el siguiente enlace: https://www.lifesitenews.com/blogs/why-mass-is-cheapened-when-human-elements-like-socializing-
Esperamos que este artículo del profesor sobre la degradación de la Misa sirva para ayudarnos a pensar como se va pervirtiendo la liturgia.
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