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Católicos tibios: Destruidos por la omisión

Una vez más, Fray Agrícola se presenta de frente en la batalla, sin miedo a hablar, animándonos a luchar por el reino de Dios, ¿Dónde y cuando empieza la batalla? ¿Somos católicos tibios o jabatos en combate? ¡Anímense a esta lectura!

«Católicos tibios: Destruidos por la omisión», Fray Agrícola

                                  Me gustaría escribir acerca de la belleza de la obra creadora de Dios, del bien y del amor que Nuestro Señor imprime en toda su creación. No obstante, los efectos del Pecado Original, tanto al interior de nuestra alma como en la de todos los seres humanos, es algo verdaderamente peligroso. ¿En qué consiste ese peligro? Básicamente en perder la vida eterna a causa del pecado, el cual nos enemista con Dios.

                                 Todos los católicos hemos aprendido en nuestros catecismos que existen dos tipos de pecados; a saber, el venial y el mortal. El pecado venial es un tipo de desobediencia de parte nuestra en materias menos graves o leves, pero sin tener conciencia de ello, producto más de una debilidad que de una mala fe. Sin embargo, ese tipo de pecado al ir acumulándose en el tiempo y en su periodicidad pasa a convertirse en pecado mortal por ausencia de corrección.

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                    El pecado mortal, vale decir, aquel que se comete en cosa grave, con plena advertencia y pleno consentimiento nos pone en un plano directamente opuesto a la Ley Divina y a la voluntad del Creador. Si nos toca la muerte con este tipo de pecado nos vamos directamente al infierno, a menos que hayamos mostrado algún tipo de arrepentimiento por medio de un acto de constricción.

                      Nuestro primer combate espiritual debe estar al interior del alma combatiendo los demonios interiores que todos, de algún modo, llevamos dentro. Todos tenemos luces y sombras, esas luces son nuestras buenas obras y las sombras son nuestros malos actos, dentro de los cuales están los pecados veniales acumulados y los pecados mortales.

                       El modo de combatir todo tipo de pecado es por medio de Cristo, Nuestro Señor y Creador, por medio de sus sacramentos y oraciones hacia su persona. En la medida que Cristo reine en nosotros, el efecto del pecado será menor. Sin Cristo, nada podemos hacer, de allí que toda nuestra vida debiera ser Cristo céntrica, tanto al interior de nuestra alma como hacia el exterior hacia todo el orden social. Pero precisamente allí, comienza todo nuestro problema a causa del pecado de omisión.

              El mal liberal se ha extendido a tal punto en nuestra sociedad que nos hace pensar,o mejor dicho, nuestras autoridades eclesiásticas nos hacen pensar que la religión católica debe practicarse al interior del hogar y al interior de las iglesias (una religión puertas adentro) con ausencia de combate hacia el exterior y, en consecuencia, con una gran omisión.

Es deber de todo católico combatir el error y el mal en general tanto al interior del alma como al exterior suyo.

De hecho, seremos juzgados muy severamente por Dios por no haber hecho lo que deberíamos hacer en el orden social por omisión asentada más en los respetos humanos que en los mandamientos divinos. No basta que recemos entre cuatro paredes mientras todo el mundo alrededor se cae a pedazos. Todos tenemos algo que hacer y algo que decir en estos temas.

         Las leyes pérfidas que nos tratan de imponer desde nuestros parlamentos, orquestadas al interior de las logias masónicas, no pueden pasar desapercibidas por nosotros. Pensemos que esas leyes atacan a cada uno de los mandamientos de Dios y por ende, a cada uno de los sacramentos de la Iglesia. Para evitar el bautismo se crea una Ley de Aborto o muerte brutal del no nacido;a su vez, para evitar la extremaunción se crea la ley de la Eutanasia o muerte asistida; para evitar la monogamia se nos impone la Ley de Divorcio, y así sucesivamente se crean leyes para combatir cada uno de los Sacramentos de la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo.

Es pecado gravísimo callarse frente a tantos males de la sociedad.

Es una gran omisión no oponerse a los enemigos de Cristo, aunque esto pudiera incluso costarnos nuestra propia vida. Acaso,¿no vale la pena perder esta vida y alcanzar la vida eterna, único fin de nuestra existencia por amor a Dios y por Caridad hacia le prójimo? Las huestes anticristianas están avanzado cada vez más en su proceso de descristianización en todo el orden social. Nos imponen religiones falsas, nos imponen leyes pérfidas y nos someten por el estómago con trabajos que a veces rayan la moral, verbigracia, una medicina antinatural o un derecho contrario al bien común.

¿ Y qué hacemos nosotros? Es más fácil decir que no podemos hacer nada y sólo basta rezar, para aquellos que piensan así, verán en el momento del Juicio de Dios, en el momento de la Justicia Divina, que las almas de los niños inocentes que murieron a causa de leyes perversas claman justicia, no sólo por los actores activos que los privaron de sus vidas, sino también por los pasivos, por todos aquellos que pudieron hacer algo y no hicieron nada.

                       He escuchado en algunas personas católicas decir que Dios sólo nos pide cumplir nuestros deberes de estado, aún más, sostienen que con eso basta. ¿Es realmente así? Piensen que, si fuera todo tan simple, el pecado de omisión no estaría contemplado por Dios como pecado. Piensen además, que ese tipo de pecado puede ser venial o mortal. Eso nunca se nos enseña, o mejor dicho, nunca reflexionamos acerca de los pecados mortales a causa de nuestra omisión.

              Frente a un ataque social de la Bestia debemos revelarnos contra todo mal, del mal moral hasta el mal religioso por medio de ideologías y religiones falsas. Nosotros tenemos que proclamar a Cristo y a su doctrina como el centro de toda la sociedad, Cristo Rey, Cristo Señor de naciones y Señor de las almas, Dios único y verdadero, juez de todos, único dueño de toda la realidad que nos rodea.

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               La religión católica es exclusiva e intolerante frente a las demás religiones, nuestros primeros mártires proclamaron sólo a Cristo frente a todo un estado politeísta como lo era el Imperio Romano, el resultado de dicha proclamación fue el martirio, sellaron con su propia sangre su fidelidad a Nuestro Señor Jesucristo.

              Hoy en día nosotros los católicos somos unos cobardes, y lo somos por falta de fe, porque si tuviéramos la fe de antaño no tendríamos miedo de proclamar a Cristo como Señor de Todo el Universo, no nos temblaría la voz ni apelaríamos al cálculo acerca de nuestras acciones al evaluar qué nos conviene decir o no decir calculando los efectos de nuestros actos en vista en aquello que nos conviene o no conviene para nuestro bienestar inmediato.

 Somos católicos timoratos, o, mejor dicho, nos auto engañamos al creer que somos católicos, pero realmente no lo somos.

Nos avergonzamos en público lo que debiéramos proclamar hacia todos los confines del orbe. Nos olvidamos de la vida eterna, nos olvidamos que la eternidad consiste en estar unidos a la persona de Cristo, de hecho, Cristo mismo dijo que el que me niegue delante de los hombres yo lo negaré delante del Padre.

          Masones, musulmanes, protestantes, liberales, son todos ellos enemigos de Cristo y enemigos nuestros, todas y cada unas de esas religiones se dedican a combatir a Cristo como Dios. Todas y cada una de esas religiones y todos y cada uno de los que participan de esas herejías y errores van a ser juzgados de igual modo por Cristo, es cosa de tiempo.Serán juzgados con severidad a causa de su soberbia de no reconocer a Cristo como único y verdadero Dios.

        Para muchos católicos, lo que expreso parece duro y extremo, empero, eso que expreso lo he recibido por la fe, no nace de mí ni lo he inventado, está todo esto en la doctrina católica, donde se nos enseña que Dios se encarnó en la persona de Jesucristo, el cual es consubstancial con el Padre y el Espíritu Santo, Dios uno y trino, único, verdadero, omnipotente, creador de todo, fuente de todos los bienes, el cual quiere que reconozcan al Hijo como único intercesor ante el Padre, de hecho nos pone como requisito para poder ir al cielo en aceptar a Cristo como el único y verdadero Dios, sin el cual, nadie podrá alcanzar la vida eterna.

          Sin la fe, no podemos amar a Cristo, ni menos reconocerlo públicamente, puestos que nuestros intereses van a permanecer divididos entre dos mundos incompatibles entre sí, este mundo perecedero y el cielo eterno, y es en este ámbito precisamente, en donde Cristo Nuestro Señor nos exige fidelidad y confianza, en la lucha del Reino de la Luz y el Reino de las Tinieblas, aquí debemos entregarnos por completo al poder de Dios.

Mientras más nos entreguemos a Cristo, mayor será nuestro premio en el cielo.

             Finalmente, debemos tener la absoluta certeza que Cristo va a triunfar sobre todas las herejías y todos los males de este mundo, que vendrá por Segunda Vez a juzgar a vivos y a muertos, a naciones y gobernantes; que separará el trigo de la cizaña, y a los que perseveraron hasta el final los podrá a la derecha del Padre y a los otros a la izquierda. Dios nos pille confesados para el día del juicio, donde los justos se regocijarán y los pérfidos se lamentarán a causa de su obcecación en el error.

Fray Agrícola

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Author: Fray Agricola